La Plaza de la Iglesia de Santa Catalina repleta de ciudadanos que guardan un respetuoso silencio para ver salir a Jesús Nazareno. El morado se va apoderando poco a poco de cada calle que marca el recorrido y que es completado por cientos de nazarenos que iluminan con sus velas el camino que va a emprender el Nazareno. Es Martes Santo en Pozoblanco, uno de los días más esperado porque sale a la calle una de las imágenes más venerada en la localidad por mayores que van mucho más allá de su antigüedad. Es, simplemente, el Nazareno.
Un Nazareno que sale al encuentro de sus más fieles devotos, despacio, midiendo cada paso, casi como los cientos de ancianos a los que viene dando cobijo. No hay espacio para las ‘levantás’ espectaculares, solo para la sutileza, para el extremo cuidado con el que los costaleros enfilan cada rincón que viene marcado por el recorrido, calles donde Jesús Nazareno nunca está solo, donde el respeto se convierte en una máxima, hasta el final, desde que se aleja de esa Plaza de Santa Catalina hasta que vuelve a ella. La noche se va cerrando pero el Nazareno inunda de color un pueblo que le vuelve a demostrar la fe que le procesa. A pesar del dolor.
Y es que el Martes Santo también es para ella, para la Virgen de «Los Dolores». Media hora antes, la Madre sale de Santa Catalina dispuesta a «marcarle» el camino al Hijo. Empieza el dolor de una madre ante el sufrimiento de un hijo, el dolor por no poder aliviarle con las cruces que lleva sobre los hombros. Es tiempo de llanto. Pero también de admiración, como la que se vive cuando el paso discurre por la calle León Herrero y enfila el camino hacia el Pozo Viejo. La candelería de la Virgen ilumina un rostro que deja ver ese dolor.
Con la Virgen de «Los Dolores» entrando en Santa Catalina, el Nazareno prosigue su recorrido y el negro de la Hermandad Servita y Cofradía de Nazarenas de María Santísima de Los Dolores deja de nuevo paso al morado, color por antonomasia del Martes Santo pozoalbense, que ayer vivió otra estación de penitencia.
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