Cinco años después de que surgiera el movimiento del 15-M la principal duda que se cierne cuando se analiza el fenómeno es simple, ¿qué ha cambiado en España después de un movimiento que pareció despertar a la sociedad? No es difícil quedarse atrapada en el concepto idealizado de un movimiento que consiguió reunir a gente de todas las edades bajo un grito unánime, que se unió para intentar paralizar la asfixia a una sociedad que cada día se polarizaba -lo sigue haciendo- de manera más flagrante. En una sociedad donde el individualismo se ha impuesto y los sueños colectivos son casi exclusividad del pasado, hubo una generación que un día quiso escribir también parte de la historia y ocupar las plazas de las ciudades -aunque molestara- para ser parte del proceso y romper el inmovilismo al que estamos acostumbrados.

Volviendo a la pregunta, al análisis de los cambios, es obvio que ha habido variaciones. La presión social provocó que la agenda política y de los medios de comunicación variase y se empezase a hablar de desahucios, de regeneración política, de las puertas giratorias, de corrupción, de paraísos fiscales. El 15-M fue un preludio en muchos aspectos de las consecuencias que la mala gestión y la concepción cortijera de la política nos han dejado. A nivel institucional, el movimiento si no fue el germen sí fue la consecuencia de que personas hasta ese momento alejadas del espectro representativo buscaran canalizar esos anhelos en las instituciones a través de la participación activa. El 15-M representó mucho más que algo que se pueda resumir en unas siglas políticas, es un movimiento mucho más amplio que no se puede atribuir ni apropiar ningún partido político.

Pero no es menos cierto que ese movimiento sí ha tenido consecuencias políticas que se manifestaron de la manera más clara en las últimas elecciones municipales con Ada Colau en Barcelona como gran referente. El hartazgo y la ira colectiva también se reflejó en los últimos comicios generales con un resultado electoral que por primera vez en la historia de España ha obligado a la repetición de elecciones por la falta de acuerdos ante la ausencia de mayorías absolutas. El mandato del electorado es otro y eso también es consecuencia del despertar de conciencias de aquellos que llenaron plazas y hoy siguen trabajando en aras de encontrar una sociedad algo más justa.

Sin embargo, cinco años después España sigue siendo muy parecido al país de entonces. La crisis económica sigue siendo evidente y la recuperación está lejos -sólo hace falta ver las previsiones de déficit y los avisos europeos de la necesidad de hacer más recortes-. Esa crisis ha dejado una sociedad mucho más diferenciada con unas élites que poco o nada han sentido los recortes y con un clase trabajadora que lucha por subsistir. Esa crisis económica, pero también política, ha provocado que llamemos trabajo a empleos que no se merecen ser catalogados como tal; hemos perdido miedos pero nos han venido otros. Hoy las plazas no están tan llenas y nuestra realidad no es tan diferente. El 15-M se ha movido estos años entre la ilusión y la frustración, un fiel reflejo de nuestra sociedad.

La movilización de la sociedad sigue siendo, igual que hace cinco años, imprescindible para seguir recordando a quienes dicen representar a la ciudadanía que los cheques en blanco no existen en política. Sin embargo, el poso del tiempo no juega siempre a favor y se puede caer en el error de que los pequeños pasos conseguidos y la frustración ante los no logrados haga callar a esas mismas plazas donde parte de este país buscó y busca hacerlo algo mejor.