Por Cristina García Sarasa (Asociación Triángulo Azul Stolpersteine de Córdoba)

 

Son las 16:00 horas del 3 de septiembre de 2022. Estoy esperando en la calle Balmes de Belalcázar la llegada de los familiares de Juan Manuel Fernández Colmenero, deportado superviviente del campo de concentración de Mauthausen. Vienen desde las localidades austriacas de Linz y Sankt Georgen an der Gusen para visitar la Stolpersteine puesta en homenaje a su padre, su abuelo, su bisabuelo. Mientras llegan, limpio su placa, leo lo que está inscrito y recuerdo su historia…

13 de agosto de 1940

Ese día fue el de la llegada de Juan Manuel al infierno del campo de concentración nazi de Mauthausen. Provenía del campo de prisioneros nazi Stalag IX-A Ziegenhain (entre Frankfurt y Kassel, Alemania). Pero, ¿cómo había llegado allí un jornalero belalcazareño?

Juan Manuel nació el 20 de junio de 1917 en Belalcázar. Sus padres, Críspulo Fernández de Diego, jornalero, y Carmen Colmenero Carrasco, eran oriundos de la localidad. Su vida transcurría en el campo y eso le había llevado a tener una conciencia social muy arraigada ya que creía que las cosas debían de cambiar, que no era posible que sus paisanos murieran casi de hambre mientras unos cuántos los esclavizaban y vivían como reyes. Por eso, desde muy joven, perteneció a las Juventudes Socialistas Unificadas, hasta que se produjo el golpe de Estado contra la República. Entonces, como buen demócrata, luchó por el gobierno legalmente constituido, la República, para combatir «con las fuerzas antifascistas» como le gustaba decir y luchó en la guerra como caporal de metralletas en el 145 Batallón de la 37ª Brigada.

Cuando los sublevados ganaron la guerra, tuvo que salir de manera precipitada en una dolorosa huida a Francia cruzando los Pirineos, junto a cientos de miles de civiles, hombres, mujeres, ancianos y niños. Las autoridades francesas los recluyeron durante meses en infames campos de internamiento y de estos campos algunos se alistaron en la Legión Extranjera para combatir al nazismo en una guerra que se presagiaba como inminente y, la mayoría, en las Compañías de Trabajadores Extranjeros para hacer obras de fortificación de la Línea Maginot en la frontera con Alemania, entre otros trabajos.

En mayo de 1940 el ejército de Hitler invadió Francia sin apenas oposición y miles de republicanos que estaban integrados en la Legión o en las Compañías de Trabajadores Extranjeros fueron apresados y conducidos a los Stalag o campos de prisioneros de guerra, localizados por todo el territorio del Tercer Reich. Juan Manuel fue a parar al Stalag IX-A Ziegenhain, hasta que, en agosto de 1940, en unas condiciones infrahumanas, en un vagón de transporte de ganado y mercancías, le llevaron al campo de concentración nazi de Mauthausen, ubicado en Austria, cerca de la ciudad de Linz, a orillas del Danubio.

Allí, los nazis le adjudicaron el número 3783 que tuvo que llevar junto a un triángulo azul que designaba a los apátridas (el gobierno de Franco les negó a los republicanos la condición de españoles e impidió toda posibilidad de repatriación), un triángulo que llevó cosido en el traje a rayas hasta su liberación, aunque el número se lo cambiaron por el 47210 cuando entró en el subcampo de Gusen.

En una entrevista que le hicieron meses antes de su muerte, Juan Manuel contaba que llegó a pesar 35 kilos, casi tanto como las piedras que le obligaban a transportar por la escalera de la muerte de Mauthausen. 186 escalones que subía y bajaba 13 veces al día, siete por la mañana y seis por la tarde, con apenas un café aguado, un litro de agua hervida, un poco de pan y una rodaja de salchichón… para todo el día. Sobrevivió solo porque un cabo alemán se apiadó de él y le sacó de la cantera, porque en su estado y sin saber ningún oficio, no hubiera sobrevivido y hubiera sido uno más de los miles de asesinados en Mauthausen. ¿Por qué él? ¿Por qué no otro de sus compañeros que tuvieron peor suerte?

Después de eso, como muchos españoles, juraron ayudarse los unos a los otros y la solidaridad entre ellos fue crucial para que muchos pudieran sobrevivir al infierno. Como Gabriel Aranda, granadino, que contaba como Juan Manuel le salvó de tirarse a la alambrada electrificada, harto ya de tanto sufrimiento. Gabriel llevaba varios días observando cómo muchos de los prisioneros se suicidaban y pensaba «un poco de dolor y todo acabará«. Era la solución perfecta a ese martirio, así que una noche se decidió y cuando se disponía a salir, Juan Manuel le paró en seco y le dijo «¿A dónde vas? ¿Qué pretendes?» y le llevó de vuelta al camastro. Juan Manuel intuía que Gabriel estaba dándose por vencido y estuvo casi una semana sin dormir, vigilándole, para evitar que se matara. Gracias a su acción, Gabriel pudo sobrevivir a Mauthausen y los dos fueron inseparables mientras vivieron, porque ambos se quedaron en Mauthausen tras la liberación.

12 de junio de 2021

10:00 horas de la mañana, Salón de Actos de la Casa de la Cultura de Belalcázar, ante familiares, miembros de asociaciones y organizaciones, así como público en general, el alcalde Francisco Luis Fernández da la bienvenida a todos al acto de colocación de las Stolpersteine a los 7 belalcazareños que pasaron por los campos de concentración nazis «Estas piedras simbolizan el reconocimiento, el recuerdo y el homenaje de todo el pueblo de Belalcázar a estos siete héroes que sufrieron la barbarie de los campos de concentración, lucharon por la libertad, la democracia y los derechos humanos y constituyen un paso más del compromiso de este equipo de gobierno con la memoria democrática y la dignificación de las personas” y la Asociación Triángulo Azul Stolpersteine de Córdoba recalca a los asistentes que «Es necesario devolver los nombres de estos hombres y sus historias a las calles, no solo de Belalcázar sino de todos los municipios andaluces con vecinos y vecinas deportados a campos de concentración nazi, para no perpetuar una segunda injusticia que lleva mucho tiempo instaurada en nuestro país, el olvido”.

