Seguramente sea, en el anchuroso horizonte de cualquier análisis, el rasgo más definitorio de nuestra comunidad. Andalucía presenta desde antes, durante y después de su dilatada existencia —como entidad política más o menos conformada— un marchamo grande de encrucijada. No es simplemente desde una perspectiva tradicionalista (geográfica o histórica), sino desde la complejidad de las miradas que se quieran tomar por referencia (psicológicas, emocionales, sociales…). Por eso decimos que es el SINO de esta tierra, el marchamo que la caracteriza en el pasado, el presente y el futuro. Por ello es también riqueza, mirando hacia atrás, soporte en nuestros días y sedimento de futuro que avanza hacia adelante. Parece mentita que en el concierto de comunidades autónomas el sur se identifique a menudo con referencia de simplicidad y uniformidad, cuando está sembrada hasta la saciedad de diversidad y pluralidad (aunque en todas ellas lógicamente se asienten también principios claros de heterogeneidad).  

Las confluencias e intersecciones de vectores en Andalucía son, de forma contundente, el hilo conductor de una dislocante identidad, aunque parezca paradójico. De forma reiterada hemos señalado, y son legión los referentes, los rasgos geográficos en disparidad de contrastes (norte-sur; elevaciones y depresiones; climas…), los contrapuntos históricos grandilocuentes (musulmanes, cristianos, descubrimiento del nuevo mundo…) y las disparidades culturales de mayores antagonismos (desde las alegrías carnavaleras y sevillanas al cante hondo; la trágica semana santa…). La amplitud superficial de la comunidad y la abultada demografía son necesariamente caldo de cultivo de una tierra que mira siempre horizontes distintos, muy diferentes en todos los cardinales de su geografía. Andalucía se nutre precisamente de esencias e ingredientes variopintos, lo que la hace multicolor. Se mueve como pez en el agua entre las contrariedades, porque el interior es serio y adusto, castellano; el literal es Atlántico, abierto, oceánico; y del mediterráneo posee el espíritu de su historia; y desde África llegan siempre por su inmensa puerta los réditos de las culturas ancestrales del mundo asiático oriental, del islam, del áfrica profunda, de los pueblos bereberes del Magreb. Toda esa panoplia de vientos conforma la intensidad cultural de esta tierra que respira por todos sus poros la endogamia de universalidad. Andalucía siempre estuvo en el filo del cuchillo de la diversidad y pluralidad, de los antagonismos y conformidades; de los vientos que emborrachan los sentimientos más hondos y los afectos más superficiales de alegría, con los que muchas veces confundimos al mundo. Un poso tan grande de complejidad y multiplicidad en todos los sentidos enreda hasta nuestra propia mirada. Realmente no sabemos lo que somos, denostando lo que piensan de nosotros, muchas veces, o congratulados simplemente con lo más positivo (chistosos…).

La constante de nuestra esencia, en esta encrucijada de caminos, complica sobremanera nuestra definición de futuro y porvenir como pueblo. Nuestros rasgos más verdaderos y aspiraciones, nuestro sitio en el mundo. Más allá de lo que piensen los demás. El futuro se cierne en esta olla a presión tan intensa de condimentos, porque alguien que se mueve en la diversidad, con un aparente imaginario de unidad aquiescente de los demás, no sabe muy bien cual es el camino de su encrucijada; tal vez no sepamos tampoco que es precisamente dicho cruce, con sus bondades y perversidades de percepción, la senda más clara de existencia. Sin embargo, el tener vectores siempre comprometidos de ruta dificulta nuestra andadura en un mundo más complejo.  Con amplitud de miras podemos, no obstante, aprovechar como nadie nuestra enriquecida mirada del legado histórico, de nuestra forma de ser. La magnífica situación geopolítica nos define desde siempre con un espíritu expansivo hacia todos los ángulos, creando horizontes de futuro, también ahora; la riqueza ancestral de nuestro legado histórico nos permite comprender, o debería hacerlo, la diversidad de pueblos y culturas, niveles económicos, riqueza y pobreza, ayudando a lo más débiles y proyectándonos con los más poderosos; asimismo es factible mantener y potenciar el acervo cultural en el concurso mundial de disparidades, que sin embargo caminan en pugilato grave con el dominio de los modernos medios de comunicación (redes, influencers…); pero es ahí precisamente, en las nuevas tecnologías, donde tenemos más posibilidades de confluencia.

La juventud bien formada constituye el mejor seguro de porvenir, qué duda cabe. Mantener las esencias de diversidad y saber imbricarlas en el mundo actual es un cometido nada fácil, pero nada complicado ni imposible para quienes tenemos desde siempre sembrado en nuestro ADN los genes de la multiculturalidad. Ahora es precisamente el tiempo de saber aprovechar, en este mundo globalizado, todas las herramientas del legado histórico e imaginario colectivo para pergeñar un futuro que deber seguir siendo, por nuestra parte, ingrediente fundamental de Andalucía. La encrucijada está en nuestras venas.