Visto lo visto, amparados y anestesiados por su compañía a lo largo de los años, nos convencimos de que solo existe y es lo que sale por la tele y, recientemente, lo redondeamos asumiendo que las cosas que importan son del color del cristal con que las pintan las redes sociales. Un poner: Esas vacaciones –que transcurren asquerosamente- se arreglan con un par de autofotos de brazo extendido: cabecitas juntas, sonrisa de película Disney y un fondo que acompañe y haga rabiar de envidia a nuestros bienintencionados seguidores y a los otros. Y una vez colgadas (las fotos), cual divos de Hollywood tras mentir a la cámara, volver a encerrarnos en el camerino de nuestra incomunicación y dar rienda suelta a la soledad que nos acompaña. Eso, que es como la vida misma, ya no interesa ni lo verá nadie. 

Es tiempo de likes, influencers y tiktokers que se hacen sitio en nuestras vidas a codazos y, como en aquel juego de la infancia, (en mi pueblo, la gata paría) donde nos íbamos apretando en un banco hasta echar fuera al de la punta, hemos expulsando a los que fueron nuestros compañeros inseparables: Se cayó (calló) Machado y tantos otros. Se cayeron las tardes de juego, charla y paseo, que ahora suplimos con una distraída pluriconversación de WhatsApp y hasta a detenernos por la calle y sonreír y mirar a alguien a los ojos, nos obliga nuestro perro, cuando se para a olisquear a los canes de otros paseantes… todo ello, debidamente acrecentado por el nuevo manual de conductas Covid, nos arrastra a vivir como si casi nada encontrara razón de ser, más allá de lo que se enmarca en una imagen, fija o en movimiento, pero imagen al fin y al cabo, con su inseparable deformación de la realidad.

Si has seguido, aunque sea de pasada, alguna retrasmisión de las recientes olimpiadas -tristísimas sin público- habrás comprobado que, también, al deporte le sienta bien este corsé. Los participantes en las de la Grecia antigua, igual que en los modernos juegos, tenían y tienen un objetivo: “Ganar, ganar y ganar” (En palabras del sabio de Hortaleza), pero han de asumir que el resto de participantes persigue idéntico fin y que, por tanto, todos no podrán “Ganar, ganar y ganar.”  Por ello se entrega la medalla de plata y la de bronce y los diplomas olímpicos y se hacen oficiales la participación y las marcas obtenidas,… y hasta se celebran juegos paralímpicos. Pero la cámara -¡Ay, la imagen!- solo ama al ganador: su tensión, sus rutinas,… su euforia. Los demás poco interesan, más allá del chascarrillo o el apunte anecdótico. Mira si es así que, ya en los juegos olímpicos de Los Ángeles (1984), Nike, cuyo indisimulado deseo es que compremos zapatillas y camisetas de su marca, removió los huesos del varón de Cubertin y “escandalizó” a los que aún creían en la inocencia del deporte, con el eslogan: “Second place is for loser”, para que me entiendas tú y me entienda yo: El segundo lugar es para los perdedores.

Y en esas andábamos cuando una chica (gimnasta brillantísima de EEUU) decide que su salud mental es mucho más importante que una final para la que lleva años entrenando. O conocemos que en el equipo olímpico español compiten atletas “negros y moros”, con el mismo derecho que lo haríamos tú y yo si tuviéramos sus cualidades y su capacidad de sacrificio. O que un campeón olímpico británico logra puntos desde el trampolín de la piscina y hace punto en la grada.  O que un sensacional e irrepetible pívot de baloncesto deja la selección y reconoce que ya no está para esos trotes,… Y a esas naderías, que nos venden como anécdotas, para que respiremos entre medalla y medalla, las califican: El lado humano del deporte. ¡Toma ya!  

Querida Luci, ya me dirás ¿Cómo habremos de llamar, entonces, a los otros lados del deporte? Porque si solo nos quedamos con la imagen de ese que cruza la meta el primero o lanza la jabalina o el martillo más lejos que nadie. Si la única aspiración es el Olimpo y en él caben tan pocos, ¿Dónde se supone que acabaremos todos los demás? Escasean los exclusivos y brillantes y somos tantos los mediocres, ordinarios, vulgares, del montón,… y segundones que, si los publicistas de Nike están en lo cierto, nuestro mundo se halla saturado –dicho en una palabra y sin paños calientes- de perdedores. Con razón corremos como locos, saltamos y luchamos desquiciados para que nadie se nos ponga por delante: ¡Fuera del campeón, la nada! Tal es nuestro empeño en ser los primeros y en que una imagen lo muestre y lo demuestre que, al regresar cada mañana al mundo de la consciencia, como si una cámara nos vigilara, comenzamos a sobreactuar, a ser nosotros, pero en permanente estado de alerta y de revista.

Debo de ser muy mayor, pero me agota este tinglado que no lleva a ninguna parte y genera demasiada frustración. Estos días releía unos versos: Ha de existir otro Montmartre para aquellos // que buscaron la luz cada uno de sus días // y solo hallaron lienzos mudos… En imágenes públicas o en la más estricta privacidad, toca asumir que la mayoría buscamos, los que encuentran suelen ser menos. Y me consuelo con otros versos de coplero andaluz Carlos Cano: “… la que da la batalla // y no recibe ni una medalla,… de esa misma morralla // morrallita soy yo.”  

Que no te engañe la imagen. Mírame como tú me sabes: ¡Siempre tuyo!

 

Gracias a todas las personas (de manera especial a los sanitarios) que en estos tiempos nos hacen la vida más fácil con su trabajo y su esfuerzo generoso, que ya dura muchos meses. Y a quienes sufren por la Covid-19 en nuestros pueblos de Los Pedroches, un fuerte abrazo y todo mi ánimo.