La bandera arcoíris que representa al colectivo LGTBI+ ondea con más fuerza cada 28 de junio. Un día donde los tintes de reivindicación, que encuentran su origen en los disturbios en Stonewall (Nueva York) en 1969, siguen presentes porque la diversidad sexual aún hoy está castigada, perseguida y criminalizada en muchos países. La normalización de lo normal se resiente a asentarse y esa lucha por la libertad en el terreno más íntimo y personal sigue copando protagonismo. De libertad, de reivindicaciones, de logros y derechos adquiridos por el colectivo hablamos con Faustino Habas.
Pregunta: Empezando por tu experiencia personal, qué significó para ti reconocer tu homosexualidad o cómo fue ese proceso.
Respuesta: Como anécdota, por empezar, te contaré que la primera vez que llevé a casa a un chico como pareja mi madre me preguntó si alguna vez lo había pasado mal y le dije que no. Nunca me he considerado estar dentro del armario, por decirlo de alguna manera, lo he vivido como he querido, me han educado en esa libertad, en casa nos han educado en igualdad de derechos y tareas a todos los niveles, práctico y teórico. Nunca me he sentido cohibido, cuando fui creciendo fui teniendo relaciones con chicas y cuando empecé a tenerlas con chicos lo viví de manera natural sin ponerme trabas. Es cierto que me tomé un tiempo para asumir el cambio que se estaba produciendo, pero no ha sido nada traumático nunca ni he sentido que he estado en ningún armario.
P: ¿Le costó asimilarlo a tu entorno?
R: No. Eso es lo que ha facilitado y ha hecho que yo me pueda expresar y sentir con naturalidad, que lo vean con normalidad. En casa nos han educado muy libremente, sin cuestionarnos lo que estábamos haciendo más allá de hacer las cosas bien.
P: ¿Qué significa para ti que se celebre del Día del Orgullo?
R: Hace tres años Ventana Abierta me pidió leer el manifiesto, querían en el manifiesto contra la violencia de género conmemorar el Día del Orgullo, pero sobre todo exponer las reclamaciones que el colectivo hace de algún modo a las administraciones. Siempre, tanto aquel año como todos los años, se plantea la pregunta de por qué no se celebra el día del orgullo heterosexual y yo me acuerdo de una cita Anthony Venn-Brown, un pastor australiano evangélico, que decía que el día del orgullo no nace de la celebración de ser homosexual, nace del derecho a vivir y poder amar con libertar sin ser perseguido por ello. Es preferible que como heterosexual te alegres de que no se celebre ese día porque nadie te está persiguiendo o señalando con el dedo por amar como amas.
P: Me refería a esa reivindicación, ¿no te da rabia tener que luchar por unas libertades que atañen a lo más íntimo de una persona?
R: Pues sí, al fin y al cabo, hablamos de que nos queremos sentir libres por nuestra manera de amar, no reclamamos estar por delante de nadie en ninguna faceta de la vida, simplemente que quiero ser libre para amar y ser yo. Da coraje tener que seguir celebrando este día en modo reivindicativo. Llevamos en España quince años desde que se aprobó la ley del matrimonio igualitario y esta semana se han vuelto a ver noticias de la paliza a un chico al grito de maricón. Al Ayuntamiento de Cádiz le han denunciado por colgar la bandera gay, en un pueblo de Málaga vuelve a haber tres denuncias contras las banderas y el pueblo saca más banderas. Da rabia que no se acepte con normalidad, es una reclamación del derecho de ser libre por encima de todo.
P: ¿Tienes la sensación de que estamos retrocediendo? Me explico. Hace unos años se respiraba una evolución que parece haberse frenado con discursos a los que se les da mucha relevancia, principalmente desde la entrada de la extrema derecha en el arco parlamentario.
R: Nos tenemos que enfrentar a la guerra del relato, la guerra del relato hace que las posiciones se polaricen mucho y eso está llevado a discursos muy extremistas. Tú y yo somos, por edad, carne de los 80, hemos crecido con una televisión más libre y plural, aunque parezca mentira, la libertad que había antes en los medios no la hay ahora. Esa libertad ahora no es real por el hecho de que en el momento en el que te pronuncias de una u otra manera sabes que vas a recibir críticas, pero la pena es que vas a tener un dedo acusándote de algo, vas a recibir ataques.
Soy consciente de que no soy la primera persona a la que has escrito para esta entrevista, sin saber los motivos que han llevado a esas personas a decirte que no, sé que es por miedo a la caverna, porque te van a señalar. El hecho de contestar a unas preguntas a un medio significa estar más expuesto, más allá de que tu cara sea más reconocible o no. Y sopesas la posibilidad de quedarte como estás, pero es que a mí la gente me conoce, hace cuatro años cuando volví al pueblo era un desconocido y eso cambió a los pocos meses, la gente te va conociendo. Nunca he tapado cómo he vivido y el hecho de vivir como vivo y tener libertad a la hora de tener pareja ha provocado que hace dos años me insultasen por la calle aquí en el pueblo, algo que no me había pasado fuera. Igual que otra gente, que por otras condiciones no por sexualidad o identidad, tiene que enfrentarse a críticas y amenazas de otro tipo.
