Por Esperanza

 

Seguimos sin romper los muros de la violencia machista. Qué frustración más grande, qué impotencia. España sigue por los fueros de la desazón sin poder poner freno a una masacre indescriptible. El Día Internacional Contra la Erradicación de la Violencia hacia las Mujeres no es más que la constatación de una desgracia sin límite; no es más que un grito en el desierto para lo que parece no tener fin.

Ni los manifiestos ni encendidas proclamas, ni medidas institucionales, logran un final ni definitivo ni atenuado a una situación vergonzante. El más del medio centenar de mujeres muertas en lo que va de año es una línea roja de sangre que no podemos permitir. La cantante albaceteña logró con su mente salir del marasmo personal con una puerta en la pared, y tal vez tengamos que aludir a medios elevados de conciencia, e inteligencia, para superar un problema social y humano que se nos hace imposible. 

La complejidad de la superación del machismo asienta sus raíces en lo más profundo de nuestra historia, está metido en lo más inhóspito de nuestros comportamientos, pensamientos y actitudes, y no se barre sencillamente con cuatro gestos de escaparate, con edulcoradas pastillas institucionales; con cuatro carteles o manifestaciones de alcanfor. La toma de conciencia de un problema tan grave precisa de atinada Educación, de mucha crítica en gestos y actitudes de nuestra existencia; necesita miradas graves y retirada rotunda de actitudes diarias (en lo personal, profesional, emocional…).

Tomar conciencia de un problema no es entenderlo intelectualmente, es comprenderlo en lo más profundo, en la empatía más sincera y en la toma de posiciones fehacientes. No basta con mirar de lado. No basta con rasgarnos las vestiduras. No basta con aquiescencias de manifestaciones y gritos de fino maquillaje de brilli que parecen simplemente de compromiso forzado. En nuestra vida siguen muriéndose mujeres, vecinas de carne y hueso. Decir basta es meternos en su piel, meternos verdaderamente en la nuestra, porque estamos todos y todas en el borde del barranco en sazón de una caída en cualquier momento.

A estas alturas del s. XXI, con las cifras en la mano y la violencia en connivencia, no bastan ya las cábalas de estudios, informes, expedientes y políticas institucionales, municipales…; no bastan. Solamente nuestra implicación personal de facto dará frutos. El  machismo está en nuestras casas y cabezas, en nuestros actos diarios. Sí. Las mujeres que mueren no son, creo, nadie excepcional. No son casos raros de singularida de clase, cultura o argumentos rebuscados. Las hay ricas y pobres, cultas y poco formadas, de pueblo y ciudad…El retrato de las asesinadas da un perfil grueso de una sociedad enmarañada de contradicciones. Esa sociedad democrática, libre, plural y justa que tenemos in mente como referente no muestra un cristal tan nítido como lo creemos; es un cristal traslúcido y a veces opaco que guarda resquicios graves de suciedad como la violencia machista. Más quisiéramos, que poder evadirnos por la puerta violeta en la pared y ser libres. No podemos. No nos deja esta sociedad machista con sangre sucia que corre por las venas. Erradicar un mal como este, mirando de perfil, como si no supiéramos donde está el machismo, es de una hipocresía monumental. Es un sarcasmo.

Diariamente vemos y apreciamos anuncios (mujer objeto), comportamientos detestables…; observamos a los poderes políticos (con diferencias graves de género, más allá de las cuotas, ja, ja, ja…) y quiénes los detentan, los poderes económicos, las y colegas del trabajo, nuestras casas, etc. Nuestros patrones de educación, que mucho tendrán que ver en esos asesinatos, deberían someterse al filtro de nuestras conciencias. Hasta los asesinos son de fábrica. No se han hecho en un día. Desgraciadamente, esa factoría sigue funcionando. Qué hermosa es la Puerta Violeta en la Pared, pero debemos derribar físicamente el muro del machismo. Sobran las palabras. Quiero hechos.