Mudarse no le gusta a nadie o a casi. Es horroroso decidir que te tienes que mudar y sobre todo es horroroso el porqué te tienes que mudar. A veces esto último es lo más desagradable. Luego viene el cómo hacer las cajas y los paquetes, el acarrear muebles y toda esa parafernalia mudancera. Ese sofá atascado en medio de la escalera es el fracaso. Qué frustrante.
Recuerdo cristalinamente la primera vez que me mudé: todo queda atrás. Hay bolsas llenas de objetos que son una vida perdida. El calor de las casas sólo lo da el placer vivido y eso no se puede empaquetar. No se recupera y es una pena. Las mudanzas son la zozobra de la vida. Háganme caso. Cargarlo todo en una furgoneta es muy duro, salvo en la pérdida; y aún así no es lo que más duele: duelen más los calcetines desemparejados.
Sin embargo, la primavera que es una mudanza de lo vital nos llena de alegría y de felicidad. Este es el casi. Y sobre todo viniendo desde donde venimos. La casa que ha sido este durísimo invierno donde la pandemia ha arreciado con fuerza y que nos ha hecho no levantar la cabeza desde las navidades. Llevamos dos meses haciendo paquetes y llenando bolsas para venir al día de hoy. El sofá se ha atascado en la curva de las escaleras; pero bien.
Sin embargo, en esta casa con patio a cielo abierto a donde estamos trayendo todos los muebles (los que nos quedan: esa es la pérdida) a diferencia de otras mudanzas nos ilusiona y nos hace echarnos cuentas de que quizás esta sí será por fin nuestra casa. La casa donde crecerán los rosales, donde pasaremos largas tardes sentados al fresco hablando con las vecinas sin miedo y donde si va la cosa bien lo mismo nos hacemos una piscina y este verano nos bañamos. Ojalá.
Pero hay algo que no he dicho. En las mudanzas que son la cosa más horrorosa del mundo o casi, donde todo queda atrás, también dejamos atrás lo malo. Lo que no queremos que vuelva. Aunque alguna caja se cuela con algo que no queríamos recordar de lo vivido en la casa anterior. Esas cajas te las sueles encontrar cuando estás muy cómodo en tu casa nueva. Cuando ya la has hecho tu casa. Entonces una tarde te asomas al altillo de un armario a buscar una manta porque hace frío y te la encuentras. Te dices ¿y esto?, y piensas: es una caja de la mudanza. La cosa es si decides abrirla. No la abras.
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