Querida Luci:
Que vivimos en un país multicolor es algo de lo que casi nadie tiene dudas. Otra cosa es cómo nos organizamos. Ya se sabe que las apariencias engañan y si escarbas un poco en el asunto, enseguida llegarás a la conclusión de que muchos españoles de hecho, de derecho, de acogida y mediopensionistas; cobrantes pero no practicantes; desconectados; de bandera en el reloj, en el balcón y en el corazón; de pasaporte de conveniencia; de corazón partío; de perdono pero no olvío; de los que piensan que ellos mean por otro lado; de patriotas que prefieren tributar fuera de España;… de todos somos españoles, pero yo más. Muchos, decía, de esta variopinta fauna de españolismo (sin ánimo de ofender) sienten su especie como la más pura o, al menos, como la mejor de lejos, frente a la mediocridad y burricie de las demás opciones. ¡Somos puñeteramente excluyentes y nos perdemos tanto!
Aseguran que, como el coronavirus, este sentimiento de exclusividad y desprecio de los otros se contagia y es muchísimo más grave que una simple gripecilla patriótica que se cura con paracetamol y un arroz en el campo con los amigos. Al parecer, al principio de esta novedosa pandemia, los indicadores hacían pensar que la población de riesgo se reducía a políticos y periodistas de primer nivel y a sus familiares directos, pero el uso y abuso de platós, estrados y micrófonos por parte de los contagiados, sin lavarse manos ni boca ni usar mascarilla y sin haber habilitado para ellos centros de reclusión lejos de las personas sanas, ha provocado que muchos otros, que vivían ajenos a estas veleidades, hayan terminado por contaminarse.
Sirvan como ejemplo los sonados excesos de artificio verbal, demasiadas veces, intervenciones chabacanas y barriobajeras protagonizadas por sus diezmadas señorías, más propias de un concurso de peleas de gallos de joven literatura oral, que del parlamento de un país castigado por una enfermedad grave, la destrucción de empleo y las trampas con países ricos. Estas sobreactuaciones superficiales y frívolas contagian a millones de personas que las siguen en directo o, sobre todo, a quienes consumen dichos desmanes, sesgados interesadamente por televisiones, periódicos, radios y redes sociales.
Como no se han redactado protocolos ni habilitado teléfonos de consulta gratuitos, es difícil saber si uno se ha contagiado de ese virus. Por la red de redes circula un listado no oficial, según el cual, los síntomas son: 1. Fiebre patriótica alta (incluida la hipertermia independentista), en comparación con la laxitud aparente del resto de la población. 2. Dolores agudos inespecíficos en el lado derecho o en el izquierdo. 3. Dificultad para respirar en presencia de individuos con otras sensibilidades. 4. Tos seca y persistente cuando, a su lado, se defienden puntos de vista que considera inaceptables. Se asegura que algunos ciudadanos que solo presentan una visión borrosa, confusa y pesimista del futuro, de momento, no han desarrollado la enfermedad.
Yo no lo entiendo muy bien y supongo que algo parecido le ocurrirá al resto de la ciudadanía, pero no me atrevo a exigir que nos hagan las pruebas porque, en este país, el único test conocido se llama elecciones y -estoy seguro- los resultados de dicho test serán una vez más: Que el nuestro es un país multicolor… ¡Y vuelta a empezar!
Querida Luci, es una lástima que, como la serpiente multicolor de las vueltas ciclistas, no avanzásemos todos en la misma dirección y sentido y que en nuestro país multicolor, no haya nacido una abeja bajo el sol, famosa en el lugar por su alegría y su bondad… De esas que no hay obstáculo que las frene y que olvidaron el bla, bla, bla y los aguijonazos, para dedicarse a resolver los problemas de la gente.
De la vacuna nadie se atreve a hablar y lo que más asusta no es el pinchazo sino pensar a dónde conduce inmunizarse, frente a los que dicen representarnos… De momento, nos apañamos con mascarillas caseras y haciendo la vista gorda de toda la vida. En esta pandemia de mentirijilla (o no), como en la de verdad, cual participantes en un concurso de televisión, sufridamente, vamos superando estados de emergencia, resistirés, cuarentenas y encuentros en la primera, segunda y tercera fase y lograremos como gran premio –dicen- la normalidad. Sin embargo, mucho me temo que, como en la otra, para ser normales, pero normales de verdad de la buena y nueva normalidad, habrá que empezar por suprimir los besos y abrazos y cambiarlos por los codazos, que a esta le van mejor que a la COVID. A partir de ahí puede ocurrir cualquier cosa. Improvisaremos, que es lo nuestro, hasta donde alcance la imaginación y los dineros que nos van a prestar.
A la espera de la gentil y alegre abeja Maya, siempre tuyo.
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