22-agosto-2016
Querida Luci:
Yo ya no sé escribir. En realidad, nunca supe escribir. Es más, cuando pensaba que había aprendido, alguien se encargó de recordarme que, para empezar, ni siquiera sabía sujetar el boli con la mano correcta.
No creas que exagero. Todavía debe de andar por mi casa una fotografía en la que un colegial de babi blanco y cuello azul de hule, con fondo de mapa de España (La una, grande y libre que era la de entonces, más antigua aún que esta de las autonomías que tan trasnochada resulta para algunos) mira, con cara de circunstancias (ya no creía en el pajarito), a la cámara de un fotógrafo profesional sosteniendo en su mano derecha una gordísima pluma estilográfica, después de haber escuchado de boca del artista gráfico: ¡Con esa mano no se escribe! y al tiempo que este le arrebataba la pluma de la mano izquierda, con la que él la había cogido, y la colocaba donde Dios manda, en la derecha.
Aquel colegial era yo (un zurdo cerrado) y aquel fotógrafo acababa de tirar por tierra el empeño de tres años de sor Teresa, mi maestra de párvulos, (la que me enseñó a escribir) para que cada persona lo hiciese con la mano que le pillara más a mano y, de paso, dejar retratado para la posteridad a otro estudiante que, como no podía ser de otro modo, realizaba sus dictados y cuentas (a la vista está) con la mano adecuada y reglamentaria. Como quedó patente en las fotos, que nuestros padres compraron religiosamente, en aquellos tiempos no existían los zurdos.
A partir de ese momento tomé conciencia de que yo escribiría siempre a mano cambiada. Con el trabajo añadido de prometer y jurar que la tarea que presentaba se había realizado exclusivamente ¡Oh, prodigio! con la mano buena, la diestra y nunca con la siniestra mano izquierda. Aquel era un régimen de bipartidismo cerrado. O eras de los unos o de los otros y, por la cuenta que te daba, mejor ser de los primeros. No valían las medias tintas, que eran lo peor de lo peor. Estaba prohibido no ser ni chicha ni limoná. ¿Eclecticismo? ¡Mariconadas y propaganda comunista! O Café o leche. O blanco o negro, se nos exigía elegir, como si de otro absurdo y tramposo referéndum -tipo Brexit- se tratara. Cualquiera pedía café con leche o recordaba que el cine en blanco y negro con su, cada día más completa, gama de grises (que abrieron el camino al technicolor y cinemascope) daba gusto verlo.
Hace ya unos días nos han enseñado por televisión como sus señorías, los elegidos en las segundas, se sometían, uno por uno, al protocolo de posar para la foto que les permitirá entrar en la posteridad como miembros electos del Congreso de España, muy parecida a aquella que me sacaron a mí siendo escolar, si bien, no llevan babi ni cuello duro ni forman parte de un paisaje de mapa antiguo.
Por suerte, dicen, ya no hay bipartidismo. Por suerte, las recomendaciones de la fotógrafa no pasan, seguramente, del póngase natural o sonría señoría o no mire para otro lado… Pero, por desgracia, muchos de estos nuevos y viejos políticos de la nueva y vieja políticas (por acción o por omisión) parecen olvidarse de que de nada sirve contar con un emotivo retrato de congresista para tu estantería o tu perfil de Facebook si no dejan de actuar al dictado y alzan su voz (la suya, no la de su partido), la de su inteligencia, la de su creatividad, la de su historia personal, la de su trabajo y estudio de años, la de su análisis de la realidad de esta tierra… para salir todos juntos de este barranco de estupidez y denunciar los insultos y cortapisas a los que están siendo sometidos por grupos de poder, comités y jefecillos.
Ahora que lo pienso, unas y otras fotografías tienen en común mucho más de lo que pudiera parecer a primera vista. Si quieres retrato: te pones ahí, te callas y sujetas la pluma estilográfica con la mano que yo te diga. Si yo que nunca he sabido escribir y mucho menos con la mano derecha, poseo un retrato de niño bueno, escribiente ferviente de mano diestra, es posible que alguno (o alguna) que jamás tuvo el más mínimo sentido de estado ni vocación de servicio ni se ha jugado en su vida nada de nada por este país, cuente en su haber (como un trofeo) con un bonito retrato de su señoría, padre de la patria del reino de España. ¡Toma ya!
A los fotógrafos de la cámara, como a los de mi infancia y, antes, a los que retrataron a reyes y emperadores les queda la difícil tarea de dejar listo para enmarcar lo que les ponen por delante y no les está permitido decir a nadie: Lo siento, ¡Usted no da el perfil! ¡Para este oficio se necesita mucho más arrojo y mucha más responsabilidad! y añadir como si tal cosa: ¡Que pase el siguiente!
Querida Luci, las poses o los postureos, que dicen ahora, deben de durar apenas unos segundos y terminar cuando la cámara cierra el objetivo. A partir de ahí, lo que necesitamos, más que nunca, son políticos de valía y de valentía, que sean conscientes de que un acta de diputado da para mucho más que para votar Sí o No (¡O abstención!) según les manden.
¡Tuyo zurdísimo!
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