Casablanca. Noche blanca. Pozoblanco…

Ahí va mi enhorabuena y mis felicitaciones más sinceras a los organizadores, técnicos, concejalía de Cultura, colectivos, público… El sábado redescubrimos que existe vida en las calles más allá del fútbol y de las televisiones y que la cultura local concita el entusiasmo de todo un pueblo.

Lo ocurrido en la noche del teatro en Pozoblanco debiera marcar el futuro de los próximos años en la relación que deben mantener los colectivos que trabajamos en el ámbito de la cultura y el Ayuntamiento del pueblo: la unión y el trabajo conjunto en condiciones de igualdad.

Estoy seguro de que esto será el principio de una hermosa amistad.

El sábado nos dimos cuenta de que Pozoblanco es y sigue siendo un pueblo. Y que un pueblo lo forjan y construyen sus habitantes, que son los que mejor lo conocen. Lo ocurrido se explica por haber sido capaces de trabajar juntos en torno a una genial idea y por haberlo hecho en nuestro pueblo, con gente de nuestro pueblo y para nuestro pueblo. El sábado se puso de manifiesto que en este pueblo hay un teatro de pueblo que se llama El Silo. Aunque a veces queramos mimetizarlo e igualarlo a los de la capital, a pesar de constatar una y otra vez que han sido los colectivos locales los que más han hecho por El Silo. Y los que más han llenado sin duda alguna.

¿Cuánto hacía que no veíamos las calles de nuestro pueblo rebosantes de vida, niños y mayores, jóvenes, adolescentes, familias enteras, de aquí y de allá, de éste y de aquel barrio? ¿Cuánto hacía que no veíamos contentos, agobiados y desbordados a los solitarios hosteleros? ¿Cuánto hace que abandonamos la calle por los campos y nos tiramos al monte? ¡Mira que si a través del teatro recuperamos la calle! ¡Mira que si por fin nos damos cuenta de que la cultura es otra cosa y de que tiene muchas caras! ¡Mira que si por fin valoramos lo nuestro!

¿No creen ustedes que éste tenía que haber sido, hace 10 años, el comienzo de la singladura de este buque que es El Silo? ¿No tendríamos que haber comenzado por trabajar juntos en torno al Teatro El Silo y haberlo hecho en El Silo, con gente de nuestro pueblo y para nuestro pueblo y, poco a poco, haber ido creciendo en calidad y en cantidad? Pusimos el listón demasiado alto y comenzamos la casa por el tejado. El Silo no es el Gran Teatro como Pozoblanco no es Córdoba. Todos los fines de semana no puede venir un Serrat. La mucha miel, empacha.

La Programación se hizo la dueña absoluta del Silo. A la mesa de la programación se instauró la costumbre de ceder los primeros puestos a los invitados más ilustres y colocar en el rincón a esos parientes pobres a los que hay que invitar por obligación, aunque viertan el vino en el mantel de hilo y se limpien con los telones. Así nos sentimos los colectivos locales, como invitados trochos y catetos. La tasa inicial, abusiva, frenaba cualquier iniciativa.

¿Queremos un teatro del pueblo, con público, como el vivido el sábado, o es para los grandes nombres de la música o de la escena o de los circuitos para quienes se erigió el teatro? Siempre he pensado que los colectivos, en su relación con el flamante Teatro El Silo, fuimos considerados en el fuero interno como un mal menor con el que había que trajinar y que la Kultura que había que mostrar en El Silo tenía que ser un nivel superior, acorde con este grandísimo teatro. Hemos ensayado y preparado nuestros montajes en el teatro con el temor de mancar las alfombras, romper algún jarrón y con el miedo en el cuerpo por no saber si la recaudación nos daría para pagar gastos, la tasa y el seguro obligatorio. Si no se vendía todo el papel, nos sentíamos casi obligados a pedir perdón por haber tenido que encender antes las luces para tan poco patio.

En suma, no se puede aspirar a llenar el teatro cuando no se ha contado en justa igualdad con quienes han demostrado una y otra vez que lo llenan (y son varios los colectivos que han llenado). Y un aforo vacío o un aforo lleno tienen siempre un responsable. ¿Se premia igual a uno y a otro?