La cena. Las sillas vacías y el discurso o no. Lo español o lo más español aún. El problema es quién falta o peor: quién deja de venir; que no es lo mismo. Y los aperitivos son demasiados y la conversación excesiva porque hay cenas donde todo el mundo sabe de todo y no hablo solo de la nochebuena, que también. Sabemos de todo menos de vino. Sabemos de geopolítica, de impuestos, de criptomonedas y de fútbol o pandemias; pero de vino, de vino no sabe nadie. O nadie quiere decirlo. Ya lo decía más arriba lo español o lo muy español, como la Lotería de Navidad.

Y la mesa de los niños. Y el que llega tarde y cocido. Y los langostinos cocidos con salsa rosa. Y el plato principal más complicado y elaborado del mundo que sale regular pero al que no se le ha podido poner más cariño – y sin rechistar que has llegado tarde – . El de tu madre, el de la abuela, una abuela que un año ya no es la misma porque en la mesa de los niños hay una silla más y en la de los mayores una menos. Y es así y tiene que ser así. Y hay que sacar el cava igulamente. El cava catalán. Sí, lo español otra vez.

Creo que no hay nada que refleje más a España que la cena de Nochebuena y la Navidad: una fiesta larga que celebra la venida del Dios de los cristianos, con las iglesias vacías a medianoche y los belenes con el niño Jesús puesto desde el día de la Constitución, y que se ha convertido en el epílogo del capitalismo financiero consumista estadounidense trasladado a nuestras casas en forma de regalos caros, pagados a plazos, fabricados en China y vendidos por los Yankies. Vaya, el Iphone es comunista y a Papá Noel nos lo hemos comido con sopa castellana la noche del 24: un protestante en la casa de los católicos. Si la Santa Inquisición existiera la mañana del 25 sólo habría cadáveres por las calles. Que haberlos hailos. Es decir, que la Navidad como España es un mestizaje lleno de contrariedades donde cada quién mira para donde le interesa y cuenta la esta feria como le va mientras bebemos un vino del que no sabemos nada mientras vemos como los borbones pasan uno detrás del otro o la otra.  Y aquí seguimos a vueltas.

La Navidad se ha superado a sí misma. Queda el poso resistente del marketing cristiano, los villancicos rescatados de Bisbal y poco más. Lo demás ya está dicho y es historia. Viajar cientos de kilómetros para sentarte en una mesa en la que no quieres estar y esperar al año próximo para sentarte en la que sí quieres estar. Felicidad en los años pares. Y reunirte con los y las de tu quinta y poneros al día y llegar tarde a cenar. La tarde buena le dicen. Y no está mal: ambiente de felicidad impostado siendo amable con extraños con los que tienes mil recuerdos en común. Y fotos donde siempre falta alguien que está en el pueblo de sus suegros.

Y con todo lo disfruto y ya lo dije en este periódico hace unos años: “Soy un ex-fumador de la Navidad pero al revés: antes no la soportaba y ahora paso lento y atento por todas sus liturgias”. Es decir, es una batalla perdida; y puedo asegurar que he dado la batalla que damos los ateos y contrahechos con fiereza pero la batalla la ha ganado el dinero. En fin. Por eso vívela con cariño y alegría y brinda con los que están porque seguramente la mayoría ya estaban y seguramente estarán cuando todo vuelva a este sitio la próxima Nochebuena.