«Hacer un Ironman no es cruzar la meta tras los 226 kilómetros y colgarte una pegatina, sino completar los meses de entrenamientos con la disciplina necesaria que te dan el honor de ponerte en la línea de salida. Es la única forma de presentar respeto al que comparte ese día contigo«, así resume Jesús López Fernández lo que significa para él lo que desde hace años se ha convertido en una forma de vida. Este pozoalbense de 35 años completó el 6 de julio en Frankfurt su octavo Ironman y allí coincidió con otro joven de Pozoblanco, Pepe García Salamanca. Ambos completaron la prueba, convirtiéndose en dos de los ‘supervivientes’ que finalizaron un Ironman extremo ante las altas temperaturas que se registraron ese fin de semana en la ciudad alemana. Hay muchas personas que no entienden esta afición por poner el cuerpo al límite, por el sufrimiento llevado también al límite. Escuchando a estos dos atletas uno llega a entender algo mejor que llegar a esos extremos es parte de una elección de vida. Hoyaldia.com habló con ambos y hoy les acerca a sus lectores dos relatos diferentes con muchos puntos en común.
Y decimos que son diferentes porque para García es el primer Ironman, quizás el que se convierta en el más especial, sin embargo López lleva a sus espaldas la consecución de ocho pruebas de esta índole. Comenzó en 2010 en Zurich donde se inició en este tipo de pruebas, un Ironman que recuerda como «el mejor porque es el primero, es inolvidable, entras en meta y recuerdas todo lo que te ha costado llegar a ello, lo que has dejado en el camino y lo que has encontrado. Experimentas unas sensaciones que nunca olvidaré», relata. Luego vinieron Barcelona, Niza, Bolton, Roth, Vitoria, Lanzarote y Frankfurt. Una larga carrera en la que López ha ido evolucionando porque para Zurich «hice mi propia preparación, documentándome todo lo posible y jugando al ensayo y error. Experimenté mucho con mi propio cuerpo para ver las cargas y los efectos que tenían en mi cuerpo, toda una experiencia pero un error. Lo correcto es ponerse en manos de un profesional». Un profesional que llegó en el año 2013 cuando «fiché por Sharptheclub, nuevos colores e ilusiones y decidí que era hora de buscar a un entrenador, un sr. Miyagi que me guiara en este camino y encontré a Jorge Ortega, que ha sido el verdadero artífice de mis logros estos últimos años».
Mientras López prepara el Ironman de Frankfurt de la mano de Ortega, Pepe García comienza nueve meses antes de la prueba ese mismo entrenamiento. Lo hace poniéndose en sus propias manos, ya ha preparado a otros antes, por su profesión, para pruebas de las mismas características y es conocedor de lo que tiene que hacer. «Durante los primeros cuatro meses trabajo el volumen, es decir, solo hago distancia, para en los meses posteriores bajar ese volumen y centrarme más en el ritmo». Con esos entrenamientos y a tres meses de la cita alemana, toca plantarse en Sevilla para hacer una prueba de control que permite que el atleta acuda a su gran cita con «buenas sensaciones». Es la preparación de uno y de otro, pero que también nos aporta aspectos comunes: López lleva a lo largo del año 350 kilómetros de agua, 8.000 de bici y 1.500 en carrera a lo que hay que unir 100 horas de gimnasio; García llega a Alemania con 330 kilómetros de nado, 8.500 subido a una bici y 1.650 de carrera.
La llegada a Frankfurt
Con la carrera en la mente, nuestros dos protagonistas se plantan en la ciudad alemana días antes de la prueba, como corresponde. Hay que recoger el dorsal, realizar suaves y leves entrenamientos para ver las condiciones sobre el terreno y ambos se percatan de algo que se les escapa de las manos y que no estaba previsto, las altas temperaturas. «Accedí a la terminal del aeropuerto por la pista, al bajarnos del avión al bus la temperatura era sofocante, pensé que eran las turbinas del avión. Cuando me di cuenta de que era la temperatura comencé a preocuparme. Ya en Frankfurt la temperatura era más sofocante aún, unido además a la humedad», cuenta López.
Ambos atletas se conocen y reconocen el circuito del agua de manera conjunta. Un circuito donde el agua estaba caliente, lo que vendría a suponer menos deslizamiento y López recuerda que «sería el primer Ironman de a los que he ido donde no permitirán el neopreno al exceder la temperatura reglamentaria de 24 grados». A partir de ahí, comienza el tiempo «más insoportable», las horas previas a la prueba, hay que descansar, acostarse pronto porque antes de las 4 de la mañana suena el despertador para comenzar el día señalado. Hay un autobús que lleva a los participantes a la línea de salida, un lugar donde nuestros dos protagonistas vuelven a encontrarse, ellos y sus respectivos acompañantes. El calor sigue siendo sofocante, pero lo que vendrá «será más duro».
