Querida Luci:
Aunque se trate de la primera máquina para editar películas de cine, a muchas personas de mi generación les sonará como un sistema que permite repetir una secuencia, generalmente deportiva, con el fin de analizar su contenido. La palabra, efectivamente, se popularizó a través del programa Estudio estadio. De la moviola recuerdo el prodigio de ver a los futbolistas en su afán de conseguir el ansiado gol y, de pronto, quedar paralizados y, gracias a la ingeniosa máquina, desandar el camino, levantándose del suelo como un resorte y correr –siempre hacia atrás-, habiendo sufrido patadas o golpes durísimos. Lo sucedido en el partido ya no tenía remedio pero, por un instante, la moviola transmitía la ilusión de que, tras una zancadilla o error fatal, era posible deshacer lo ocurrido. Como digo, se trataba de una sensación irreal, pues el final de la jugada se hallaba escrito, por más retrocesos y repeticiones que mostrase el realizador.
En este ejercicio de ilusionismo, iba más lejos el programa La segunda oportunidad (1978). En su cabecera, asistíamos al choque frontal de un vehículo contra un enorme bloque de piedra en mitad de la carretera. Acto seguido, a cámara lenta y llevándolo hacia atrás, la moviola devolvía su forma primitiva al amasijo de hierro y chapa en que el coche se había convertido y este tornaba a circular como al principio pero, al toparse de nuevo con la piedra, ahora a velocidad más moderada, el conductor reaccionaba a tiempo para esquivarla y seguir su camino. Mientras, escuchábamos la locución: “El hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. De todas formas, que bueno sería contar, en ocasiones, con una segunda oportunidad.”
Hace algún tiempo, observando las imágenes del asalto al Congreso de los Estados Unidos, incrédulo, contemplaba a todos aquellos –muchísimos- seres humanos que no solo se exponían a un grave peligro, sino que deslegitimaban a sus representantes y a las instituciones democráticas, poniendo en un gravísimo aprieto al propio sistema. Sin irse tan lejos, recientemente, hemos presenciado las protestas en defensa de Hasel: Ahora, “Famosísimo rapero y adalid de la libertad de expresión, en una democracia no-plena…” Mirando esta desmesura me vino a la cabeza la moviola y traté de imaginar a aquellos hombres y mujeres corriendo hacia atrás, hasta regresar y reinsertarse cada uno en su casa o en su trabajo y volver a ser lo que fueron antes –mucho antes- de tomar la decisión de acudir a merodear por el Congreso o a quemar contenedores para defender así los valores democráticos o salvaguardar la libertad. Y deseé que nada de lo que nos mostró la televisión hubiera sucedido.
Puestos a desear, ansiaba que aquel sinsentido se hubiera solventado de manera sencilla, casi de pensamiento mágico, pero sé que tales fantasías no ocurren en la real vida real y que los problemas complejos jamás se resuelven de un plumazo y sin despeinarse. Agarrarse a esas soluciones simplonas nos estanca de por vida en un infantilismo irresponsable con una falsa percepción de la realidad y la sensación de que nuestros errores hallarán desenlace de cuento de hadas: desandaremos, cual Pulgarcitos, cualquier camino. Y nos convence de que obremos como obremos, siempre estará garantizada una fantástica marcha atrás. Cayendo en esa trampa, ya no entendemos que, para crecer, es indispensable reconocer los errores cometidos y aprender de ellos para tratar de no repetirlos, en lugar de negarlos y correr hacia atrás, escondiéndolos, con disimulo, debajo de la alfombra.
Querida Luci, la crispación y el enfrentamiento sin alternativas y sin calcular su coste altísimo; la desinformación deliberada; la incapacidad para el entendimiento y la concordia; la banalidad y la diversión a toda costa, como derechos irrenunciables; el priorizar lo irrelevante frente a lo esencial y el todo vale, si sirve a mis intereses; las adhesiones inquebrantables: Conmigo o contra mí;… que se respiran en demasiadas tribunas, nos arrastran hacia metas inciertas y peligrosas. Sin ser del todo conscientes, siguiendo a unos líderes (deportistas, youtubers, políticos, opinólogos, propagandistas, famosos y famosillos,…) demasiados de ellos, ineptos, irresponsables y nada de fiar, nos encaminamos, aunque aún no divisemos la meta, hacia callejones sin salida en forma de asalto a escaleras de congreso o barricadas de contenedores ardiendo, entre otras. Si no lo remediamos, acabaremos dinamitando lo que –sin ser una panacea- es casi lo único que nos queda en pie, en el marco de convivencia que nos ampara.
Sin ánimo de ser aguafiestas, mientras estemos a tiempo, me aplico el lema del viejo carpintero o la vieja modista –sabios-, que asegura: “Hay que medir dos veces, porque solo una vez se puede cortar.” Y me pregunto: ¿Qué camino estoy siguiendo y a dónde me lleva? Pues, para cuando algún analista pueda congelar la imagen y jugar con nuestros pasos hacia adelante y hacia atrás y, sirviéndose de la moviola, dictamine dónde cometimos el error garrafal, ya nada tendrá remedio.
Nos lo dejó cantado Carlos Cano: “Pasito palante, ninguno patrás.” y siempre tuyo.
Gracias a las personas que nos hacen la vida más fácil con su trabajo y su esfuerzo generoso. Y a quienes sufren por la Covid-19 en nuestros pueblos de Los Pedroches, un fuerte abrazo y todo mi ánimo.
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