Somos débiles. Así en general. No me gusta generalizar y de hecho creo profundamente que la Verdad está en el matiz. Sin embargo, nuestra debilidad como sociedad y como nación se demuestra día a día. El comienzo del siglo XXI se ha caracterizado por hacer de lo impostado una necesidad y por la falta de mesura. Algo que a fin de cuentas viene a ser lo mismo. La exposición pública a través de las pantallas, que nos hace impostar, nos obliga a la desmesura y a subir el tono para destacar. He ahí la debilidad.
Hay más debilidades. El miedo y la incompresión. Qué triste todo. Gente hay de todo tipo: amable, siesa, estúpida, buena, solidaria, malvada, leal, traicionera… Toda débil al fin porque todos tenemos miedo: el otro motor del mundo. La incompresión es la que lo trae. Las personas tememos lo que no comprendemos y tendemos a destruir aquello que tememos. Ahora llega el odio. La peor debilidad. Sólo nos salvará el amor y la empatía.
Es insoportable el ruido que gira alrededor de hasta lo más banal. Es insoportable el mensaje de odio que se ha instalado en nuestra sociedad y que me hace pensar que desde la incomprensión al odio sólo hay un tuit. La incomprensión, el miedo, la necesidad de impostar, la desmesura y el odio. Estamos al final de algo.
Es trágico, además, que para superar nuestras debilidades recurramos al odio y no a la comprensión y el amor; no a la solidaridad entre los seres sociables y morales que somos. Nos convertimos en jauría y destruimos con saña aquello que no comprendemos. Señalamos quién es el enemigo.
Un ejemplo. Hace una semana más de 10 personas persigueron a un chaval de 24 años por las calles de La Coruña a las 3 de la mañana y lo mataron. Antes de morir, en el suelo y mientras jadeaba de cansancio, le rompieron a patadas varios huesos de su cuerpo. Lo quebraron. Finalmente una patada en la cabeza (en la cabeza, por amor de Dios) le provocó una herida tan profunda e hiriente que los médicos de emergencias no fueron capaces de reanimarlo después de 40 minutos intentándolo.
He descrito el asesinato con detalle y crudeza para que se aprecie la saña. Odiaban a ese chico porque no comprendían su manera de amar y por tanto le tenían miedo y por eso lo persiguieron y lo destruyeron. Samuel era un tipo valiente. Fue valiente al responder a aquella jauría “¿maricón de qué?”. Los débiles son ellos.
El problema es que los más temerosos trasladan ese mensaje de odio de forma impostada a más gente con la que no empatizan y que por tanto no comprenden: pobres, feministas, emigrantes o el vario pinto rojerío. Y, ojo, comprender no es compartir, es lo que nos hace más fuertes.
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