Quiero hacerme eco de las palabras del periodista Vicente Vallés cuando habla de los políticos corruptos de nuestro país sean del partido que sean. Es curioso que en la inmensa mayoría de casos de corrupción que se han producido en España, la tendencia natural de los imputados es despejar la acusación en tres direcciones. Unos acusan a un subordinado, otros a un superior y están los que culpan a alguien que ya ha muerto.

Si todas estas excusas fueran ciertas está claro que en nuestro país muchos de los que ocupan altas responsabilidades políticas son incapaces de gobernar. Sería el reconocimiento de su torpeza en la selección de colaboradores, de su ineptitud en el control que se hace bajo sus órdenes o del poco cerebro a la hora de tomar decisiones.

Un alto dignatario político que se enfrenta a la justicia suele verse ante la tesitura de elegir entre ser tomado por ladrón o ser tomado por tonto. Y suele preferir lo segundo. Probablemente porque el robo está penado por la ley mientras que la inutilidad sólo la castigan los medios de comunicación. De hecho, muchos de aquellos que han preferido pasar por incompetentes antes que por corruptos han renovado sus cargos en las urnas.

Lo que dice Vicente Vallés da que pensar, ¿verdad? Y es que en este asunto los únicos que perdemos somos los ciudadanos de a pie. Porque a la hora de elegir quién quiero que gobierne, no me gusta ni el ladrón ni el tonto. Y tampoco me gusta el mentiroso.