La política ya no es sólo cosa de dos y eso en España es historia. El viernes pasado dio comienzo la campaña electoral de las que dicen que son las elecciones más abiertas desde que a este país volviera la democracia. Son las elecciones también del show, de las televisiones, de la cercanía forzada, de los análisis superfluos, de la importancia de la estética, del lenguaje no verbal, de la puesta en escena. Unas elecciones que llegan en un momento donde la política importa en nuestro país tal vez más que nunca.
Estamos en la campaña electoral y mediática donde las encuestas se suceden, donde las campañas a favor de unos y otros no se esconden, donde lo que se esconden -por parte de algunos- son los planteamientos ideológicos que te pueden sacar del llamado centro. Estamos en una campaña, como tantas otras, donde la realidad de la última legislatura se desvirtúa según quien la cuente, donde los enemigos políticos han cambiado y donde los discursos del miedo, de la regeneración y del cambio ya están atribuidos. Cada uno el suyo.
No voy a nombrar a ningún candidato porque análisis con más enjundia los hay a patadas, pero sí quiero reflejar en esta opinión que no sólo la clase política se somete a valoración el próximo 20 de diciembre, también la sociedad española se examina. Son las elecciones en las que la sociedad española se moverá entre el inmovilismo por el que apuestan los partidos que hasta ahora han gobernado y el cambio deseado por otra gran parte de población que no se encuentra representada en quien nos gobierna.
Los comicios del 20-D son en los que la memoria de los votantes se pondrá a prueba. Y veremos si la sociedad española se acuerda mayoritariamente del 15-M, de los casos de corrupción, de los intentos políticos para que una Infanta de España no se siente en el banquillo de los acusados, de los recortes, de los esfuerzos a unos y los rescates a la banca, del miedo al cambio, de 1978, de lo nuevo envuelto en formas de lo viejo… Probablemente lo que unos recuerden cuando vayan a depositar su voto también dependa del salto generacional porque el voto joven puede dar un vuelco a través de quienes conocen lo que se hizo en la Transición pero no se pliegan a ello como algo intocable.
En Andalucía los votantes no tuvimos memoria y ganó el partido que estaba envuelto en el caso de los ERE. El voto es libre y somos los ciudadanos los que mandamos pero ante unas elecciones tan importantes a nadie se le escapa que el resultado de esas elecciones también será el reflejo de la sociedad española, de nuestra capacidad de aguante o de hartazgo. El mensaje que lancemos a través de nuestro voto también será leído por aquellos que asuman el poder después de las elecciones y a lo mejor ya es hora de que algunos se lleven un susto y entiendan que un voto no es una carta blanca.
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