El domingo empezaban a ver la luz los resultados de una amplia investigación, los llamados «Papeles de Panamá», que cada día nos van dejando más nombres sobre la mesa de aquellos que han hecho lo imposible por no tributar y se han llevado su capital a paraísos fiscales. Ese día, entre los muchos nombres se encontraba el del primer ministro de Islandia, Sigmundur Davíð Gunnlaugsson, que titubeaba cuando un periodista le preguntaba su relación con una sociedad de Panamá.
Nada más conocerse este hecho, miles de personas reclamaron su dimisión y ante la presión social el primer ministro ha claudicado. Una reacción que llegó a las 45 horas de que estallase el escándalo y de la que la sociedad del país tiene que sentirse enormemente orgullosa. Si tuviera delante a un ciudadano de Islandia le diría que aquí, en España, nos pasamos la vida mirando a los países del norte, sobre todo durante las campañas electorales para fijarnos en modelos que luego olvidamos de igual manera, pero que en esto de las dimisiones nuestros políticos no son muy dados a dejarse aleccionar.
¡Qué va! Aquí en España, la responsabilidad política casi que no existe y para qué vamos a hablar de dimisiones. Eso aquí casi no se estila y uno se ampara en la presunción de inocencia. Como si la responsabilidad política no fuera algo diferente a la culpabilidad judicial. ¡Qué va! Aquí en España salen los papeles de Bárcenas y el partido en cuestión consigue siete millones de votos. Así somos los españoles. Nos dicen que nos han robado el dinero destinado a los parados y el partido en cuestión gana las elecciones en Andalucía.
También miro estos días a Francia, a esos jóvenes de las universidades que han salido a las calles a paralizar el país en contra de una reforma laboral muy similar a la que se aprobó en España. Aquí también hubo manifestaciones y huelgas pero parece que todo ha quedado olvidado, como si nuestra situación hubiera variado mucho. Aquí las mareas parecen haber caído en el olvido y el Ministro de Hacienda nos cuenta que no se ha cumplido el objetivo de déficit y que tocará hacer mayores sacrificios y nos quedamos tan tranquilos. Eso sabiendo de antemano que los pagaremos los mismos, porque para los otros quedan los paraísos, los terrenales y los fiscales.
Aquí nadie se tira a la calle y paraliza un país por una amnistía fiscal que permitió a quienes más tienen regular su situación, reconocer que eluden el pago de impuestos, y sin ninguna sanción. No somos Francia, ni somos Islandia. Somos España, un país que lleva más de cien días sin gobierno y que está pendiente del cuento que nos cuentan cada día para al final, salvo sorpresa, mandarnos otra vez a las urnas. Y ese día nos quejaremos y la protesta será la de no ir a votar y nos volveremos a equivocar. Esa es la lectura que hoy me sale al mirar a mi país.
Un país que se ha plegado al acuerdo de la UE con Turquía, un acuerdo indecente y que pone un montante económico por delante para abordar una cuestión donde la humanidad nos la hemos saltado. Mirar a la Unión Europea de hoy da repugnancia, asco por la traición a la historia, a la razón de ser y a los derechos humanos. Leí que la historia nos juzgará por la atrocidad de los refugiados y espero que la historia y los ciudadanos juzguen a quienes han conseguido que Europa dé asco, mucho asco y mucha vergüenza.
No hay comentarios