Querida Luci:
Con el año nuevo, me había propuesto escribirte -al menos- una vez al mes. Pero se acaba febrero y no encuentro palabras para referirme a nada que me interese a mí ni a ti ni a ninguno de los dos… y precisamente eso del final de febrero me ha dado la idea y he empezado a darle vueltas al asunto… y se me ha venido a la cabeza el día de Andalucía aunque, la verdad sea dicha, Andalucía no está para darle muchas vueltas… La única ventaja podría ser que alguna vez nos tocase ser playa, pero eso lo veo yo bastante difícil… Casi mejor no menealla.
A lo largo de los años, mi sentimiento –mi ser- andaluz ha ido evolucionando y me imagino que, si al cabo de algún tiempo volviésemos a hablar de este asunto, no mantendría palabras que hoy te escribo.
En nuestra infancia, lo andaluz era casi sinónimo (así nos lo habían hecho creer) de lo folklórico, de lo gracioso,… ¡una reserva dentro de la reserva! que a veces nos hacía sacar pecho y otras nos sonrojaba. Como nuestra habla, las pocas ocasiones en que teníamos oportunidad de contraponerla a diferentes maneras de decir el castellano, nos hacía sentir vergüenza por -por ejemplo- el acento o esos finales nuestros sin ado-edo-ido que escuchábamos a los parientes crecidos en la capital y que tan perfectos y elegantes nos parecían. Eran los tiempos en que, por desgracia, el habla andaluza se confundía con el español mal hablao. De forma bastante estúpida y simplona intentábamos –en contrapartida y para destacar en algo- ser los más pícaros, los más chistosos, los más españoles,…
Sin darnos cuenta, se nos echaban los años encima y nos llegaba cierta música hispana y latinoamericana y, sobre todo, la de interpretes extranjeros que -con la sana intención de vender discos cantando en español- popularizaron un seseo forzado que hizo venirse arriba a muchos vecinos del río Betis y que a los andaluces de Los Pedroches, volvía a dejarnos fuera de juego: “Quinse años tiene mi amor…” “Y mis manos en tu sintura…” “Explota, explota mi corasón…” ¡No nos veíamos hablando así ni con dos manos de barniz de la marca BienvenidomisterMarshall!
Y es que, como hemos comentado en alguna ocasión, nosotros somos andaluces por los pelos (el que los tenga). No quiero soltarte un rollo histórico-geográfico-etnográfico, pues de eso sabes bastante más que yo, pero es que miro el mapa y me digo que si llega a venir cualquier arreglafronteras y marcapatrias, de esos que cada día abundan más, trazando curvas y capirotes y corta por aquí o endereza por allá, a estas alturas, podríamos ser, no ya extremeños o castellano-manchegos… Con un poquito de imaginación e investigación histórica interesada, pasaríamos por murcianos o medio-portugueses o medio-pensionistas del bajo Aragón…
De la pena, penita, pena por ser diferentes (dentro de una España que se pavoneaba de serlo) y que tanto nos costó sacudirnos. De aquellos complejos que empezamos a quitarnos de encima cuando cambiamos nuestras mesas paneras hechas a mano, rústicas y únicas por las de brillante formica que nos igualaban al resto del mundo y nos convertían en ¡modernos! hemos pasado a ese apasionado sentimiento andaluz (un poco ¡bastante! impostado) de nuestro Canal Sur de nuestra alma que nos va conformando.
Por abreviar, en esto de las identidades patrias, todavía hay quién se pilla unos berrinches de padre y muy señor suyo… Yo estoy aprendiendo y he empezado a dejarme por ahí ciertos sentimientos, como quien se olvida de algo y no tiene mucho interés en volver para recuperarlo. Creo que -con los años- me pesan y no está uno para demasiados esfuerzos inútiles. A ver, cómo te lo explico… Mientras más me gustan el flamenco y la copla, menos me apetece quedarme tocando las palmas sólo con esa música. Mientras más andalucismo profeso, menos me interesa reducir los límites de lo que llamo mi tierra y levantar fronteras para distanciarme de los demás. Mientras más quiero a mi pueblo, más ciudadano del mundo me siento… y, en fin, al tiempo que proclamo: ¡Soy tarugo porque quiero! me digo que, a veces, no debería serlo tanto.
Querida Luci, como todos los años, cantaré el himno de Andalucía (¡Qué tiene letra! y no cómo otros de lolo lolo…) y me emocionaré (aunque sea un poquito) con la blanca y verde, deseando sembrar paz y esperanza y pediré tierra y libertad y lo haré en nombre de Andalucía y de España y de la Humanidad. Y, cuando termine, seguiré mi camino tratando de ser un poco mejor y saboreando mi suerte de ser andaluz.
Por lo demás, intentaré ir aligerando el equipaje, hasta quedarme con lo imprescindible que debe ser poca cosa. Para que -como se asegura en el chascarrillo que cuenta, de manera genial, un buen amigo mío- si se me ordena aquello de: ¡Niño, coge el botijo! Yo pregunte, sin más remedio: Papa, ¿Nos mudamos?
Blancoyverdeyandalucísimamente tuyo.
No hay comentarios