En Córdoba redundan los emblemas del tópico tradicional. La capital de la Mezquita, símbolo universal, ha sido cuna de grandes nombres, desde los filosóficos diálogos de Averroes hasta los versos barrocos de Góngora; pasando por Manolete y el Cordobés, astros de la torería. En esa trama cultural, sin embargo, pocos han encarnado con tanta fuerza el imaginario popular como Julio Romero de Torres (Córdoba, 1874-1930). Pintor de su tierra (“…pintó a la mujer, morena…”, pero también de un tiempo en ebullición, donde se convierte en cronista del folclore andaluz. Es un hombre cuya obra navega entre la tradición y la modernidad, un artista que capta muy bien las tensiones de su época, oscilando entre el regionalismo más castizo y la vanguardia de su tiempo.
En este aniversario, nos encontramos nuevamente frente a la fascinante dualidad de su legado, interpretado con una mirada parcial. Durante mucho tiempo, su nombre ha estado asociado la representación estereotípica de la «mujer morena», esa musa andaluza que personifica un ideal casi mitológico de la tierra cordobesa. Sin embargo, limitar su arte a esta faceta sería injusto. Las mujeres de Romero de Torres no son simples objetos de contemplación, sino sujetos cargados de simbolismo (pasión, erotismo, muerte, trascendencia…), de silencios densos y misterios inabarcables. En ellas se proyectan las tensiones entre lo sacro y lo profano, el erotismo y la muerte, temas recurrentes que revelan un alma atormentada por la complejidad de su tiempo; también en sentido estético. Julio Romero de Torres no solo pinta mujeres, sino que las convierte en iconos de lecturas poliédricas ignoradas. Pinta las sombras de una España en transformación, donde lo rural y lo urbano se entrelazan, y donde los ecos de las vanguardias internacionales comienzan a filtrarse (Modernismo, Simbolismo, Realismo y Surrealismo…), junto a ese Regionalismo con que tantas veces se le califica.
Es un pintor inmerso en su tiempo, pero también en los debates estéticos que lo recorren en su evolución; a pesar de haber sido su figura anquilosada en el clasicismo académico, o en el simple Simbolismo. La Córdoba que representa en sus lienzos no es solo una ciudad andaluza, sino una metáfora de la Andalucía interior, de sus contradicciones y de su riqueza cultural. Un espacio donde lo árabe y lo cristiano, lo flamenco y lo místico, convergen en una danza de opuestos. Resulta fácil incurrir en la trampa de encasillar a Romero de Torres en la categoría de pintor folclórico, pero su obra nos invita a una lectura más matizada. Hoy día los estudios artísticos definen del autor perspectivas muy amplias, no solamente de carácter estético, sino de género, interferencias internacionales, etc. No podemos ignorar que forma parte de un momento de renovación artística en España, y que, aunque a menudo se le ha señalado como un artista ajeno a las vanguardias, su aproximación simbólica a los temas populares lo vincula, en cierto sentido, a esa búsqueda de lo nuevo y lo universal. A pesar de su mirada nostálgica, su pincel se mueve con una inquietud que lo conecta con el Modernismo y el Simbolismo europeo.
El artista cordobés sabe moverse con sutileza entre dos mundos: el de la tradición y el de la ruptura. Su obra, aunque impregnada de un clasicismo formal, destila una modernidad en el uso del color, en la construcción del espacio y en el tratamiento de sus figuras. Las mujeres de sus cuadros, tan cargadas de simbolismo, no son solo figuras estéticas, sino narrativas profundas que abren múltiples interpretaciones. La melancolía que las envuelve no es solo una cuestión de estilo, sino una reflexión sobre una España que busca su lugar en un mundo cambiante. Es precisamente esta capacidad de Romero de Torres para representar una realidad compleja lo que lo hace un pintor contemporáneo, no solo de su época, sino también del nuestro tiempo. Sus cuadros siguen invitándonos a reflexionar sobre lo andaluz, pero también sobre lo universal. En un siglo XXI donde las fronteras entre lo local y lo global se desdibujan, la obra del maestro cordobés emerge como un testimonio de la riqueza y la complejidad cultural de una Andalucía que, lejos de ser solo una postal turística, es un espacio de tensiones, de contradicciones, y de profunda belleza.
En el 150 aniversario de su nacimiento, es hora de reivindicar a Julio Romero de Torres como un pintor que, más allá de los tópicos, supo captar el alma de su tiempo. Un artista que desnuda y esconde los secretos de una tierra y de una cultura entre los genios del Arte (Picasso…), y nos sigue interpelando con la fuerza de su obra. Esperemos que en sus lienzos sepamos interpretar, no solo la mujer morena, sino la complejidad de una mirada que trasciende el tiempo y el espacio. Cada tiempo tiene una lectura de su Historia y Arte, y Julio Romero requiere una revisión profunda.
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