Hace algún tiempo, para el proyecto “La bellota que habla” de Álvaro Moreno, colaboré con algunos textos en forma epistolar, dirigidos a una supuesta amiga llamada Luci Naciones. El resultado fueron unas cuantas reflexiones, poco serias, bajo el título genérico de: A Luci Naciones. Algunas personas que, si duda me aprecian, me han pedido que retomara aquello y, con el permiso, de este excelente medio que a mí me parece Hoyaldia, vamos a ver que sale.  

 

A Luci Naciones,  22 de diciembre de 2013

¿Cantar o dar el cante? ¡Esa es la cuestión!

Querida Luci:

Después de esta larga temporada de silencio, retomo la palabra. Quería contarte que ayer tuve el privilegio de encontrarme entre los que asistimos al concierto de villancicos de la coral Marcos Redondo, en la capilla de Jesús Nazareno.

Ya sabes que no hay en mí, casi en ningún sentido, un forofo de estas fiestas. Tampoco esperes una crónica técnico-artística-musical, pues no soy la persona indicada para escribirla, pero te aseguro que la Peña Marcos Redondo, con sus villancicos a cuatro voces consiguió, una vez más, emocionarme. Y bien que se lo agradezco. Se trata de un concierto sencillo, sin grandes pretensiones de público ni de lucimientos vanos, preparado con un esmero, un sacrificio y un cariño hacia Pozoblanco que, al menos, merece que alguien lo diga.

Comenzaré por el trabajo de su directora, la malagueña y muy taruga María Victoria Pérez, responsable última de lo que significa aunar pequeñas voluntades para lograr que no se oiga una voz más alta que otra y, en consecuencia, puedan escucharse todas.

En este grupo suenan voces excelentes y (al menos cuando cantaba yo) otras… no tan excelentes, pero eso, en una coral, importa bien poco. Es más, -para mí- constituye el verdadero milagro de este concierto de Navidad: escuchar a un coro de hombres y mujeres cantar así de bien, sin el concurso de ningún virtuoso y que el público pueda sentir (en un abrazo de ternura y emociones pasadas y presentes) esta noche, como una noche de paz y de torreznito. Javier Fernández Alameda es, como pianista, un verdadero lujo que no se encuentra al alcance de cualquiera y que, cada diciembre, acompaña –como un ritual- a una coral, para la que siempre será el niño.

Cuando la Peña Marcos Redondo cumplió cincuenta años, escribí en una letrilla que intentaba reconocer su trayectoria y animarlos a continuar en ese trabajo duro que afrontan, por amor al arte: Pozoblanco necesita gente que le cante. Hoy celebran su sesenta cumpleaños y, más que nunca, me reafirmo en lo que dije entonces. Quizás sin saberlo y sin valorarlo demasiado, Pozoblanco necesita gente con sentido del humor, amantes de la música y con ganas de pasarlo bien,… gente que le cante.

Querida Luci, ayer, después del concierto pensaba yo en otro colectivo de nuestra localidad que -en los últimos años- se ha especializado en las voces de contrapunto y en los solistas empeñados en que su voz se oiga por encima de las otras. Sus conciertos suelen resultar desafinados y tristes, pues evidencian falta de horas de ensayo, sacrificio y generosidad para entenderse con los otros. A este colectivo, desde sus diferentes registros, desde sus distintas sensibilidades, desde sus variadas formas de ver la realidad,… le vendría de perilla cantar algo por nuestro pueblo, como una sola voz. Pozoblanco y la historia se lo agradecerían, sin duda.

Perdona, no quería desviarme del tema, en qué estaría yo pensando. Muchísimas gracias amigas y amigos de la Peña. ¡Os debemos tanto!

Y, en el último momento, el príncipe de “Chespir” se metió por medio, con la calavera en la mano como siempre, y mientras me dormía, recordando la Blanca Navidad, lo escuchaba recitar como una letanía: ¿Cantar o dar el cante? ¡Esa es la cuestión!