Entre los rituales más grandes de Occidente, San Juan deja impronta. Mucho más allá del legado religioso católico, que es señero, el mundo pagano celebró siempre el ciclo cósmico con auténtica veneración. El solsticio de verano sienta cátedra entre los puntos cardinales del calendario cósmico y cristiano. La noche mágica más notoria del año se despliega ahora con intensidad de gestos en el albur de la tradición, de infinidad de fiestas, impulsos sociales de las redes y medios de comunicación, alegrías locales y promociones institucionales que se prodigan por doquier. Sin embargo siempre fue, antaño, cuando aún no existían medios globales de difusión, una noche significada sembrada de emoción. Algo profundo guarda el día más largo del año. Algo trascendente en el devenir del tiempo, cuando se prodigan infinidad de celebraciones por doquier, más allá de las supercherías al uso. En todos los lugares de España existen rituales que se realizan casi con veneración, poseyendo todos ellos muchos flecos en común.
Últimamente se han puesto de moda las hogueras de San Juan, que son de larga prosapia en el orbe levantino, que se realizan en términos álgidos en playas multitudinarias y buena parte de nuestro país; y ahora se encienden con profusión por todos los lados, en el interior y exterior del continente. El fuego purificador siempre encuentra pretextos para el disfrute a lo grande, quemando trastes e intentando dejar atrás lo malo de la vida, con ímpetu límpido para comenzar con aires nuevos. En otros lugares son legión los usos del agua en las vísperas y el día mismo de la festividad, con sentido análogo al fuero. Hay multitud de sitios y lugares que bendicen el agua de San Juan, y otros la preparan con antelación; y otros se lavan la cara por la mañana con agua fría; e infinidad de pueblos se bañan por la noche y al amanecer, como antiguamente lo hacían nuestros abuelos en las charcas y pozos del contorno de las villas.
No pocos creídos, con certezas cumplidas de ensoñación, ponen la noche antes un vaso de agua con un huevo, para ver al día siguiente con admiración, y con no poca ilusión, emerger sobre el agua la catedral de Santiago de Compostela, de Mallorca o de Sevilla.., porque en esto de los detalles nada hay fijo y cada cual acredita su iglesia. Son legión los ritos, y legión los seguidores, porque San Juan tiene un halo especial en el umbral del verano. A una ingente mayoría les gusta ver el amanecer, cuando el sol despunta en el horizonte y empieza a bailar con ritmo lento y detenido, ¡porque hay que ver cómo sale! Con qué fuerza impetuosa desafía el cielo y las miradas quedas, sembrando de claridad el campo, antes y después de amanecer; y cómo reviste de lustre y colorido los árboles y las piedras, que esperan el tempero, primero, y el calor sin temple después. Apolo en lo alto ya no tiene compasión, ni con la luna.
Como decía aquella hermosa canción en boca de Lola y Manuel: “el soooool, jooooven y fuerte ha vencido a la Luna…, que se aleja impotente del campo de batalla…”. Cada cual tiene su rito, su historia y sus creencias, porque el Santo da mucho juego para soñar; para dejar atrás y mirar adelante; para poner luz en las sombras de nuestras existencias…, y un punto grande de expectativas al verano próximo y al año. San Juan es siempre un hito en el tiempo.
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