Luis Planas, consejero de Agricultura de la Junta de Andalucía, ha anunciado que no va a seguir al frente de su delegación cuando Susana Díaz se haga cargo del gobierno andaluz, tras la marcha de José Antonio Griñán. Una decisión que está dando qué hablar y que está despertando un miedo lógico dentro de este sector estratégico para Andalucía y para Córdoba.

«Planas fue un técnico que supo ser firme y entenderse con el Gobierno para llegar a acuerdos importantes». Así lo definen aquellos que sentados a su mesa han negociado, junto con el ministerio del ramo, muchas de las buenas noticias que está recibiendo el campo andaluz. El que será ex consejero, cuando el aparato del régimen andaluz haga su relevo en la sala del trono socialista, ha sabido ceder donde debía para facilitar que Arias Cañete sacara la mejor norma de calidad del ibérico que se recuerda, para que Agricultura pudiera sacar una ley de la cadena alimentaria, que busca acabar con los abusos, y para que la Política Agraria Común (PAC) tenga una aplicación que no condene al campo andaluz, como sí lo hacía la propuesta inicial de Bruselas que Rosa Aguilar no supo negociar.

El entendimiento entre Luis Planas y Arias Cañete ha sido bueno para Córdoba y para Andalucía. Ahora, tras anunciar su marcha, los temores surgen contra la posibilidad de que un perfil como el de Clara Aguilera, a la que Planas relevó, ocupe el puesto. El entendimiento será confrontación, el trabajo silencioso entre administraciones serán titulares de prensa y la cordialidad, y los buenos resultados, serán un compendio de sin razones para nuestros agricultores y ganaderos.

Las aspiraciones de Planas de ser líder del PSOE andaluz, en contra del oficialismo, pueden hacer que todo lo andado en dos años se desande y que las ganas de tapar la sangría de los ERE lleve a nuestro campo a un frenazo en seco por culpa de algún talibán socialista, que use el sustento de las familias andaluzas como arma arrojadiza para tapar sus propias vergüenzas.