ATALAYA no es un grupo de teatro. Es mucho más. Es un laboratorio de investigación y creación en búsqueda constante. Desde que Ricardo Iniesta fundara ATALAYA en 1983 hasta la creación del Territorio Nuevos Tiempos en Sevilla, el proyecto no ha dejado de crecer en calidad y en originalidad obteniendo premios y elogios en los festivales más prestigiosos de Europa y paseando sus creaciones por los cinco continentes y, de paso,  se deja caer por Pozoblanco de vez en cuando. Esta es la cuarta visita que nos regalan y el personal, en plena era de la información, sin enterarse.

Quién se informó y sabía que el pasado viernes en El Silo habría oro molido (unas 200 afortunadas personas en el patio), disfrutó una vez mas con la frescura, la innovación y la imaginación que no conoce límites de ATALAYA. Durante 100 minutos trepidantes nos contaron una historia eterna sin un segundo de reposo. Toda la tragicomedia de la alcahueta Celestina contada por 7 artistas y creadores. Un bets seller de 1499 contado con la misma frescura que debió tener en el siglo XVI cuando conoció cientos de ediciones en España, antes de ser prohibida, y en toda Europa. Se notaba que la dirección de Ricardo Iniesta partía o se nutría o se reflejaba en el trabajo y la creación de los actores y de las actrices, como si fuera una dirección colegiada en la que director y actores se retroalimentan y construyen juntos. Y cuando muchos talentos se juntan, el resultado es un puro milagro humano construido con horas y horas de trabajo e investigación. Milimétrico.

No se puede pedir mas perfección y conjunción entre la iluminación y los espacios de actuación, entre los movimientos de actores y las recolocaciones de la escasa y utilísima tramoya, entre los diferentes roles que cada actor multiplicándose representaba, entre la música de las transiciones y el canto. Un regalo para los ojos. Una contínua sorpresa. Creo que tuve todo el tiempo la boca abierta, expectante, como un niño que va al teatro por primera vez y aguarda con ansia un nuevo truco. Y eso que era la segunda vez que veía la obra, que ya en la función de la mañana metimos en la sala a 500 bachilleres de Pozoblanco y Villanueva, en un solo corazón. Por la noche pude paladear aún mejor el regalo que nos obsequió el ayuntamiento por 10 euritos.

Y además, para los tiempos que corren, Iniesta ha recreado una Celestina muy actual y tan presente en el hombre como la que recorrió Europa de boca en boca y de libro en libro hace más de quinientos años. Cuando los libros y la información eran infinitamente más caros y preciosos que hoy. Hoy, que tenemos la información y tantos libros que no leemos y que, sin embargo, tan poco cultivamos el espíritu. El sempiterno dinero que inunda las primeras páginas de los periódicos. El ansia de dinero a toda costa. Robar, matar por él. La prisa en querer gozar pronto, rápido y aquí de cosas materiales y de cuerpos. Ese hedonismo exacerbado que nos domina y contagia… ¡Cómo sigue hablando la Celestina al hombre de hoy! ¡Qué poco hemos cambiado nuestras esencias!

Muchas lecturas más se pueden extraer de este montaje. Cada uno abre el libro por una página diferente. Pero lo que es seguro es que tardaremos mucho tiempo en olvidar esas imágenes expresionistas, como cuadros de Goya, que han quedado fijadas a nuestras retinas. Y también en las retinas de muchos de los jóvenes que, por primera vez, han visto teatro del bueno (mi hijo me dice que le han gustado muchísimo las actrices).

Quiero subrayar la importancia de un magnífico trabajo que pasa desapercibido: el de Lele y su ayudante que forman el equipo técnico del Silo y que, sé de buena tinta, pasaron la víspera montando focos y recortes durante 10 ó 12 horas. No es nada fácil montar con tanta precisión el encaje de bolillos que encargaría Atalaya. El buen nombre que está sembrando nuestro Teatro El Silo dentro del mundillo debe mucho al magnífico técnico que anda por los telares, por la cabina, camerinos como el habilidoso fantasma de la ópera.

Por lo demás todo sigue igual: la puerta principal del teatro sigue cerrada a cal y canto y no tuve más remedio que acceder por uno de los vomitorios de salida; en el vestíbulo no para nadie porque no hay nada que hacer ni que ver; y muchísimos guardias con porra,  especializados por alguna universidad en el difícil arte de… cortar entradas.

En fin, poco a poco.