marzo – 2017
Querida Luci:
Seguramente conoces la historia del noruego Roald Amundsen (primer ser humano que consiguió llegar al Polo Sur), si bien, lo realmente fascinante es que este señor se había organizado y entrenado para pisar antes que nadie el Polo Norte, que le pillaba mucho más cerca. Cuando estaba a punto de iniciar su aventura, tuvo noticia de que unos norteamericanos se le habían adelantado y que, en consecuencia, ese “Polo” ya se lo habían comido otros. Ni corto ni perezoso, cambió diametralmente sus planes y se plantó, el primero, en el punto más austral de la Tierra.
Hoy, uno tiene la impresión de que va haciendo camino al andar, transitando sobre senderos bastante pisados. Aprovechando esa circunstancia, tratan de convencernos de que todo está hecho, de que claudiquemos y nos abracemos a la natural propensión a divertirse como la panacea para todos los males del ser humano. Vargas Llosa lo denuncia en La civilización del espectáculo.
Todo se configura para que sintamos que no nos queda otra salida que la frivolidad. Que no vale la pena agotarse por algo que otros te van a dar hecho. Que todo esfuerzo es banal. Que el único secreto para vivir bien es poder ganar dinero para poder consumir después. Y, en definitiva, que no nos esforcemos demasiado, que hace años que todo -pero todo- está patentado, que el tiempo de los grandes descubridores pasó a la historia y que ya, nada queda por inventar. Con todas mis fuerzas lo proclamo: ¡No es verdad!
Aún queda cerca –es solo un ejemplo- el día de las enfermedades raras, que nos recuerda que muchas personas –y sus familias- viven con la única esperanza de que los astros conjuguen en un ser humano a alguien capaz, valiente, hacendoso, genial y con ganas de descubrir lo que a estos enfermos les permitiría vivir una existencia gratificante. Pregunta a ellos si ya está todo inventado.
Querida Luci, el camino que abrió Amundsen al cambiar el Polo Norte por el Polo Sur (muchas personas anónimas hubieron de hacer lo mismo con sus vidas) es el de la originalidad, el de la capacidad para replantearnos drásticamente nuestros objetivos.
Las sendas abiertas por otros resultan indispensables para los que no podemos ser tan originales, para los que caminamos con mayor seguridad sobre una ruta trazada, a la que aportamos nuestros modestos puntos de vista o señalamos detalles insignificantes que a otros que nos precedieron pasaron inadvertidos y, lo más importante, para los que, desde esos caminos iniciados por otros, logramos alcanzar nuestras propias metas. La humanidad lleva muchos siglos avanzando de esta manera.
No sé cómo va a lograrlo la generación que nos sucede, pero alguien deberá hacerles saber que este mundo no tira para adelante con tantos jóvenes en paro y parados, que se necesitan urgentemente hombres y mujeres que investiguen, que hagan política de verdad, que enseñen al que no sabe, que estén dispuestos a trabajar en donde haya trabajo, que quieran crear riqueza para los demás y para ellos,… que inventen, que descubran, que sean generosos. Supongo que habrá que acortar drásticamente el tiempo dedicado a tratar en exclusiva de ocio y diversión, de desazón y, por supuesto, de deporte de élite.
Lo tienen complicado, pero si sentimos la tentación de no creer en la capacidad de los jóvenes para conseguirlo, podemos mirar, entre otros, el camino abierto por alguien que -a la fuerza- hubo de cambiar el objetivo de su viaje y que, desgraciadamente, ya llegó a la meta. Hablo de Pablo Ráez y de cómo han aumentado las donaciones de médula, gracias al camino abierto por este chico malagueño. Cuando esa generación se dé cuenta de todo lo que tiene en sus manos y se ponga en movimiento, a más de dos nos van a remover el sillón en el que nos hallamos plácidamente sentados.
Haciendo camino al andar y siempre tuyo.
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