Vivir sin fe es horroroso. Sobre todo cuando la has tenido y sobre todo cuando te gustaría volverla a tener. El otro día leí que había muerto Pedro Arriola, un asesor electoral del Partido Popular -ley y orden de Aznar y Rajoy. Gurú antes de los gurús- y leí que meses después de los atentados del 11 M en 2004 dijo: «Infravaloramos el trasfondo católico de la sociedad española». No puedo estar más de acuerdo: la fe católica y su cultura es un poso tan grande en España que, sin entenderla hasta su Ser más profundo no podemos comprender y digo: ninguna de las decisiones, sentimientos ni siquiera alguno de los comportamientos más mínimos, que los que nos hemos criado en ella; podemos tener. Puedes pensar que no, puedes pensar que tu visión de la vida es superior a esto mismo, puedes creer que lo católico no imprega ni una de las miradas que le das a la vida. Pero no.
No hablo de Santa Madre Iglesia, ni de la Semana Santa, ni de cualquiera de las manifestaciones religiosas populares: del Corpus a la Inmaculada pasando por la Navidad o Adviento. Hablo de la continua Cuaresma en que vivimos desde que nos desposeen del Pecado Original. El Bautismo tras nacer es una coadyugación que te marca de por vida aunque apostates y te reveles como ateo. Es la jaculatoria negra, que decía Manuel Vicent. Una blasfemia constante sobre nuestras vidas. La escalvitud de Nietzhche. La negación de lo vital. Está tan dentro de ti que aun sabiéndolo te supera tanto que te hace no entender por qué tienes esa necesidad irremisible de perdón. En lo católico todo acaba ahí: en el perdón.
La culpa es la más estricta regla de la moral que nos dejó el nazareno. Y siempre está. Está en cada uno de tus malos pensamientos, en cada uno de tus actos impíos, en todas y cada una de las veces que te comportas como un pagano y te sientes sucio y no eres capaz de responsabilizarte del daño que causas. Como cuando le gritas a tu madre, como cuando miras con envidia y asco al coche del vecino, como cuando te alegras de la muerte de alguien al que odias aunque luego lo entierres bien (y de eso en España sabemos mucho); y luego, después de todo la tienes: la necesidad irremisible de perdón. No hay verdad en esto y con todo es la única manera de comportamiento que tenemos. Este es el triunfo Dios: tener la inquisición en la cabeza. Piensa esto despacio y vuelve a leer la frase anterior.
El Hombre es un ser racional, toma decisiones en cuanto es capaz de elegir libremente, es decir, sin coacción; y la culpa es una de ellas. También es un ser social, esto es, tenemos la necesidad (y digo necesidad en su sentido más amplio: sobrevivir) de vivir los unos de los otros desde el mismo momento en que salimos del útero materno: un niño no puede criarse, beber o alimentarse sólo. Y por todo lo anterior el Hombre es un ser moral: si vives en sociedad y de los otros y a la par eres un ser racional necesitas normas de comportamiento. Y es ahí, aquí, dónde hay que entender que la moral que nos hemos dado y nos damos las sociedades occidentales cristinas, y sobre todo los culturamente católicos; donde nos movemos en la vida, la muerte, el amor y la familia entre la fe, el perdón y la culpa.
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