Querida Lu-Lu-Lu-Luci:
Llevo tiempo sin ánimo y sin ganas de escribirte y, ahora que me pongo, te pido que leas despacio mi carta y, sobre todo, que la difundas por los medios que tú sabes, a ver si de esa forma la hacemos llegar a quién es el destinatario primero de mis pa-pa-pa-palabras.
Me preocupa lo que pueda salirme en este momento de acaloro, pues la inspiradora de mi escrito no es otra que la indignación. La indignación y la canalla que, escondida en el anonimato, se permite el lujo de echar por tierra lo poquito de consistente que, levantado por todos, nos va quedando en pie.
Seguramente he sido el último en enterarme de que por nuestras casas y por las redes sociales, de esta cutre aldea global en la que a veces se convierte Internet, circula un panfleto real-virtual que hace referencia explícita a Gerardo Arévalo (concejal del Ayuntamiento de Pozoblanco, en el ojo del huracán, por motivos que no vienen al caso).
No me tomaría la molestia de escribir ni una sola letra si en dicho panfleto no apareciera la palabra: “Tartaja”, referida al citado ser humano y no lo haría porque, por desgracia para mí, me he acostumbrado a vivir en una sociedad en la que se ofende y se descalifica al rival (sobre todo político), sin aportar ni un solo argumento objetivo y las victorias (sobre todo políticas) se viven con la frivolidad de quien gana un partido de fútbol, sin asumir que lo que se ha logrado es el compromiso y el deber de trabajar y servir a los ciudadanos que nos dieron el voto (y a los que no nos lo dieron).
Pero la citada palabra no solo me lleva a tomarme la molestia de decir algo al respecto, sino que me recuerda que, como ciudadano y como maestro de escuela (aunque jubilado), tengo la obligación de no callarme ante tan grosera agresión.
¿Para qué la integración y la inclusión escolar? ¿Para qué maestros y maestras empeñados en luchar contra las discriminaciones en la escuela? ¿Para qué campañas contra el acoso escolar a los diferentes?… ¿Para qué repetir que todas las personas tenemos idénticos derechos, si cualquiera, con muy poco respeto y mucha mala leche, puede pisotear los de los otros, haciendo burla de una dificultad en la pronunciación? ¡Penoso!
Querida Lu-Lu-Lu-Luci, lo malo no es que uno (o unos pocos) dediquen su tiempo y su dudosa creatividad a fraguar tamaño y ofensivo disparate. Lo peor son las risitas, es la indiferencia, es el silencio cómplice, es la connivencia, es el mirar para otro lado… Si queremos una sociedad y un pueblo mejores, hay que empezar por no admitir ni justificar, de ningún modo, ese tipo de ofensa o descalificación de una persona, por muy rival o enemigo que sea y por muy equivocado que pueda estar. Con el insulto a una discapacidad, minusvalía o a una dificultad, nos insultan a todos. Y con la ofensa y el desprecio a Gerardo Arévalo, llamándolo “Tartaja”, me ofenden y me desprecian a mí.
Ya estamos tardando demasiado (partidos políticos, asociaciones, colectivos,… y seres humanos en general) en salir a condenarlo con toda la contundencia que la ofensa se merece.
Ah, y al artista gráfico, autor de la obra, NO le deseo que su hijo o su hija, sufra disfemia, para que nunca, nadie trate de burlarse de él o de ella descalificándolo por “tartaja”, aunque posea otras muchas y estupendas cualidades.
Tartojosamente, si-si-si-siempre tu-tu-tu-tu-tu-tuyo.
No hay comentarios