La prueba
El atleta más veterano en estas lides se dirige hacia el cajón de salida donde «me cruzo con Pepe, que está muy concentrado mirando a las boyas, nos abrazamos y nos deseamos suerte». Los dos caminos se separan. La veteranía es un grado y López ya está preparado para «correr como un loco buscando mi sitio. Las salidas son difíciles, muchos golpes, en el agua hay que apretar bastante los primeros metros y buscar un hueco que te deje nadar. El juez de salida marca con los dedos la cuenta atrás, el corazón me late fuerte. Un año de trabajo duro para estar aquí, no voy a regalar nada en la salida. El transcurso del agua es relajado, siempre imagino el ritmo con un vals, deslizando». Mientras, García completa los kilómetros a nado con «buenas sensaciones» después de desquitarse de las inquietudes iniciales. Toca subirse a la bici con la idea de marcar una velocidad constante. «Durante el segmento de bici intentas no pensar en nada, dejar la mente en blanco, seguir tu régimen de comidas y la ingesta de líquido que se planificó, todo muy medido para evitar sorpresas con una especial atención en ese día a las sales».
Y llegan las primeras dudas para Jesús López en el kilómetro 150 cuando «se encienden las alarmas». «Me planteo bajarme de la bici, no soporto el dolor de cabeza, el calor que viene del asfalto es irrespirable. Solo quedan 30 kilómetros para la llegar a la T2, toca tirar de pensamientos positivos», cuenta. Un optimismo que cuesta mantener cuando los atletas se dan cuenta que el viento caliente que se dejaba notar en la bici era agradable comparado con la «cruda realidad» que experimentan al bajarse de la misma. Toca afrontar los 42 kilómetros de carrera bajo unas condiciones meteorológicas complicadas. El último tramo de la prueba los dos lo afrontan de manera diferente, López tiene claro que el tiempo será relativo y decide poner «un ritmo de crucero cómodo». Las molestias hacen que García opte por ser «algo reservón», una cuestión sobre la que al finalizar la prueba, cuando la analiza parece no gustarle del todo. Sin embargo, el abandono no se pasa por su cabeza en ningún momento.
Lejos de la respuesta de sus cuerpos, ambos atletas ven a «gente andando en la primera vuelta, tumbada en las pocas sombras que había», no en vano, serán unos mil participantes los que abandonen de los tres mil que tomaron la salida. Entre esos abandonos, López se cruza con un compañero, la prueba puede esperar porque «veo a Alejandro sentando en un banco vestido de calle, ha abandonado, no me lo creo. Me paro en seco y le abrazo. Me dice que lo ha luchado pero que no quiere arrastrase. Está claro que es de los que piensan que esto es una prueba tan dura que merece respeto y ser competitivo hasta el último extremo, si no lo eres es mejor retirarse aunque llegues en el tiempo máximo para terminarla».
Los metros de la «victoria»
Durante los 42 kilómetros de carrera, tanto López como García se encuentran con problemas físicos que tienen que aplacar corrigiendo la postura en carrera y, sobre todo, mentalmente. En una prueba de estas características la mente juega un papel tan importante como el físico y es hora de acordarse de los meses de entrenamiento, de la soledad, del frío y agarrarse al último esfuerzo. Ayuda el ánimo de las miles de personas que «empatizan» con cada atleta. «Los últimos kilómetros son los de la risa. La recta de meta es increíble, vallas repletas de gente que te lanza su mano, luego las gradas a cada lado y al final sobre la finish line una gran pantalla, ¿qué se piensa en esos 100 metros? Lloras, ríes, gritas y recuerdas diez meses de sacrifico. Dudas de si merece la pena. Es un estilo de vida donde la superación personal, el sacrifico y llevar al cuerpo al extremo se convierte en un aliciente para seguir», expone López. Para Pepe García los últimos metros no son menos emotivos, cuando «ya no sientes ni el cansancio, no te duele ya nada». «Fue muy emotivo porque quise dedicárselo a mi hermano -fallecido hace años- que siempre me decía que era un superhombre y pude hacerlo, entré casi llorando. Además, también pude coger a mi hija en brazos, ver a mi familia y fue muy bonito llegar y cruzar la línea de meta».
El mañana
En las horas posteriores, tocan los análisis. Jesús López lo tiene claro e indica que «este Iron ha sido diferente a todos, mil abandonos -nunca hubo tantos en la historia de la franquicia- y tristemente un fallecido por las altas temperaturas que llegó a cruzar la meta. He aprendido y mejorado como persona y deportista». Es igual de contundente cuando explica que «preparar un Ironman es complicado, hay que cuadrar muchas cosas, trabajo, familia, descanso, cada segundo cuenta. Todo el que se aventure en este tipo de vida debe tener muy claro los sacrificios que hay que realizar». Un estilo de vida que tiene metido en el cuerpo y que, a buen seguro, le hará plantearse nuevos retos en el futuro. Igual en alguno de ellos se encuentra otra vez con su paisano Pepe García porque tiene claro que ya está pensando en el siguiente Ironman. «Si me hubieras preguntado esto antes de hacerlo igual hubiera contestado que no, que con uno me bastaba, pero después de terminar el de Frankfurt tengo claro que esto es algo que engancha y viendo la marca creo que puedo aspirar al Campeonato del Mundo, que puedo conseguirlo y ya estoy pensando en Austria, que creo que puede ser propicio. Me gustaría intentarlo».
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