7-Noviembre-2016
Querida Luci:
Vuelvo a desempolvar este -tan antiguo como didáctico y transparente- refrán: “Para hablar bien de Dios no hay que hablar mal de la Virgen”.
Aunque, al fin habemus presidente y, al fin, habemus gobierno, tengo la impresión y, casi la certeza, de que nos ha salido y nos va a seguir saliendo, excesivamente caro. En estos últimos diez meses, de manera especial, hemos asistido al destape de las vergüenzas de partidos políticos claves, hasta ahora, en la democracia española y de muchos (demasiados) personajes (dejémoslo en eso de momento) que han trepado, mentido, prevaricado y robado a sus anchas, amparados por la aureola que, en este país, hasta no hace mucho tiempo, concedía el simple hecho de dedicarse a la cosa pública.
Pero la consideración del político, la política o lo político han caído en picado y muchos ciudadanos, hastiados, se niegan a reconocerle (de manera especial en estos meses) muchas de las nobles cualidades que, hasta ayer, parecían íntimamente unidas a esa palabra. Y se da la paradoja de que cuando el candidato Mariano consigue la ansiada confianza de la cámara, un elevadísimo número de españoles se la ha retirado (la confianza) a la propia cámara.
Los tiempos están cambiando, ya lo profetizó el “nobel” profeta Dylan y (entre otras novedades), como savia nueva, la juventud ha irrumpido en el hemiciclo y ha demostrado a la España cañi y a todas las Españas, que se puede ser su señoría vistiendo vaqueros o jersey, o peinado como mejor le parezca a cada uno (o su cabeza se lo permita) y que el hábito (hasta ahora: nudo perfecto y traje impoluto) no hace (tampoco en política) al monje.
Cuando miro a nuestros señores diputados y señoras diputadas, percibo una visión doble de la realidad, por una parte, los veo a ellos por lo que son y, por otra, intento imaginar a los que los han puesto allí, es decir, a los miles que ellos representan y siento una España plural en lo ideológico y en lo económico, en las formas y en el fondo, en los años y en la manera de sentarse en los escaños… ¡Abajo el bipartidismo, las mafias, las puertas giratorias, la corrupción,…! ¿Quién puede abominar de estos postulados? Pues, aunque parezcan consignas juveniles, por ejemplo, la justicia social -cuando lo es de verdad- debe ser la misma en boca de todos (también de los mayores).
A pesar de esas y otras diferencias, existe un momento crítico que los iguala, un momento de soledad en el que un hombre o una mujer han de ser ellos mismos frente a toda España, la que piensa como tú y la que desprecia tus convicciones. La que te aplaude y la que te insulta. La complaciente, la indiferente y la crítica severa. Es el momento en que, subido a la tribuna de oradores, se te concede la palabra. He dicho ¡La palabra!
Querida Luci, en ese lugar, pueden hacer uso (y lo hacen, digo si lo hacen) de la palabra concedida, oradores serios y brillantes, o corruptos hipócritas redomados, o trepadores convictos y confesos, o personas de bien, o catedráticos y profesores pedantes y manipuladores, o rufianes que, sin importarles la suerte de España, se dedican a predicar a los españoles como deben conducirse,… Para su desgracia (y la nuestra), un número creciente confunde pluralidad con enfrentamiento; discrepancia con mala educación y con insulto y diferencias ideológicas con enemistad necesaria.
Todos, a pesar de ello, tienen derecho a expresar lo que piensan y lo que son y tienen, además, la oportunidad de (sin renunciar a su condición de seres humanos) convertirse en héroes que, conociendo la historia, (He dicho ¡La historia!) se sacrifican por su pueblo y lo conducen valientes hacia el incierto futuro.
Mientras eso llega, todos y todas deberían aprender (también los jóvenes) a escuchar a los demás, a empatizar con ellos y, sobre todo, a defender lo propio sin aniquilar al adversario, porque, les guste o no, se trata de su hermano y pueden necesitarlo antes de lo que piensan. Es decir, que “Para hablar bien de Dios, no hay que hablar mal de la Virgen”. Esto -aunque alguno se pensara que iba de religión- resulta que, también, es política.
Políticamente discrepante, incorrecto y siempre tuyo.
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