Familiares de Belalcázar, como los sobrinos de José Paredes Quintana, de Madrid; como la hermana de Juan Manuel Fernández Colmenero y su hija; o los sobrinos de José Paredes Quintana, participaron en el acto, ante un ambiente cargado de emoción, leyendo unas palabras en memoria de sus familiares y tras un minuto de silencio de todos los presentes.

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En 2021, tras más de 80 años, 7 belalcazareños habían sido rescatados del olvido y el pueblo de Belalcázar había dado una lección magistral de madurez democrática y de reparación de una injusticia que llevaba mucho tiempo perpetrándose, un olvido atroz dirigido por aquellos que nunca han creído en el nosotros sino en el “ellos”, ellos mismos, claro. 

03 de septiembre de 2022

Media hora más tarde me llama Nicole, la nieta del deportado, «estamos en una plaza tomando un refresco, el viaje ha sido largo«. Cojo el coche, me acercó y allí, y en una terraza veo a Manuel, el hijo de Juan Manuel, a su mujer, su hija y su nieta de once años. Sólo Nicole, hija de Manuel, habla inglés. El resto sólo alemán.

Nos presentamos, nos abrazamos como si nos conociésemos de toda la vida y empezamos una tertulia que nos llevaría a un viaje a través de la Historia de cerca de tres horas. Traen muchas fotografías, documentos, muchas preguntas también, mucho agradecimiento, lágrimas en los ojos, sorpresa en sus miradas por el homenaje a Juan Manuel en el lugar que le vio nacer, del que se acordaba y añoraba, pero del que solo hablaba con sus compañeros supervivientes de Mauthausen.

El español y lo que pasó en el campo solo lo hablaba con otros deportados, cada vez que se reunían en su casa de Wienergraben 57, cerca del campo que les tuvo recluidos tantos años. Una casa construida por ellos, por los prisioneros de Mauthausen, y que fue morada de un oficial de la SS. ¡Ironías de la vida, ahora era un «Spaniard» el que ocupaba esa casa!

Allí se reunían periódicamente y era el lugar de encuentro de los españoles residentes en Austria, cada año, tras la conmemoración de la liberación del campo. Con algunos de ellos formó una cooperativa y consiguieron vivir modestamente de extraer y modelar el granito de la cantera de Gusen, esa cantera en la que casi dejó su vida. Otra vez, la vida le mostraba una cara con una gran sonrisa de sarcasmo en su rostro. ¡La vida, que hermosa, pero que puñetera es a veces!

Con su mujer, austriaca, y su hijo, no hablaba español, solo un rudimentario alemán y a Manuel nunca le contó nada de lo que le sucedió durante su reclusión en ese infierno. Probablemente, porque se martirizaba con preguntas que hacía mucho tiempo que se hacía y de las que no obtenía respuesta: ¿por qué yo sobreviví? ¿por qué muchos de mis amigos y compañeros no pudieron? ¿estuvo en nuestras manos hacer más de lo que hicimos? Esa culpa y la integración en el entorno, que no fue fácil, le debieron de hacer pensar que lo mejor era que su familia no supiera para que no sufriera y su hijo pudiera integrarse mejor, aunque el apellido Fernández le delataba… Su mujer, durante años, fue recopilando información, recortes, fotografías y antes de su muerte se lo dio a su nieta Nicole, que me enseñaba y me iba contando todo lo que sabían, fruto de la información heredada de su abuela y de las investigaciones que habían realizado. 

Manuel y Brigitte contaban historias, uno de su padre, la otra de su familia y su relación con el campo, su querer y no poder ayudar, su trabajo en la empresa de construcción de Antón Poschacher, … Nicole traducía, las palabras se pisaban, había prisa por contar, había prisa por saber. En más de una ocasión las lágrimas se asomaron en el rostro de Manuel, la emoción se palpaba en el ambiente, la emoción por saber más sobre lo que ocurrió, sobre cómo era Juan Manuel, para dar respuesta a muchas de las preguntas que durante décadas se hacía Manuel sobre su padre.

Más tarde, fuimos caminando hacia la Stolpersteine. De camino, les hice de guía turística del pueblo. Se quedaron asombrados con la torre del homenaje del castillo de Belalcázar y su historia. Llegamos y, entonces, toda la emoción se desbordó. Manuel miraba la placa de su padre, su bisnieta la tocaba, Nicole quería saber lo que ponía. Fotos, risas, lágrimas, euforia, asombro, todo se mezclaba en ese instante. Y yo, mientras, disfrutaba, disfrutaba de ver a una familia que, con una simple placa era feliz, que habían recorrido 2.500 kilómetros para saber más de sus raíces y cuyas sonrisas lo decían todo. Sabían quiénes eran, de dónde venían, lo que le había pasado a su padre, abuelo, bisabuelo… nieta_juanfernandez

Ahora le conocían mejor y eso para Manuel, su hijo, era muy importante y nuestra Asociación se alegra de haber podido contribuir a ello y dar voz a aquellos cuya voz no debería haberse silenciado, cuya memoria no debió nunca ser olvidada, por nuestro bien, por nuestro futuro, por una España totalmente democrática, por una España consciente de su pasado que mira su futuro y avanza con responsabilidad y madurez.