Por Juan Aperador
Vamos con el segundo capítulo dedicado a la sanidad en los últimos años del Pozoblanco decimonónico en el que la higiene y la salubridad, como ya hemos visto, brillaban por su ausencia.
Pero si hay un documento en nuestro archivo municipal que refleje de manera fidedigna la situación sanitaria del Pozoblanco de finales del siglo XIX, ese es la Memoria Sanitaria de la Villa de Pozoblanco, realizada por el médico Rafael Bueno Arnalte y el farmacéutico, Francisco Castro Blanco, en 1894. Este estudio nos muestra una relación pormenorizada de las enfermedades de nuestra ciudad, sus causas y la manera de intentar prevenirlas. Además, nos ofrece un panorama económico y social del Pozoblanco finisecular en el que no nos vamos a detener, centrándonos tan solo en los aspectos sanitarios.
Respecto a las enfermedades más comunes y frecuentes que sufren los pozoalbenses –y por ende los habitantes de Los Pedroches- señala: “fiebres esenciales de todas las formas, predominando las intermitentes; flegmasías (inflamaciones) del aparato digestivo, del respiratorio y cerebro-espinal; las afecciones reumáticas y procesos morbosos comunes. También son frecuentes las afecciones cutáneas”.
Por otra parte, entre las enfermedades infectocontagiosas y que provocaban periódicamente epidemias, encontramos: influenza (gripe), viruela, sarampión, escarlatina, difteria, coqueluche (tosferina) y paperas. Haremos un inciso para explicar que, a finales del siglo XIX, todavía imperaba la teoría miasmática que aseguraba que las enfermedades contagiosas eran producidas por los miasmas, emanaciones fétidas de suelos y aguas impuras. Solo a principios del siglo XX se impondría la teoría microbiana, que señalaba a virus y bacterias como causantes de estas enfermedades.
Para los autores de la memoria, entre las causas que contribuían directa o indirectamente a perjudicar la salud de los pozoalbenses y a la frecuente propagación de epidemias, se encontraban: “pantanos y charcos en los extremos de la población; sumideros y estancamientos de aguas sucias procedentes de lavaderos públicos; proximidad de muladares o estercoleros; falta de alcantarillado total de los arroyos que atraviesan la población y, el estancamiento de aguas inmundas y remoción de las mismas por animales”.
Por otro lado, sobre el origen de la propagación de las enfermedades contagiosas, señalaban que, “la viruela fue importada por personas que la adquirieron de otras poblaciones haciendo un viaje; la gripe por propagación atmosférica”. Del sarampión y el coqueluche reconocen desconocer su origen.
Respecto a las medidas sanitarias a adoptar para evitar los frecuentes contagios, sugieren, entre otras: saneamiento de la población y establecimientos públicos; servicio de alcantarillado adecuado; desecación de pantanos; reformar talleres y fábricas para mejorar su salubridad; inspección sanitaria de tiendas de comestibles; ordenanzas municipales de limpieza de calles y alejamiento de estercoleros. Por otra parte, para atajar la epidemia una vez comenzada, recomiendan “el aislamiento completo de la persona atacada primitivamente, así como el de las que estén con ella en contacto para su asistencia y la desinfección de la casa, ropas y efectos que haya usado”.
Para que veamos la importancia de las estas enfermedades epidémicas y contagiosas en la mortalidad del Pozoblanco de finales de siglo, echamos mano a la clasificación que los autores de la memoria hacen de las causas de los fallecimientos en el quinquenio 1889-1893. De un total de 1.619 fallecidos, 339 lo son por alguna de estas enfermedades, más del 20%. Entre ellas destacan las fiebres tifoideas con 82 fallecidos, la disentería con 71, las infecciones palúdicas con 57, el sarampión con 53 y la difteria con 27 muertos en cinco años.
La memoria sanitaria también nos muestra una imagen más cercana y nítida de nuestra ciudad señalando otros aspectos interesantes. Entre ellos el abastecimiento de aguas, que califica, respecto a la potable, de suficiente para cubrir las necesidades de la población, “con fuentes públicas distribuidas en las afueras de la villa en sus cuatro puntos cardinales”. Igualmente indica que, en la mayoría de las casas, “hay pozos de aguas salobres que se destinan a riego, limpieza y uso doméstico”.
