A Luci Naciones 2
(9-marzo-2015)
Sentí vergüenza y pena de nosotros mismos. Un joven británico, con un billete de diez o veinte euros en la mano –no lo recuerdo con exactitud-, dirigiéndose a la periodista que trataba de entrevistarlo y le pedía explicaciones acerca de su comportamiento cafre, le alargaba el billete al tiempo que daba a entender que si los españoles decimos en todas partes, que nuestra principal fuente de ingresos es el turismo, cogiera el dinero y lo dejara en paz y hacer lo que a él le diera la gana, que para eso lo pagaba.
Por lo visto, en ese todo incluido –que venden las agencias- se incorporan extras como arrojar basura en la vía pública, gritar en la calle a la hora que te parezca, mear, vomitar,… y lo que a cada uno se le antoje: ¡Previo pago de su importe! No me lo invento. Pertenece a un programa de televisión sobre el turismo barato para jóvenes británicos, en Salou. Aquellas imágenes me hicieron daño, fueron un directo a la mandíbula y -casi grogui- me dije: ¿Qué vamos contando en las ferias de turismo? ¿De qué hablan nuestros políticos y empresarios del sector? ¿Qué les prometemos a nuestros hipotéticos visitantes? ¿Hemos convertido nuestra natural hospitalidad en servilismo, a cambio de ganar unos euros?
Se había disparado la máquina de hacer preguntas. ¿Piensan los turistas que nos hemos vendido en un paquete con monumentos, tradiciones, playas y discotecas incluidas? Comprendo que los tiempos no ayudan, que el paro, el hambre, la ignorancia y la desesperación nos están llevando –también como país- a ser vendidos en pública subasta -al estilo de los lotes de esclavos- como un hecho asumido por todos con la más absoluta naturalidad.
El año pasado, una mañana de un domingo bastante frío, daba yo un paseo por un camino de nuestra jara en plena montanera (Te recuerdo que llamamos así a la época en que el cerdo ibérico –ya bien gordo- campea libremente por entre las encinas, comiendo bellotas, próximo a cerrar su ciclo. Es un bonito espectáculo, que requiere de cierto silencio para que los animales no se espanten.) y me encontré con un ganadero muy nervioso que me preguntó si había visto una piara de cochinos que se le habían escapado, según él, asustados por el ruido “de unas motos de esas de cuatro ruedas, que campaban a su aire por los caminos…” Me contó (se escuchaban los desagradables acelerones) que pertenecían a los usuarios de una casa rural cercana y se preguntaba si las motos serían de los turistas o eran un servicio más (que él consideraba disparatado) del alojamiento turístico campero.
El hombre se lamentaba de que el turismo, con ese tipo de atractivos, no hacía sino romper la tranquilidad del campo tan necesaria –entre otros- para los cerdos y destrozar el silencio y cualquier otro sonido, como el canto de las diferentes especies de pájaros, por no hablar de las molestias -y más que molestias- a los ganaderos y –yo así lo pienso- aquel ruido rompía, un poco más, nuestras maltrechas señas de identidad. Y se preguntaba: ¿Esto es el turismo rural? ¿Venir a importunar, haciendo aquí lo que no les dejan hacer en sus casas?… Aquel hombre no estaba de humor. Se marchó buscando a sus cochinos y lamentándose de que ocurrieran estas cosas.
Ahora que acudimos a las ferias de turismo para promocionarnos, ahora que el tren para en la estación de Los Pedroches, ahora que cualquier ayuda externa nos viene de maravilla, tampoco nos vendría mal preguntarnos ¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar en nuestro noble afán de acoger visitantes?
¿Qué está en venta y a qué precio? A mí me encantaría mostrar con dignidad lo que somos y compartir lo que tenemos y si, en esas nobles tareas, los visitantes se dejan unos euros degustando nuestra comida o paseando por nuestra sierra o nuestros pueblos, mejor que mejor. No quisiera, sin embargo, ver mi tierra convertida en un parque temático con “todo incluido” y en el que ¡Todo vale! con tal de que vengan.
Tú y yo debemos exigir a nuestros dirigentes y empresarios turísticos (y a nosotros mismos) que no se confunda y no confundamos a los potenciales viajeros, haciéndoles creer que precio y valor son una misma cosa. Estas dos palabras, también en el turismo rural, nada tienen que ver la una con la otra.
Querida Luci, qué tinglado tan extraño hemos montado: por acoger visitantes del norte estamos (cual Belenes Esteban por su Andreita) dispuestos a matar y por evitar la entrada de los del sur… casi también.
Tuyo afectísimo
Es una pena, es un hecho. Viene siendo «normal» desde hace años, nos resulta más fácil ser sumisos a aquello que reporta un beneficio económico más cuantioso a aquel rendimiento económico y social.