Para Fran, Alicia, Antonio, Leticia, Soledad, José María, Conchi,… y tantos.
Querida Luci:
La canción me gustaba mucho antes de que nos viéramos en este coronavírico trance, pero tengo la impresión de que las circunstancias han convertido a este rescatado ¡Resistiré! en la banda sonora de mi vida y el verbo resistir se ha tornado una especie de mantra o letanía que, cuando la cosa va pasando de castaño a oscuro, aparece por todas partes sin que yo lo haya invitado a mi confinadora casa.
No voy a engañarte, a mí esta reclusión obligada y todo lo que la rodea me tiene en estado de shock. No soy yo mismo. No solo he dejado casi por completo de hacer ejercicio. Duermo mucho menos de lo deseable y como mucho más de lo que debería. Estoy, en general, bastante esaborío y apenas se me ocurre alguna idea interesante. Echo de menos el tener cerca a personas muy queridas y, además, me muevo casi siempre siguiendo iniciativas marcadas desde fuera. Releo libros de otras épocas. Corrijo cosas que escribí en otras épocas. Ordeno fotos que pertenecen a otras épocas… Hago limpieza y tiro a la basura libros, escritos, fotos,… de épocas a las que yo (el que ahora soy) dejé de pertenecer hace años. Como cualquier ser vivo sometido a situaciones extremas, (Éstas lo son) mi organismo prioriza, abandona lo superfluo y ¡Resiste! Y una de mis estrategias de supervivencia es sumarme a proyectos de personas más lúcidas que yo, que considero justos y oportunos.
Entre las iniciativas ajenas, en las que me embarco y embalcono cada día, se encuentra la de salir a las ocho de la tarde, a aplaudir a los que con su esfuerzo, su sentido del deber y su generosidad, mantienen en pie gran parte de este tinglado al que hemos dado en llamar vida en sociedad. Mi aplauso es, por un lado, general: Hacia sanitarios, cuidadores, recogedores de basura, transportistas, trabajadores de supermercados,… (Desgraciadamente, demasiados inútiles y prescindibles políticos, pasados de minutos de televisión, se empeñan en borrarse ellos solitos de la lista. ¡Con lo necesitado que se halla este país de líderes de valía!) Por otro lado, mi aplauso es particular. Mis palmas suenan emocionadas, mientras mi corazón pone nombre y apellidos y cara a personas cuyas historias conozco y cuyas luchas internas –no son héroes- al levantarse para ir al trabajo (hoy, actividad de alto riesgo) resultan agotadoras y muy dolorosas.
Como te decía, puntualmente, a las ocho de la tarde, salimos al balcón y aplaudimos. No importa el estado de ánimo ni cómo haya ido el día. En ese momento, carecen de interés nuestras miserias y nuestros achaques. A las ocho, tenemos un deber que cumplir. Sin matices. Sin reservas… Pero la cuarentena se alarga. Se alarga demasiado… y salir al balcón, después de un mes de clausura, es más que salir al balcón. Supongo que también ocurre en tu calle: Cumplida la obligación nuestra de cada día, una vez cesan las palmas, nos hacemos los remolones y llenamos los pulmones de ese aire que nos ha de durar hasta el día siguiente y miramos a los compañeros de fatigas y saludamos con la mano a los que nos pillan más retirados y tratamos de encontrar un hilo y tiramos de él, para darnos el lujo de hablar un rato… y es que, como aseguran algunos filósofos, si no podemos compartir lo que tenemos y lo que somos, esta vida no merece la pena ser vivida.
Existe otro virus terrible y de efectos devastadores que acompaña a la humanidad desde el principio de los tiempos y para el que no se han inventado vacunas milagrosas. Sus síntomas solo se combaten con la palabra, la compañía y el amor. No me cabe duda de que las nuevas tecnologías ayudan a paliar sus secuelas, pero no logran erradicar a este virus persistente que salta las barreras del confinamiento y se cuela en las casas, por más que te laves las manos. Su nombre es Soledad-no deseada, la cepa más peligrosa.
Cada día, al asomarnos a nuestra calle, que ahora vemos con otra perspectiva y otros ojos, nos encontramos con las mismas personas: nuestros vecinos. Los que siempre tuvimos al lado y saludábamos,… siempre lejanos en nuestra vida. Sin embargo, en ese momento, gracias a ellos palpamos que no estamos solos. Por eso, además, seguimos saliendo a aplaudir después de tantos días de cuarentena. Necesitamos ver y saber cerca a otros seres humanos.
Querida Luci, en esta reclusión forzosa, quizás, tu dieta diaria de Resistiré se acompañe de una sobredosis de cine y es más que probable que te hayas vuelto a topar con la repetidísima Pretty Woman. ¿Recuerdas el diálogo final? Chico pregunta a chica: “Y dime ¿qué ocurrió cuando él subió a la torre y la rescató?”. Y chica, como quien no quiere la cosa, responde: “Que ella le rescató a él”.
Cambia torre por balcón (o ventana o puerta) y tal vez sientas que, cuando sales a aplaudir a esos que nos hacen la vida más fácil y más segura, acontece un prodigio y al regresar adentro y volver a ponerte el chándal o la bata Color Esperanza–¡Resistiré! eres otra persona y te sientes y te sabes un poco mejor.
Embalconado, resistiendo y siempre tuyo.
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