«Vaya forma estúpida de matar el tiempo», gritó la Reina. «Y desde entonces… son siempre las seis de la tarde… Siempre es la hora del té y no tenemos tiempo de lavar la vajilla entre té y té»… Lewis Carroll. Alicia en el país de las maravillas (1865)
Desde hace unos años en mi pueblo es siempre la hora del té.
Un lugar donde no pasa nada, el propio eslogan turístico es «un lugar donde no existe el tiempo». Siempre se está a la mesa esperando el té. Sin tiempo para lavar la vajilla. Como en Alicia en el País de las Maravillas.
No me atrevería a fechar desde cuándo pasa esto, ni siquiera me atrevo a aventurar las causas. Pero algo se ha roto, alguien ha matado el tiempo allá donde decían que no existía, y espero que sea una ruptura temporal. Pero donde unos dibujan una ciudad de fantasía y felicidad, para otros se ha convertido en un lugar con un clima irrespirable, donde decir lo que uno piensa, o abordar las verdades de forma frontal, puede acabar siendo causa de expulsión.
Un relato impostado sobre el campo, donde si no te señalas a favor de un determinado partido político es que estás en contra del campo. Sin argumentos, sin propuestas, pero con ataques frontales. Con nombres y apellidos, tratando de destrozar en lo público y en lo privado.
Este sistema parece consolidarse, y por momentos hasta tener la gracia del público, sin pensar en las consecuencias a medio largo plazo.
Hablar del campo de una forma utópica, sesgada y acomodada es bastante fácil. Profundizar en los problemas reales del campo, y de las personas trabajadoras del campo, es más complejo, y ahí no se moja nadie. Hablar de las condiciones laborales, de la contaminación de acuíferos, la excesiva dependencia de combustibles fósiles limitados, o del cambio climático es impopular. Hablar de futuro, para algunos, es de extremistas.
¿Y las personas? ¿Dónde están las personas en los discursos de Los Pedroches? ¿Dónde están los derechos y libertades de las personas? Cuando hablamos de despoblación todo se centra en aspectos económicos, y de esa excesiva dependencia del sector primario que nadie parece atreverse a combatir de una manera justa y sostenible. Pero nadie habla de los discursos de odio que se han instalado en nuestra comarca, de forma muy velada y soterrada bajo un manto de buenismo figurado. Algunos, incluso, provienen de espacios públicos, con tono demagógico y oportunista.
Nadie habla que para la mitad de Los Pedroches no hay sitio. No hay espacio vital para desarrollar su proyecto. Por ideología, por orientación sexual, por sinceridad, por mujer, o por todo junto, no hay sitio. Esos relatos impostados de unos contra otros están matando a Los Pedroches casi tanto como la escasez de agua.
En los últimos años estoy viendo como muchas amistades de treintaytantos se están marchando. No lo hacen para labrarse un futuro mejor. Lo hacen, lo hacemos, porque se está creando un clima de todo vale contra quien unos pocos han decidido que son los enemigos de no sabemos muy bien qué. Nos señala y nos apalea. Me gustaría poder decir que metafóricamente, pero he visto insultos o pinchazos de ruedas de quienes no conozco, solo por lo que le han contado unos pocos sobre lo que pensamos. Muchas de esas personas son jóvenes, emprendedoras y han apostado por su tierra con convicción, pero parece que su tierra les repudia. La gente ya no se va por trabajo, se va para poder vivir con un mínimo de decencia. Algunos resisten por los vínculos que ya han entablado y que no les permiten ese margen de maniobra, pero sé que comparten esta desazón por lo que está pasando.
De esto no se habla, incluso diría que se oculta esta realidad. No sé si quien participa de todo esto es consciente de las consecuencias que ya está teniendo.
Por eso, cuando desde determinados medios se hace apología de ideologías que dejan fuera a la mitad de la población, siento que nuestra tierra está más en peligro por el odio que por el medio.
No podemos hablar de futuro y despoblación si estamos dejando a gran parte de Los Pedroches fuera. No podemos hablar de comarca, cuando nos cuesta hacer barrio. Para unirnos con el fin de reivindicar primero tendremos que aceptarnos entre nosotros.
Es paradójico que en los pueblos más felices la gente tenga que irse para tratar de ser feliz. No rica, no acomodada, solo feliz.
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