Por lo que respecta al desagüe y alcantarillado, apunta a que, “tanto los particulares y fábricas se verifica a dos arroyos que naciendo en el Noroeste y Este, convergen en el centro de la población, saliendo por Suroeste a desaguar al río Guadarramilla”. Estos arroyos están “alcantarillados desde su origen, excepto el segundo que corre al aire libre dos calles. Pasados ya por el centro siguen en alcantarilla algunos metros y, entre la calle Plaza (actual Plaza de la Constitución) y el Matadero (al final de Muñoz de Sepúlveda) sin alcantarillado… perjudicando sus emanaciones al vecindario, especialmente en calle Muñoz de Sepúlveda, Fomento, Ancha y Ángel”.
Las aguas estancadas eran, como ya hemos indicado, un problema por la proliferación de mosquitos que transmitían el paludismo. Aquí nuestros expertos señalan a las grandes canteras que circundan Pozoblanco y que son explotadas por los pedreros, “donde hubo extracción quedó un hoyo que recogiendo aguas llovidas y filtradas, sirven de lecho a restos vegetales y animales, siendo un foco poderoso de infección”. Se sugiere acabar con estas lagunas, así como dirigir las aguas de los “derrames de lavaderos públicos para evitar focos insalubres” y apuntan que, sería beneficioso, “la construcción de dos lavaderos cubiertos para las mujeres al estar al abrigo de la intemperie y protegidas de las inclemencias del tiempo”. Solo se construirá uno cubierto, el del Pilar de Los Llanos.
También nos enteramos, gracias a este informe, que el servicio de vacunación se lleva a cabo por medio de médicos, que lo hacen gratuitamente, y también por parte de practicantes. No existe “gabinete bacteriológico” ni “casas o asilos benéficos” y tampoco “casa de socorro”. Aunque “El hospital de la villa (Jesús Nazareno) tiene dos enfermerías”. Por último menciona que “El Ayuntamiento es pródigo para dar asistencia y medicinas gratuitas, teniendo clasificados como pobres a más de mil familias que gozan de aquel beneficio” (Un tercio de la población).
Para finalizar este detallado informe del estado sanitario de Pozoblanco, relataremos brevemente el estado higiénico de algunas infraestructuras de la ciudad. Comenzando por las escuelas. Existen ocho establecimientos oficiales (seis para niños y niñas, uno de párvulos y otro de adultos). Los locales que los acogen son “focos periódicos de mefitismo miasmático”, lo que viene a decir que son locales sin ventilación y con el aire viciado y argumenta, “seis horas hacinados, respiran aire insuficiente, sin oxígeno proporcional, cargado de ácido carbónico. Carecen de ventilación y de la luz necesaria”.
Respecto al mercado, aseguran que “carece la población de un local destinado a esto, se suple por la libre contratación en la plaza principal, en regulares condiciones”. Y hacen una recomendación, “Sería conveniente suprimir en absoluto las exhibiciones y venta del ganado de cerda en la calle Real. La permanencia de esta mercancía viva es un escarnio en toda la población, un insulto a la higiene, un mentís a la limpieza y un abuso intolerable para el vecino que en su puerta ha de sufrir tanta inmundicia tres meses consecutivos”.
Sobre la cárcel incide, “La del partido judicial está situada en el centro de la población en la calle principal, a 25 metros de la Casa Consistorial (en la calle Real)”. Y tiene “aspecto pobre a su entrada”, “mala distribución en sus departamentos”, “humedad en toda la planta baja” y “habitaciones pequeñas, sin luz ni ventilación”, “patio mezquino”, “no tiene enfermería”, “agua de un pozo no potable” y, “el calabozo de los presos de consideración es lóbrego y enfermizo”.
De mataderos y otras industrias escriben, sobre el primero, que está emplazado en el extremo Suroeste, dista 200 metros de la última casa y es de nueva construcción, siendo “sus desperdicios vertidos al arroyo que sale de la villa”. Hay seis grandes fábricas de hilados a vapor y la industria lanera con sus tintes y batanes, siendo estos los más insalubres porque “los ingredientes necesarios para el lavado y tupido de la bayeta son altamente perjudiciales para el industrial que permanece entre ellos y para la villa entera que sufren las emanaciones que exhalan, antes de llevarse a la fábrica, durante su aplicación y, por último, al atravesar el pueblo por la deficiente y no terminada alcantarilla”.
El informe también señala que los obreros pobres, operarios de fábricas y labradores, “habitan en casas de regulares condiciones” en las que por cuestiones económicas “crían uno o dos cerdos al año. Esta necesidad les hace tener dentro de casa un foco de infección”. Y finalizando puntualiza que es necesario, “inculcar a los vecinos lo insano que es almacenar los orines en vasijas, para obtener diez céntimos por cada cántara, que llevan a los batanes (se utilizaba para blanquear la ropa y curtir las pieles). Se desprenden vapores amoniacales y sustancias animales y vegetales putrefactas que perjudican la salud”.
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