Las fotos de carnet en un tablero de corcho con un marco de madera sin pintar encajadas en el estrecho filo de la parte de abajo. Porque las chinchetas eran para otra cosa. Y los posters usados y los poster de revistas que hoy serían viejas: el amor en un test de 10 preguntas con 3 respuestas a elegir sabiendo que ninguna era la correcta. Una habitación para ti y tu Walkman. Y comprar revistas en el kiosko o encargarlas. Y el primer amor bajo el reloj de la plaza del Ayuntamiento y llegar tarde un viernes por primera vez.
El no de la tipa que venía de Barcelona todos los veranos y tu valor. Oír un disco nuevo, que no habría llegado al pueblo si no es por aquel tío raro de Madrid, que se las llevaba a todas de calle con aquel tatuaje; era Nirvana y crecer. Y al llegar a casa esas navidades José Luis Moreno y Rockefeller recordando aún la teta de Sabrina de cinco años antes. Cóctel de gambas y salsa rosa en copas antiguas de champán. Sabes de sobra cuales son. La vida antes de la cocina moderna. La dignidad. Que de eso en los ´90 había algo más. Ya verán.
Era 1993 cuando España cayó en una crisis que anunciaba una solución que nos llevaría al desastre 15 años después y, casualidad, entró en vigor el tratado de Mastricht y Mario Conde estaba en todo lo suyo. Aquel año se estrenaron Los ladrones van a la oficina y Truhanes de Paco Rabal: los estafadores reyes de prime time; es gracioso comparado con lo que vino después durante la época del pelotazo. Quizás no. Sonaban en los 40 Principales Manolo Tena; y Como un burro amarrado a la puerta del baile, del Último de la fila y Sin Documentos de Los Rodríguez fueron nº 1 antes de ser un clásico en las barras de chapa del verano de los pueblos.
Aquel año en los carnavales de Cádiz ganaron el Selu y Martínez Ares con aquel mítico pasodoble Ha dicho el Santo padre; punky transgresión a ritmo de tres por cuatro. Aunque el pasodoble ha envejecido mal. El verso “por qué le niega la comunión a los restrasaos” no aguanta el filtro hoy. Como tantas otras cosas de aquel año y de aquellos años: que le pregunten por el patio del colegio a los maricones de aquella época. Eso sí que no aguanta el filtro.
En mi colegio la calefacción era una estufa catalítica de chapa que estaba puesta al lado de aquel maestro cabrón de los de la letra con sangre entra. En los pueblos el tardofranquismo se fue más tarde y ese poso nacionalcatólico de antaño aún estaba (y un poco está) en aquellos cardados de las señoras que iban a misa de ocho con un abrigo de visón. Peinados de catequista y golpes en el pecho delante de la patrona del pueblo, que es siempre la misma, porque todos los pueblos son el mismo pueblo y sobre todo eran el mismo pueblo en 1993.
En 1993 aún quedaban muchas cosas por hacer en aquella Andalucía que había maravillado al mundo con la EXPO´92. Y aquí el progreso llegó más tarde y con menos alegría. Sigue llegando con menos alegría porque después de las grandes migraciones de los 70 los pueblos se vaciaron y el dinero también se fue para siempre. Resistencia y migajas. Y ya lo dije aquí hace exactamente cuatro años el día que se estrenó esta columna en este periódico: “somos los únicos pueblos de toda la provincia identificados con lo rural y asumimos incluso ese fariseísmo bucólico de la España vacía: porque no tenemos otra cosa”. Y seguimos sin tenerla. Y peor, ya no peleamos.
En los ´90 el ejercicio de dignidad de los pueblos de aquí era ejemplar e induscutible. De esto me acuerdo siempre que paso por la puerta verde de una nave que hay en Belalcázar que tiene pintado lo siguiente en letras mayúsculas: “BELALCÁZAR NUCLEAR NO. VIDA SÍ” y que recuerda la lucha de nuestros pueblos contra la implantación de aquel cementerio nuclear que se quería poner en esta zona de malas carreteras, escondida y que se estaba despoblando. Y esas luchas ya no existen ni de lejos ni para nada. Ni siquiera cuando te quedas un año sin agua potable. La vergüenza y la dejadez y la culpa no sólo es de las redes sociales. La decadencia.
1993 y los años que vinieron, que luego harían que todos nos creyeramos que íbamos a ser ministros; no eran un mundo ideal, eso está claro y ya lo hemos dicho; aunque a mí me gusta recordar lo bueno del tiempo en que crecí con cariño y emoción – vivir también es revivir – ; pero el coraje y la digninidad del espíritu de aquella época eso sí que era mejor. Sin duda. Y lo demás, todo lo demás: es todo literatura.
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