A Luci Naciones, 27 de Marzo de 2014. (8)

Querida Luci:

Ignoro cómo y por qué la conversación había llegado a aquel extremo. Una amiga -que ejerce de psico-lingüista hasta en las aparcerías (*)- comentaba en un corrillo, que ella teme mucho menos al ataque de los clones o de los zombis o, incluso, al ataque bacteriano, que al de los sustantivos, adjetivos calificativos y frases hechas. Yo, que ya no daba para mucho más que para hablar de política-de-barra-de-bar y, si acaso, arreglar un poco el mundo del fútbol, me quedé perplejo. ¿Era posible que alguien hubiese articulado aquel discurso? y ¿Qué había querido decir realmente?

Pegué oreja y, ante un entregado auditorio, mi amiga continuó: “Cuando un niño pierde la llave de su casa o suspende un examen o se mea en la cama… Eso y nada más que eso es lo que ha ocurrido. Hechos objetivos que conviene arreglar desde el sosiego y la objetividad. De esa forma es más sencillo contar con la lucidez necesaria para hallar una solución, que puede pasar por la oportuna reprimenda”

Desgraciadamente, las cosas no suelen ser así y “… si no andamos listos, en ese preciso instante, se produce el ataque de los sustantivos, adjetivos y frases hechas: Eres un desastre o un inútil o un cerdo,… pueden subir de tono: Estás abombao o atontao, (o de grado: eres el más tonto de…) y rubricarse con lindezas como: ¡No tienes solución!

Después de tan furibundo ataque nos tocará arreglar y recomponer  mucho más que la pérdida de una llave, un examen por debajo de cinco o una meada en el lecho. Habrá que empezar por buscar los fragmentos de niño desperdigados por el suelo, como si le hubiese explotado una bomba lapa colocada, a traición, en el fondo de su corazón.”

Me había olvidado de la política-de-barra-de-bar y empezaba a enterarme de por dónde iban las cosas (e incluso improvisé un examen de conciencia acelerado) cuando mi amiga dio otra vuelta de tornillo, que sentí como una soga que se te cierra alrededor del cuello:

“Como todo, esto también se aprende y llega un momento en que no precisamos enemigos: nosotros mismos nos aliamos con sustantivos, adjetivos y frases hechas. Lo malo –siendo malísimo- no es, por ejemplo, quedarse en paro. Ante ese hecho, lo terrible es levantarse convencido de que uno es un chupasangre de su familia o un haragán o un desgraciao o que estoy perdido o –mucho peor- que ¡Me lo tenía merecido por…! o que ¡Soy una mierda! Con este ataque, desde dentro, lo de más -¡Quedarse en paro!- se ha convertido en lo de menos.»

Querida Luci, se hizo el silencio y me quedé pensando en la carita de inocentes que siempre le había encontrado yo a los nombres y adjetivos y ahora comprendía -con terror- la carga explosiva que podemos añadirles y me dije: ¿Qué será de nosotros si se produce un ataque combinado, con el apoyo logístico de adverbios y tacos?

Mi amiga, en tono más sosegado, advertía del peligro de las “inocentes” etiquetas y, llegado el momento, del indispensable refuerzo de la autoestima… y yo -que soy más de pueblo- no sé por qué, en aquel momento recordé una coplilla del Chato la Isla: La vida me ha demostrao. // La vida me ha demostrao. // Que, en algunas ocasiones, // se está más guapo callao.

Tuyo afectísimo.

(*) Para los no iniciados: charla amistosa al amparo de unas cervecitas, copas de vino,… apoyadas con algo sustancioso que se pegue al riñón. Mientras más ibérico, mejor para los aparceros y aparceras.