«… En medio iba Jesús, asfixiado por el peso del madero que aplastaba sus pulmones ya malheridos por los golpes...». La oscuridad envuelve al Teatro y resuena la voz, y qué voz, de Miguel Ángel Cabrera. El pregonero saliente fue el encargado, con esa voz que atrapa y que suena a teatro, de comenzar el pregón de quien le sucedió, Rafael Sánchez Ruiz. La noche promete. Después, el foco varió su lugar y todo se centró en el encargado de pregonar la Semana Santa pozoalbense a través de un pregón que necesita no sólo ser escuchado, sino también visto. Era fácil acertar, pero el pregonero cumplió con creces las expectativas de aquellos que querían ver fotos con una colección de imágenes que hablaron también del Sánchez Ruiz más personal. Los titulares de la Semana Santa pozoalbense fueron retratados de una manera íntima, personal, desbordando los detalles y con una mirada que consiguió encontrar otro enfoque, a pesar de los años a cuestas.

Las imágenes, por tanto, acompañaron a la palabra de Rafael Sánchez Ruiz, que obvió el repaso cofradía a cofradía que en numerosas ocasiones presenciamos en este tipo de actos. El pregón de este año desfiló por la soledad, la misericordia, la devoción y la afición -de la mano, no contrapuestas-. Desfiló por las trabajaderas, el costal, la fotografía y la música. Se acercó a la visión particular que este cofrade pozoalbense tiene de la Semana Santa -con propuestas como el adelanto de las procesiones-, tocó sus orígenes y rozó al Nazareno y al Jesús del «Silencio». Y también hubo pequeños acordes musicales, otro de los puntales de la Semana Santa para Sánchez Ruiz.

Sin cámara, el pregonero fotografió. Retrató un mundo lleno de cofrades y hermanos a los que pidió humildad, no dejar solo al de al lado y capacidad de reconciliación. Retrató una Semana Santa en la que la devoción no puede cegar ni dejar atrás una afición que implica también «formación» de las juntas de gobierno, de los costaleros. Retrató su forma de entender la fotografía durante estos días con protagonismo de los titulares, pero también de la gente. Retrató y se sirvió de pensamientos y sentimientos ajenos para hacer entender las diferencias que unos y otros pueden encontrar en la Semana Santa. Retrató, paso a paso, lo que para él significa ser los pies de Jesús y retrató lo que otros le enseñaron con un guiño especial y emotivo a una figura paterna, ya perdida pero siempre presente, ante la que le tembló la voz.

En la recta final estuvieron muy presentes el Nazareno, ese ante el que Pozoblanco rinde una especial vocación y al que Rafael Sánchez Ruiz encuentra en sus raíces. No se olvidó tampoco del Lunes Santo porque «el lunes es sencillez entre rocío y azahar. Llegar para quedarme. Crecer. Día de costaleros románticos. Andar con elegancia, sentirme costalero. ¿Qué más puedo pedir? Qué privilegio más grande y sencillo a la vez, poder ser los pies del Señor de San Gregorio. Mostrar a este bendito pueblo tu dulce angustia. Estar cerca de ti, encontrando en tu Silencio mi Fe. Mirarte y hallar bajo tu humilde mirada la fuerza para seguir adelante. Subir el Risquillo cual Oración. Ir de vuelta a San Gregorio unidos por tu Sangre. Entrar en la Ermita soñando en aurora de Resurrección. Y al dejar los zancos posados hasta el año que viene, decirle a mis hermanos, A la Gloria hermanos«.

La chicotá llegó al final, «buscando la entrada en el lejío, en mi barrio» y con los hijos del pregonero acompañando a su padre en los momentos de los agradecimientos. Llegó el final de la chicotá y el pregonero entonó el «he dicho y ahí quedó».