A Luci Naciones 4
7-Abri-2015
Querida Luci:
Ya lo escribió (allá por el año 1978), con su ironía y humor habituales, nuestro poeta Hilario Ángel Calero, al referirse al disco (y casette) que había grabado la Peña Marcos Redondo con motivo de sus bodas de plata. Dijo, como nadie, lo que muchas personas comentaban, por aquel entonces en Pozoblanco, en referencia a que Las dominicas de pasión ocupaban demasiado tiempo (catorce minutos y medio), en detrimento de otras canciones que no se incluyeron en el disco. (Lo entrecomillo pero no estoy seguro de que fueran las palabras exactas) “Le han puesto mucha pasión”.
Acabamos de vivir un momento pasional por excelencia: ¡la semana de pasión! y, claro, ahí andaba el personal apasionado, aunque cada uno lo viva y lo sienta a su manera. Ya se sabe, como en casi todos los órdenes de la vida: ¡Hay pasiones… y pasiones!
Muchos vecinos y vecinas, movidos por su fe y su fervor, llevaban meses entregados a esa pasión que es preparar y prepararse para la Semana Santa. Momento en el que, de manera desenfrenada, dan rienda suelta a sus pasiones por los pasos, la devoción, el costal, la oración,… No me interpretes mal, aunque lo diga así, a lo bestia, todo esto me merece un profundo respeto y no seré yo quien ponga pega alguna a que cada cual manifieste sus sentimientos y creencias como desee. Aprovecho la ocasión para recomendarte el pregón de Miguel Ángel Cabrera. No te diré que me ha gustado o que me ha parecido bonito o feo -¿Quién soy yo para juzgar lo que me supera?- Te aseguro que me ha conmovido y, a la vez, animado de verdad.
A mí, de la Semana Santa, me apasiona la grandeza que puede alcanzar la suma de pequeñas voluntades (desde el chiquillo que enciende el cirio a un nazareno, hasta el músico que arranca un solo a su trompeta rompiendo la noche, pasando por quien puso las flores o limpió y sacó brillo a los pasos o los costaleros que, como uno solo, hacen andar a una imagen) que se unen de manera estudiada y azarosa a la vez y producen efectos de belleza y emoción indescriptibles y me apasiona el abrazo entre el pasado y el presente, la unión con personas que quise y vivieron conmigo estos momentos (a un tiempo, únicos y repetidos -casi idénticos- año tras año) y que ya no están a mi lado y me apasiona ver las mil maneras de hablar con Dios que pueden apretarse en unos pocos metros cuadrados.
En tiempos de Machado -don Antonio- el apasionado pueblo andaluz, cuando llegaban estas fechas, andaba buscando escaleras para subir a la cruz. Hoy las cosas han cambiado muchísimo y son pocos los que buscan escaleras y muchos los que –más o menos apasionadamente- buscan (antes que nada) aparcamiento. Nuestro pueblo, complicado en este terreno durante todo el año, se pone imposible esta semana. La mayoría de los que tienen un coche en la calle lo llevan con deportividad, pensando que son pocos días y que la ocasión lo merece.
Digamos que las citadas –y otras que me salto- son pasiones puras, limpias. Pero a nadie se nos escapa que, junto a ellas, existen otras pasiones sucias o puercas (también se decía así en nuestro pueblo hasta hace bien poco). Ocurren en paralelo con las anteriores, se diría –incluso- que ambas resultan indisociables. Son algo asquerosas, pero nos dan gusto y nos pueden. Son superiores a nuestras fuerzas, empieza uno así, como quien no quiere la cosa, y termina –literalmente- con lo pies hundidos en la mierda.
De todas ellas, querida Luci, de esas pasiones impuras que nos sacuden en la semana de pasión, destaca la costumbre de comer pipas durante las procesiones. Después de la primera ya no se puede parar. Se pierde la noción del tiempo y del espacio, no eres capaz ni de percibir el chasquido que se produce cuando muerdes la cáscara para extraer el fruto (seco). Mucho menos imaginar que la suma de cientos de pequeños chasquidos provoca una sinfonía que pone el contrapunto a lo que ocurre delante de nosotros. Rápidamente, te deshaces de lo que sobra. Al principio lo retiras de los labios con los dedos y, con disimulo, lo dejas caer hacia abajo, distraídamente, como al vacío… Pero pronto no puedes permitirte ese lujo y escupes las cáscaras sin miramientos. ¡Al suelo, que no es de nadie! Y coges otra y otra más y más… te metes varias en la boca de golpe… y mordisco-masticado-y-escupitajo y otra vez y otra vez… Es incontrolable ¡Te supera! Sólo puedes parar cuando tu mano busca y encuentra la bolsa vacía. La sacudes poniéndola boca abajo sobre la palma de la otra mano y nada. En ese momento, respira uno aliviado, tira la bolsa al suelo (que no es de nadie) y aplaude, con todas sus fuerzas, la levantá, ¡Al fin! con las dos manos libres.
Esta pasión por las pipas y sus frutos (secos) y todos sus derivados actuales suele traer consecuencias: el pueblo se acuesta y amanece hecho un basurero. Pulgarcito encontraría sin dificultad el recorrido seguido por la procesión, pues éste queda marcado –además de la cera- por montañas de cáscaras de pipas y bolsas, muchas bolsas de todos los tamaños y colores.
A un amigo, al que molesta ese espectáculo pasional por los frutos (secos), le explicaba yo que la culpa la tienen las procesiones que ahora son excesivamente largas y trataba de consolarlo asegurándole que, gracias a estas pasiones puercas, se crean varios puestos de trabajo en los servicios de limpieza municipales. Y va y me responde airado: Sí, también, gracias a los delincuentes se crean puestos de trabajo: policías, carceleros, abogados, guardias de seguridad,… A ver ¿Qué le contestas a alguien que ve las cosas con esa pasión?
Apasionadamente tuyo.
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