Estamos asistiendo estos últimos días a la crónica de la muerte televisada del ex – presidente Adolfo Suárez. La última de este culebrón es que ya le tienen preparada la capilla ardiente en el Congreso de los Diputados.
Y si resulta que a D. Adolfo no la da por morirse ahora. Y si resulta que todavía no ha llegado su momento, el momento que han decidido sus hijos, prensa y políticos.
Me resulta bastante surrealista enterrar al muerto antes de que este la “palme”, claro que si el presunto muerto no puede quejarse, queda vía libre para hacer negocio con su aventura en busca de la luz cósmica.
Me temo que nos tendremos que tragar las biografías de D. Adolfo por fascículos, antes y después de su “deseado” fallecimiento.
Lo que más me asombra es que la familia, sus hijos, participen en este espectáculo, que contribuyan a escenificar esta crónica de la muerte anunciada de su padre. Cualquier hijo se agarraría a la última esperanza para no aceptar el desenlace fatal, respetar los últimos momentos ( si lo son ) de la agonía de su padre y no contribuir a este esperpento.
Adolfo Suárez es parte de nuestra historia, se merecerá ocupar un lugar destacado en la transición, pero dejémosle morir en paz.
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