La llegada de las primeras dosis de la vacuna supuso un respiro para las personas que se encuentran en los grupos prioritarios en el proceso de vacunación. Con una alegría a la altura de lo que implicaba se recibieron unas dosis que venían a significar el principio del fin. Sin embargo, la realidad de la pandemia se ha vuelto más cruel si cabe golpeando a centros residenciales que ya habían iniciado ese proceso alargando, por tanto, el camino hacia la inmunidad. Una realidad que deja un amargo poso de impotencia, pero ante la que también se ha respondido dando un paso hacia delante por parte de los profesionales. Uno más. 

Preservar la salud para llegar a esa segunda dosis y completar el proceso de inmunidad se ha convertido en la clave, es el objetivo que persiguen todos los centros de la zona. En algunos de ellos, sus profesionales, parte indiscutible del alma de cualquier centro, han apostado por los confinamientos voluntarios para completar el proceso y minimizar los riesgos de un posible contagio. En la Fundación Prode conocen a la perfección ese paso dado por sus profesionales ya que hasta en tres centros se vive esta realidad desde la semana pasada: en la residencia de apoyos extensos y/o generalizados de Peñarroya; en la residencia de apoyos extensos y/o generalizados de El Viso; y en las viviendas tuteladas de Pozoblanco. Con las directoras de estos dos últimos centros, Ana García y Carmen Larrea, hablamos sobre este confinamiento que busca rozar el fin de diez meses ininterrumpidos de incertidumbre. 

Desde el 22 de enero hasta el 10 de febrero durará el confinamiento voluntario de los trabajadores de la residencia de El Viso, para lo que se han dispuesto dos grupos implicando a un total de 19 profesionales. Vacunados con la primera dosis el 13 de enero, la segunda llegará el 3 de febrero, pero se aguantará hasta la semana que se marca a partir de recibir esa segunda dosis para llegar a la inmunidad. «Fue una decisión que propuse viendo la situación actual y analizando que una vez que entra el Covid en los centros, por mucho plan de contingencias que tengas elaborado, la realidad es que nunca lo que pasa se ajusta al documento y por la experiencia de compañeros sé que la situación se desborda», explica la directora Ana García. Pensando en el estrés psicológico que esa realidad genera, valorando todas las opciones para salvaguardar la salud de los usuarios y sopesando lo que conllevaría volver a sectorizar el centro, a trabajar y convivir por grupos, García intuyó que el confinamiento voluntario era la mejor vía para conseguir el objetivo. 

Esa idea fue expuesta a un grupo reducido de trabajadores que la valoró como la mejor opción, algo que más tarde haría el resto de profesionales. Una decisión en la que se tuvo en cuenta también la carga emocional acumulada con usuarios que han visto su libertad coartada, sus salidas restringidas al máximo; y de unos profesionales que llevan meses conviviendo con el miedo. Una sensación, la del miedo, que es compleja de eliminar porque «pienso en el grupo que entra el día 1, vienen con las pruebas, pero a veces se positiva después y esa incertidumbre es algo que no se va». 

Idéntica situación, aunque con un grupo más reducido, se vive en las viviendas tuteladas 1-3 que la Fundación Prode tiene en Pozoblanco. Su directora, Carmen Larrea, apunta que «es la última carta que podíamos jugar, cuatro trabajadoras se ofrecieron voluntarias y están confinadas con ellos desde el 20 de enero. La tercera ola nos ha golpeado muy fuerte y para nosotros es fundamental que los muchachos lleguen a la segunda dosis porque llevan diez meses de encierro, no pueden salir sin supervisión, no pueden ver a sus familiares, no pueden ir a sus casas, es una situación muy compleja». «Siempre hemos estado con el miedo porque donde más ha azotado es en las residencias, pero nunca pensé que tan cerca del fin estaríamos así, da mucha rabia porque hemos aguantado mucho». explica Larrea.

Admiración para los profesionales, reconocimiento para los usuarios

Hablamos, como lo hicimos en los meses de marzo y abril con los primeros confinamientos voluntarios en residencias, de un paso que va más allá de las obligaciones que tiene cualquier profesional. Una renuncia a la vida de fuera, a la familia de fuera, por proteger a la creada dentro de los centros. Ana García explica que «lo hacemos porque al final ellos son también nuestra familia, vivimos con ellos. Las personas con discapacidad te dan mucho, es más que gratificante el trabajo con ellos, no hay en ningún trabajo en el que llegues y te reciban con abrazos, besos, con un cómo estás. Forman parte de tu vida y no te puedes desvincular de ellos». Un punto en el que coincide su compañera Carmen Larrea que destaca el esfuerzo realizado por los trabajadores porque «son ellos los que han hecho posible que podamos llegar a la segunda dosis, han sido unos meses muy duros por el miedo constante a poder traer de fuera el virus». 

Un esfuerzo que merecerá la pena con la ansiada inmunidad porque como explica Larrea «es complejo explicar a las personas con discapacidad esta situación, ha supuesto para ellos un cambio radical. Nuestros muchachos son personas autónomas que iban a su escuela, a dar paseos, a comprar y eso se les ha acabado. Han visto a sus familias muy poco, en Navidad hicieron el esfuerzo de no ir a sus casas en beneficio de todos por lo que esta única carta de la que hablaba merece la pena si sirve para recuperar parte de lo perdido durante estos meses». 

Los vínculos en estos meses se han forjado de otra manera, se han hecho más fuertes y eso se nota en estos días de confinamiento donde el contacto con los usuarios se acrecienta, pero también con los propios compañeros de trabajo. Una unión que tiene el objetivo que se persigue desde marzo, blindarse ante el virus. 

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