Querida Luci:
En esta anómala cuesta arriba de enero, no es mi intención volver sobre el asunto viejo de la anormalidad nueva y establecer cómo se ha de afrontar el trance. Aunque seas mucho más joven que yo, no tengo interés alguno en aleccionarte, aconsejarte, advertirte, prevenirte o guiarte ni tan siquiera sugerirte. Ni muchísimo menos adiestrarte, siendo yo zurdo recalcitrante de toda la vida. Sin embargo, las personas mayores, como es el caso, aún estamos a tiempo y ejercemos el derecho al deseo y a escribir propósitos flamantes, cada Año Nuevo que nos vayamos topando por el camino. No pensarás que las ideas y los pies de los que ya no cumpliremos los cincuenta ni los sesenta quedaron atrapados en el pasado siglo ni supondrás que porque uno parlotee cada vez más en pretérito, relate batallitas y a su cabeza, ahora, no le merezca la pena complicarse con peinados imposibles, se instaló en la apatía y la renuncia y si creías algo parecido te aclaro, desde ya, que te equivocas. Reclamo mi parte del pastel ese de Año nuevo, vida nueva.
Seguramente ya lo habrás descubierto: Deseos y propósitos cambian con la edad y para este dos mil veintiuno he deseado a mis seres queridos e, incluso, a los que no quiero tanto, ¡Todo lo mejor! Suena a topicazo, sin embargo, la gran novedad es que, entre todos esos a los que anhelo que les sucedan cositas buenas, me incluyo a mí mismo, si no el primero… el segundo. Ya está bien de modestia y, cual niño bueno en la carta a los Reyes Magos, pedir regalos solo para los demás. El deseo lo he planteado en abstracto, no vaya a ocurrirme como a un amigo que le pidió al anterior disfrutar más de su casa y… se la buscó él y nos la lio a todos. Este año, como novedad: ¡Me deseo lo mejor! Ya te contaré por donde me sale la osadía.
En el capítulo de propósitos, quien más quien menos, se ha vuelto un pelín escéptico. Es como si, antes de que se tornen despropósitos, uno los formulara con la boca chica, mirando para el suelo y descubriendo que no llevas los zapatos limpios, sin ser consciente de que esas buenas intenciones no figuran entre tus más urgentes prioridades. Les ocurre como a aquellos propósitos de la enmienda, que no se enmendaban ni a la de tres. A pesar de lo anterior, me he atrevido a marcarme un propósito firme. Puede que te sorprenda, pero se me ocurrió así, de sopetón, sin pensarlo demasiado y decidí que valía la pena intentarlo.
Metidos en estos terrenos, conviene no olvidar los numerosos bienintencionados proyectos que se repitieron a últimos de los diciembres y se desvanecieron y no volvimos a topárnoslos hasta que se acababa el año siguiente: Ser consecuente con los Añosnuevos que llevas a las espaldas. Desde los tiempos de la lámpara maravillosa de Aladino colea esto de los mejores deseos y los buenos propósitos. Lo hemos convertido en costumbre, con rango de tradición. A propósito, con los ritos y las tradiciones se aprende, a la fuerza, a respetar las que caben por el callejón que la vida nos lleva y, como quien no quiere la cosa, a ir dejando de lado las que nada nos aportan o molestan al andar. Seguramente, cuando se nos va abrazando la bendita inocencia, acabamos convencidos de que la tradición es cultura, es saber, es goce, es abrazo con nuestros antepasados,… pero, también, que nadie está dispuesto a cargar con ella como un lastre o una obligación. Yo me como mis perrunas y canto y comparto mis villancicos de pandereta y sartén, con quien conmigo va y lo disfruto como si fuera (cosas de viejo) mi última vez. Pero, al terminar, renuncio a decir: ¡Palabra de Dios! y, menos aún, a exigirle a nadie que incline la cabeza y responda: ¡Te alabamos Señor! o ¡Sí, Bwana!
Querida Luci, me he encaramado a las alturas y se me ha ido el santo al cielo. Te contaba que para este año, en el que me siento como perdido en mi propio pueblo: los paisanos que encuentro por la calle –intocables, mascarilla y distancia- se me antojan forasteros salidos de un autobús o de una nave espacial de la que ignoro la procedencia… para este año, te decía, cuento con un propósito firme y decidido.
A estas alturas de enero, con el coronavirus mutando a sus anchas, distorsionando nuestras vidas hasta ponerlas patas arriba y Filomena dejándonos helados, habrás formulado tus deseos y propósitos. Como las rebajas, es ahora o nunca y te recuerdo que desear y hacerse propósitos, además de constituir un ejercicio de reflexión, sigue siendo gratis y puede ejecutarse con cierre perimetral, estado de alarma y confinamiento incluidos. No digas que no te avisé y eso que no tengo interés alguno en aleccionarte ni aconsejarte ni advertirte… Casi lo olvido (cosa de los años), mi propósito firme y sólido para esta Vida Nueva del nuevo Año Nuevo es… que no voy a hacerme ningún propósito, en ningún orden de mi vida. De momento, a pesar de los años, camino más ligero.
P.D.
Al día siguiente de enmarcar mi propósito rotundo, escuché a una persona (¡Más mayor que yo!) a la que preguntaban por qué quería ponerse la vacuna del Covid y respondió, sin dudarlo: “Para estar bueno yo y para poder disfrutar de los míos”. Desde ese mismo instante, dudo seriamente si habré elegido el mejor de los deseos y propósitos disponibles. Mientras le voy dando vueltas y pueda tenerme en pie, no pienso pararme.
Si permites la primera excepción, me propongo ser siempre tuyo.
Gracias a los que nos hacen la vida más fácil con su trabajo y su esfuerzo generoso. Y a las personas que sufren por la Covid-19 y a los pueblos de Los Pedroches que peor lo están pasando, en especial a los vecinos de Añora, un fuerte abrazo y mucho ánimo. Más que nunca ¡Soy de Añora!
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