Querida Luci:

Acostumbrados como estamos a dejarnos deslumbrar por chorradas, a presionar la tecla con nuestro dedito para convertir en algo importante -lo llaman viral- videos o historias poco edificantes e, incluso, dañinas. Acostumbrados a endiosar a personajes de dudosa catadura moral que luego descubrimos como evasores de impuestos, o como vulgares y grasientos chorizos de guante blanco. Acostumbrados a esas naderías, cuando aparece un ser humano como Ignacio Echeverría, todos quedamos maravillados y, al unísono, gritamos: ¡Héroe!

Nadie había oído hablar de este Ignacio hasta hace unos días en Londres. El azar, o vete tú a saber qué, lo colocó en primera línea de otra de las batallas demenciales que se libran en esta encubierta e hipócrita tercera guerra mundial que marca (como los tatuajes) a nuestra generación. Igual que los héroes de la Ilíada, (eso lo hace más grande) ha muerto joven, entregándose con generosidad a una causa de la que, fácilmente, hubiese podido escurrir el bulto: el pánico, una situación que te desborda, esta no es mi guerra, fingir que no lo has visto,… sin embargo, optó por intentar salvar la vida de otra persona y, en el intento, le arrebataron la suya: ¡Héroe!

Hablando de héroes, conozco a una mujer octogenaria que parió nueve hijos y los crió uno a uno, que durante años cocinó a diario para ellos, su marido, su padre anciano y ella misma. ¡Doce platos en la mesa en cada comida! Lavó ropa, planchó, ordenó, ayudó con los deberes, acudió a reuniones de madres, aconsejó, disfrutó los éxitos y sufrió con los fracasos y derrotas, padeció la enfermedad e incluso la muerte de una de sus hijas, los años la deterioraron, la enfermedad la acorraló,… para ella siempre reservó muy poco tiempo y todavía, hoy, se empeña en intentar, a su manera, que la vida de los que la rodean, sea lo mejor y más grata posible. Es mi madre: ¡Una heroína! No relataré nada acerca de mi padre pero, como no eres corta de conocimiento, baste con escribir, también sobre él: ¡Héroe!

Hablando de héroes, conozco a un tipo que cada mañana se dibujaba en la cara su mejor sonrisa. Se vestía con su mayor comprensión y paciencia. Y se calzaba sus ganas de ayudar y de enseñar. El azar, o vete tú a saber qué, lo colocaba a diario frente a un grupo de niños que necesitaban crecer, en todos los sentidos. Todavía me alegra encontrarlo por la calle y saludarlo. Es uno de mis maestros: ¡Un héroe!

Y, hablando de héroes, recuerdo que Jesús Bienvenido (un gran autor del carnaval de Cádiz) presentó en 2015 una comparsa, de esas que, entre bromas y veras, cantan verdades como puños y las cantan divinamente. Se hacían llamar Los imprescindibles, en clara referencia al texto de Bertolt Brecht. Lo expresó así: …escribiendo su relato desde el anonimato, una vida entera… La gente corriente que lucha valiente con uñas y dientes… y, con el sudor de su frente, pelean una vida entera por lograr lo imposible y esos son los imprescindibles. Los imprescindibles…

Gracias a Bienvenido, tenemos licencia para llamar imprescindibles -y yo lo extiendo a ¡Héroes!- no solo a mi madre, o a mi maestro, sino además, a tu vecino: ese parado con más de cuarenta años que cada día sigue peleando por conseguir un trabajo que le permita vivir dignamente y no de la caridad: ¡Héroe! A tu amiga, que ya no sabe qué hacer ni cómo enfrentarse a un marido que la maltrata a ella y a sus hijos y les está destrozando la vida: ¡Heroína!… Y, hablando de héroes, la relación podría alargarse hasta el infinito. Tú misma puedes, a poco que lo intentes, ir completando esa lista.

Querida Luci, tengo la impresión de que cada vez que doblamos la rodilla ante un héroe de pacotilla, forjado por los medios, para lucrarse ellos y el supuesto “humano tocado por los dioses” (para nada imprescindible), cada vez que hacemos eso escupimos en la cara a aquellos que lo son de verdad.

Me quedo con estos, con los que van entregando su vida gramo a gramo. Con los que envejecen y se desgastan con el devenir de los años y se van agotando, sin que nadie les preste demasiada atención y me quedo también con los héroes que mueren jóvenes, como los de la Ilíada, como Ignacio Echeverría. Unos y otros tienen, para mí, algo en común: Han descubierto y practican (a su manera, con sus creencias o sin ellas, en el tiempo que les tocó vivir,…) las prioridades de un ser humano. Como sabes, para los héroes de verdad, no es lo mismo morir que perder la vida.

Que los suban a los altares, o les dediquen una calle, o sean portada de periódicos y telediarios, o los recuerden en silencio,… Eso no depende de ellos.

 

Heroicamente tuyo.