Hace un tiempo un amigo, conociendo mi afición y entusiasmo por los libros y objetos antiguos, me trajo unos libritos de su abuela que acababa de fallecer. Se trataba de varios devocionarios, católicos, evidentemente. Los devocionarios son, según la definición de la RAE, libros que contienen oraciones para el uso de los fieles. Son libros de espiritualidad que muestran oraciones, meditaciones, citas bíblicas y prácticas piadosas según el dictado católico. Como se describe en algún lugar “permiten tener un encuentro con Dios de forma práctica y sencilla”. Dos de ellos se encontraban en bastante mal estado pero el tercero, el más pequeño, todavía presenta un buen aspecto, sobre todo teniendo en cuenta que tiene 162 años, ya que está editado en 1862. Aunque está atacado por diversos tipos de hongos, la humedad ha hecho mella en sus hojas y también le faltan páginas -unas cincuenta de las cuatrocientas y pico que tiene- aún conserva su cubierta de piel y, pese a su reducido tamaño (11,5 x 8 x 3 cm.), unas bellas láminas con diversas escenas de la vida de Jesús de Nazaret.

Precisamente su nombre me llamó la atención pues se autodenomina como ‘La perla nazarena’ y describe que es un “novísimo devocionario y Semana Santa con todos los divinos oficios, ordinario de misa, confesión y comunión, meditaciones para visitar los monumentos (los de Semana Santa, esas capillas o altares donde se reserva la hostia consagrada desde el jueves al viernes santo)”. También “las Siete Palabras (en el imaginario católico las siete últimas frases que Jesús pronunció durante su crucifixión, esas que comienzan por “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”), ejercicios para la mañana y la noche y otras oraciones de mucha utilidad para los fieles”. Por supuesto todo ello “Aprobado por la Autoridad eclesiástica”. Editado en Madrid en la Librería de D. Leocadio López, Editor, calle del Carmen, núm. 29. 1862. No crean que es una joya –aunque para mí lo sea-. Indagando por el proceloso mundo de Internet y en páginas de libros de segunda mano, se pueden encontrar iguales o parecidos por un montante de alrededor de 60 euros de vellón.

Pero si curiosos me han resultado estos devocionarios, más curioso me ha resultado saber que aún se venden, entre otros sitios… ¡en Amazon! –dónde va a ser si no, en un sitio donde encuentras hasta la leche de los pájaros-. Y es que los designios del señor son inescrutables (o algo así).

Los devocionarios, con sus oraciones y salmodias, a fuer de ser interesantes, no eran lo único que me llamaron la atención y es que en su interior había numerosas “estampitas”, muchas de ellas con plegarias dedicadas a Santa Rita de Casia, otras a Ntra. Sra. Del Perpetuo Socorro, al Santísimo San José, a la Beata María Goretti, patrona de la castidad, a Ntra. Sra. De las Tres Avemarías, a la Corona Dolorosa, a Santa Cecilia, al Sagrado Corazón de Jesús, a la Purísima Concepción, a María Auxiliadora, a San Alfonso María de Ligorio… Por no faltar no falta ni un pequeño opúsculo que hace referencia a los que denomina “nuestros mártires”, los pozoalbenses Antonio Rodríguez Blanco, Teresa Cejudo Redondo y Bartolomé Blanco Márquez.

Pero aún más interesantes que estas estampas que muestran bien a las claras el mundo en el que se movían nuestros antepasados no hace tantos años, sobre todo las mujeres, me han resultado las denominadas estampas de Primera Comunión. Hay alrededor de una treintena, cada una de distinto formato, de los años 50 y 60 del pasado siglo, tanto en blanco y negro como en color. Muchas de la Imprenta Pedro López, otras de la Imprenta Castro, ambas pozoalbenses, otras, en fin, de imprentas de nuestra capital o incluso de Sevilla. La mayoría en color con las imágenes típicas de nacimientos, angelitos, el niño con el cordero, rubicundos querubines tomando la sagrada forma, la virgen con el niño… Una incluso, aunque editada en blanco y negro, contiene la foto de la niña que hacía la primera comunión en un montaje en el que se ve ella junto a un coro de ángeles y la hostia consagrada, obra del fotógrafo Ismael, de 1962. Por cierto, todavía recuerdo la mía de hace ya más de 50 años que estará olvidada en algún cajón de la casa de mis padres.

Por último, y en lo que yo considero un pequeño tesoro, hallé tres estampas con esquelas mortuorias, una de ellas de 1914, con distintos formatos, desde la que contienen textos que aún podemos escuchar todos los días en la radio cuando ponemos “los muertos”, a otra más sofisticada con diversas oraciones para dedicar al difunto y a sus desconsolados familiares.

Y es que a pesar de que los años han pasado y los usos sociales y costumbres han  cambiado enormemente, estas estampitas -como yo las llamo- siguen imprimiéndose y regalándose hoy en día y siguen circulando entre nosotros, como un testimonio de lo que fuimos y aún de lo que somos, al fin y al cabo forman parte de nuestra historia más cercana y familiar.

Por cierto, bien estaría que alguien más ducho en estas lides que el que suscribe, ateo militante, organizara una exposición de esta temática, los baúles y cámaras de nuestras casas seguro que albergan en sus vientres cientos de ellas. Yo estaría encantado en ceder las mías.