Por Juan Andrés Molinero Merchán
Pozoblanco distingue, por fin, al eminente polígrafo de la ciudad. El prócer está sobrado a estas alturas de honores y distinciones de las más altas instituciones nacionales e internacionales, y nada precisa para mayor lustre de su excelente curriculum personal. No obstante, hay cosas necesarias que deben hacerse por decencia, honestidad y cumplida consideración con quien es hijo de la Ciudad y posee valores de notabilidad y excelencia. Más aún, cuando existe un consenso generalizado y completo, desde hace años, de otorgar dicha distinción.
Muñoz Machado destaca en el quehacer académico, profesional y personal –como bien decía en la despedida jubilar universitaria su colega el profesor Benigno Pendás– por hacer muchas cosas y bien, por su rigor y solvencia. Es cierto. Sus ingentes avales están a la vista: catedrático universitario de referencia (Derecho Administrativo), siendo maestro de maestros (doctor honoris causa con distingos varios…), académico por duplicado (Real Academia, Ciencias Políticas y Morales), abogado de prestigio, Intelectual influyente, y emprendedor exitoso (editor, ganadero…); así como una ingente producción científica de carácter jurídico, literaria e histórica de la mayor relevancia, premiada hasta la saciedad.
La concesión del galardón de Hijo Predilecto entronca más con las cuestiones afectivas. Es ante todo un distintivo personal del espectro emocional que, entiendo, se otorga a quien no solamente es y se considera de casa, sino que se valora su extraordinario esfuerzo por ensalzar asimismo su propia naturaleza. El doctor pozoalbense lo hace habitualmente con derroche de entusiasmo, porque conoce muy bien lo que representan los pilares de la tierra: las raíces. No perder los lazos del pueblo que te vio nacer no solamente es un carnet, sino una actitud y un regreso constante; es la convivencia habitual con quienes compartes vida y la importante realidad de infancia, imaginario colectivo, fiestas y tradiciones; es mantener vínculos materiales insoslayables frente a nodos existenciales que arrastran con no poca fuerza e imperiosa insistencia.
Más allá de las actitudes personales hacia Pozoblanco, el profesor Muñoz Machado ha derivado siempre hacia la ciudad réditos académicos y culturales de notoriedad, desde la dirección de la Fundación Ricardo Delgado Vizcaíno (muy especialmente), que anualmente desgrana actividades académicas y culturales de provecho, sobresalientes (conferencias, presencia de hombres ilustres…), para un reducto provincial al que obviamente no pueden llegar fácilmente las grandes excelencias de las capitales. Se trata sin duda de la generosidad, entendemos, de un proceso de ida y vuelta. El insigne pozoalbense revierte las compensaciones a un Pueblo que le vio nacer y crecer, que le regaló los primeros años de infancia y desarrollo, posibilitando la asimilación de un medio natural y que le dejará huellas indelebles.
En Pozoblanco aprendió Muñoz Machado los rudimentos educativos, las bases de la lengua y los fundamentos morales de la mano de los progenitores (muy especialmente don Andrés Muñoz, avezado y culto), maestros y conciudadanos. Aún recordamos los incipientes balbuceos literarios, brillantes, en su tercer curso de primaria (1961) como incipiente escritor de la crónica infantil del viaje de estudios salesiano al Tibidabo (“Diario de un viaje salesiano”); el semanario católico de Pozoblanco (El Cronista del Valle…) recogía en diferentes días y capítulos (X) las expansivas experiencias de un niño que, seguramente azuzado por su padre, mostraba en su corta edad un espíritu inquieto, capacidad, madurez e ilusión premonitoria de un escritor en lontananza que da sus primeros pinitos anticipando lo que había de venir. Como él mismo dice, el recorrido por media España es la mejor manera de estudiar Geografía. El tiempo y la Historia, que siempre dan y quitan razones, acredita medio siglo largo después que aquel niño que vislumbraba puentes de desarrollo en la escritura ha alcanzado brechas destacables, pues de desde la presidencia de Real Academia de la Lengua asienta hoy, junto a otros y otras, pilares culturales de nuestro idioma.
La concesión del título honorífico de Hijo Predilecto, decimos, no hace otras cosa que estrechar vínculos afectivos entre los hijos de la casa, con reconocimientos recíprocos, pero especialmente con la generosidad que representa no una simple dádiva, sino creando pautas de ejemplaridad que constituyen un estímulo para un Pueblo. Muñoz Machado es natural de Pozoblanco, y es sin duda un argumentario que sirve para congraciar a los convecinos, pero es también ejemplo de trabajo y dedicación, desarrollo personal y un auténtico referente personal.
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