P: Por lo que cuentas, has sentido ese dedo acusador.
R: Sí, hace dos veranos, en la noche de Al Fresco, nos increparon, insultaron y amenazaron a mi novio y a mí. No íbamos haciendo nada, ni cogidos de la mano, y escuchamos el grito de «maricones os vamos a matar». Eso me ha pasado dos veces aquí.
P: ¿Cómo reacciones ante una situación de ese tipo?
R: Primero te acobardas, te alteras mucho. La primera vez que me pasó lo hicieron sin enfrentarse, me gritaron al salir de una discoteca y los ignoré. La segunda vez fue en la puerta de casa, te sientes violento, incapaz, aunque tampoco ellos tienen la valentía de decírtelo a la cara, salieron corriendo en el coche. Mis amigos me animaron a denunciarlo, pero solo lo hice en redes sociales. En estos momentos que se están radicalizando tanto las posturas, mucho más tras el confinamiento, hay más actos de violencia contra el colectivo LGTBI+, pero también actos de violencia verbal tan solo por pensar diferente.
P: Me hablabas antes de la educación como elemento clave para que no hayas pasado por un proceso traumático.
R: Cuando empecé a plantearme si me gustaban los chicos o empecé a tener sensaciones extrañas en conversaciones con mis amigos porque ellos solamente se fijaban en los chicas, yo no solo eso, sino que me había fijado en las chicas un poco por lo que había sido mi ritmo vital, escuché o recuerdo comentarios de mis padres en broma pero que iban encaminados a allanarme el terreno. Recuerdo estar hablando de otras personas y a mis padres diciendo «de qué nos vamos a escandalizar ahora si la gente puede querer como quiera», esos comentarios eran para decirme, di lo que tengas que decir cuando lo tengas que decir. Pero nunca tuve que decir nada, no llegué a casa y dije soy gay. Cuando tuve pareja por primera vez, ya cerca de los treinta años, lo traje a casa por circunstancias y con normalidad entró en mi casa.
P: Hablábamos antes del entorno, ¿cómo fue la época del colegio?
R: A todos nos ha pasado, hayamos sido el objetivo o no, de que el que es un poco diferente ha estado señalado y en mi caso fue así. En clase había un niño más amanerado de la cuenta y una chica más masculina de la cuenta, fuimos señalados por eso, pero no hubo un acoso grave. Sí es cierto que en un momento de enfado pues te decían la palabra mágica y te sentías repudiado por algunas personas. En mi caso era más aceptado por las chicas y a mi compañera le pasaba lo contrario porque jugaba al fútbol. Conmigo nunca han llegado a las manos, también porque he tenido una lengua muy afilada y sabían que no me iba a quedar callado, nunca se llegó a mayores.
P: ¿Y herramientas pedagógicas, charlas para avanzar en esa normalización?
R: En el colegio no, en el instituto sí había profesores que trataban el tema. También es cierto que conforme ibas creciendo se iban normalizando ciertas actitudes, ya en el instituto te encontrabas que no eras el único en la clase. Yo no asumí mi condición sexual hasta llegar a la Universidad, no tenía relaciones con chicas a esa edad, pero es que mis compañeros tampoco, no pasabas de darte cuatro besos.
P: Y llegas a la Universidad y me imagino que el mundo se abre en todos los aspectos.
R: Vives con más libertad porque estás amparado por el anonimato, algo que también me pasó en el pueblo cuando volví después de quince años.
P: ¿Es más complicado ejercer estas libertades en un entorno rural?
R: Vuelvo a repetir que yo no he sufrido episodios desagradables, pero mi actual pareja ha sufrido muchos más abusos tanto en el colegio, como en el instituto como a nivel de pueblo, que es algo más pequeño que Pozoblanco. En esto sí pesa la ruralidad de manera negativa porque hace que el círculo sea más pequeño, no por otra cosa. En la ciudad no me he visto acusado o perseguido, pero amigos que vestían de manera algo más llamativa sí lo han sido. El anonimato en una ciudad para algunas cosas te beneficia.
P: ¿Dónde está la clave para la tolerancia?
R: En la educación y la normalización, lo tengo claro. Es normal que me pueda agarrar de la mano con mi pareja, aunque no lo haga porque tengo pudor.
P: Pero, ¿tienes pudor por tu intimidad o porque tu pareja es un chico?
