Hoy Facebook o Twitter se llenan de lazos violetas, de manos abiertas diciendo un basta contra la violencia de género. Un gesto que muchos habrán sustituido dejando atrás el «Je suis Paris» o la Torre Eiffel, como antes dejaron atrás el lazo rosa contra el cáncer o el «Je suis Charlie». Gestos que parecen reconciliarnos con nuestras conciencias, que nos hace tirar de ese buenismo tan recurrente pero que deja muy atrás lo que esta sociedad hace para erradicar los problemas que la acosan, la destruyen y la deshumanizan cada día un poco más. Gestos que no aliviarán a quienes sufrieron la tragedia de París, ni a un ningún refugiado, ni parará ningún bombardeo en Siria, gestos que no ayudarán a ninguna mujer a salir del infierno de los malos tratos. Son sólo eso, gestos.
Hoyaldia.com publica hoy el testimonio de una mujer víctima de violencia de género porque en este Día Internacional contra la Violencia de Género, otro gesto, queríamos salir de lo recurrente y ponerle voz a quienes se la intentan silenciar a base de golpes. Me senté a escuchar, a preguntar lo mínimo y dejé que me pusieran límites, los que esa mujer quería poner a su propia historia. El relato comenzó de la forma más estremecedora posible, «mi ex pareja me quiso matar». Una mujer normal, como tantas otras, con una vida por delante y con cicatrices sin heridas pero tan profundas que te conducen al abismo de la sinrazón. Durante una hora me condujo hacia su propia historia, una historia de maltrato psicológico, de humillaciones, de una infravaloración continua y de la injusticia más absoluta cuando se quiere poner fin y se dice basta a esa forma de vida.
Hasta el 16 de noviembre, 48 mujeres han perdido la vida a manos de sus parejas y ex parejas y esa cifra asciende a las 814 si la estadística la comenzamos en el 1 de enero de 2003. La frialdad pero la incontestable realidad de las cifras. Detrás de esos números hay familias rotas, un camino de dolor de largo recorrido que no tiene justificación alguna y, en muchos casos, el testimonio de unos hijos que se convierten en víctimas. Pero detrás de esa cifra también está lo que casi siempre, las contradicciones de una jodida sociedad que parece haber perdido el norte, que se ha acostumbrado a vivir según con qué noticias, que parece haber perdido la capacidad de encontrar soluciones a sus problemas, una sociedad que lo polariza todo, que hace demagogia de casi de todo y que en muchas ocasiones da la espalda a ellas, a las víctimas.
Qué hemos hecho para que en el siglo XXI una mujer tenga que esconderse de su propia vida, qué hemos hecho mal para que un problema se tenga que resolver a golpes, qué hemos hecho mal para que muchas personas encuentren en la humillación del otro su camino, qué hemos hecho mal para que la violencia, los golpes y los insultos sean el arma. Qué hemos hecho mal para enterrar en vida a quien sólo ha cometido el error de nacer mujer.
Es tremendamente duro sentarte a escuchar un relato tan estremecedor porque conjugar el sufrimiento propio es mucho más fácil que saber gestionar el ajeno. Hoy, en un día para los gestos, quizás todos debamos pensar qué pautas educacionales, qué formas de entender la vida y actuar tenemos para que el número de mujeres víctimas de violencia de género no caiga en picado y afecte cada vez más a mujeres más jóvenes. Igual en lugar de cambiar el icono de nuestras redes sociales nos podríamos parar a pensar qué sociedad queremos y qué cuota de responsabilidad tenemos. Igual ya es hora de dejar de pasar por los problemas de puntillas y entrar al fondo de los mismos, más que nada para no seguir deshumanizándonos a pasos agigantados.
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