R: No, tengo pudor porque soy pudoroso de mi intimidad. No me gusta besarme en la calle o agarrarme de la mano, pero si lo hago no pasa nada, el hecho es poder hacerlo con total normalidad, dar naturalidad a que dos chicos o dos chicas puedan besarse. Eso se observa en las generaciones que vienen. Llevo muchos años trabajando con niños y es curioso que en ambientes rurales, donde todo esto va con más retraso, ya lo ven con normalidad. Por ejemplo, tuve el caso de un niño que es adoptado, tiene dos madres y hubo una niña que se quiso reír de eso. El resto de niños la corrigieron y llamaron la atención al instante. Luego hablamos de ese tema. Pero la clave está en la normalización a través de la educación.
P: A lo largo de estos años también se han conseguido hitos importantes como la ley del matrimonio igualitario o el hecho de que una pareja homosexual pueda adoptar. ¿Cómo vive esas conquistas de derechos?
R: Estaba estudiando la carrera cuando se aprobó la ley del matrimonio igualitario y lo celebré como un triunfo social por parte del gobierno de turno, la pena es que no todos los partidos la apoyasen. Lo cierto es que ahora también los partidos conservadores miran mucho ir en contra de estos aspectos porque dentro de sus partidos hay gays y lesbianas que lo han reconocido abiertamente. Además, es que el hecho de que esa ley la aprobara un partido de izquierdas no significa que todo el colectivo sea de esa tendencia ideológica.
El tema de la adopción, aunque se puede, creo que las parejas de hombres que económicamente pueden o están de acuerdo con el método recurren a la gestación subrogada, en el caso de mujeres recurren al embarazo de una de ellas. Los trámites son largos y costosos y siempre van a estar por delante parejas heterosexuales, por desgracia.
P: Decías antes que la ley del matrimonio igualitario fue aprobada por un gobierno progresista. Tengo la sensación, a propósito de eso, de que algunas luchas se están desvirtuando intencionadamente por la intromisión de la política. Pasa algo parecido con el feminismo.
R: Yo no soy representante de nada, no he sido abanderado nunca de nada, no soy amigo de las banderas, más ahora que se utilizan de manera excluyente y como arma arrojadiza en lugar de ser inclusivas e identificativas. Igual que tampoco soy amigo de patrimonializar ninguna reclamación. Obviamente, las reclamaciones que ha tenido el colectivo son propias porque las han abanderado, pero el colectivo no estaría presente ni hubiera arrancado con fuerza, por ejemplo, sin el apoyo del feminismo ni de las mujeres. Y hoy dentro del propio feminismo hay una corriente en contra de la transexualidad. Todo se va desvirtuando, el ser el propietario de una reivindicación es algo complicado. Para mí, el colectivo ha reclamado la libertad de poder amar y sentirte como te sientas en tu género o tendencia sexual, pero más allá de eso hay colectivos que intentan englobar y otros que son excluyentes, yo prefiero unir.
P: La semana pasada Pablo Alborán dijo que era gay. Más allá del hecho en sí, del momento en el que lo hace, subyace detrás de esa confesión una falta de libertad y de negación de sí mismo.
R: Hay gente del colectivo que lo ha criticado muy duramente, yo creo que a nadie le ha pillado por sorpresa. Que lo haga es positivo porque la visibilización y la normalización siempre van a ser algo positivo. Ojalá nunca más haya que volver a decir cuestiones así y tener que decir, soy homosexual. Me temo que el hecho de decirlo es por presiones, por decirlo él antes de que se publique nada al respecto.
Yo repito que no llegué a casa y dije me gustan los chicos, no sentí esa necesidad porque no tenía miedo al rechazo, la pena es que haya gente que todavía tenga que dar explicaciones. Dentro del colectivo pienso que no debería obligarse a nadie a tener que decirlo, simplemente bastaría con presentar a tu pareja dándole normalidad.
P: La última, ¿te molestan los estereotipos alrededor del movimiento?
R: El estereotipo y los tópicos están presentes, yo trabajo con ellos en el teatro, me sirven para mi trabajo. Lo que me molesta es que se ridiculice, que se utilicen con crueldad. Hay reglas escritas que se siguen cumpliendo y no sabría darte una explicación, por qué hay ciertos trabajos que desarrollan más las mujeres que los hombres, por qué los hombres que desempeñan esas profesiones suelen ser homosexuales. Por qué hay colectivos laborales en los que no es negativo o no te condiciona el hecho de declarar tu homosexualidad y otros sí, incluso dentro del mismo gremio.
No obstante, dentro de algunos años, cuando esté más asumida la intersexualidad, el género fluido, la gente identificará claramente a estereotipos dentro de esas identidades más concretas y más difíciles de identificar ahora y que generaciones más jóvenes las tienen más asumidas que nosotros.
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