Dicen que no se muere quien se va, sólo muere el que se olvida. Antonio César Fernández, el sacerdote pozoalbense asesinado el pasado viernes en Burkina Faso, difícilmente será olvidado porque quienes le conocieron se niegan a que una vida de tan hondo calado y de entrega a los demás caiga en el silencio. Una de las hermanas del sacerdote, Patrocinio Fernández, atiende nuestra llamada sobreponiéndose al dolor porque “lo que tengo claro es que no quiero dejar a nadie sin contarle lo que era mi hermano, cómo era, quiero estar fuerte para eso”. Y ahí arranca un relato que habla de un hombre que tuvo desde su juventud muy claro su camino, nació para ser misionero y eso fue hasta el último de sus suspiros.
“Mi hermano era una persona humilde, eso por encima de todo. Luego era una persona muy inquieta en la cuestión social, un humanista enorme, y la tercera cosa es que era muy respetuoso, sabía valorar a todos, a cualquier persona le encontraba mérito para algo”, explica la hermana del sacerdote. Esa forma de ser le condujo desde muy joven a iniciar una vida como salesiano que acabaría en el continente que convirtió en su hogar, África. Insistió hasta que consiguió su deseo porque “siempre quiso irse a las misiones y lo solicitó en varias ocasiones, le dijeron que era muy joven y obedeció, pero a la tercera vez que lo pidió lo consiguió y en Togo fue el fundador, junto a otros dos compañeros, de la congregación salesiana”.
No habla Patrocinio Fernández con la pasión de quien ha escuchado un relato, sino con la convicción de quien pudo ver ‘in situ’ la labor que Antonio César realizaba en los diferentes países africanos donde llevó su alegría y vitalidad. “Cuando fui la primera vez a África, fui como voluntaria, me dijo que aprendiera de la gente africana, que tenían muchas cosas que enseñarnos. Valoraba mucho a la familia y a las mujeres las consideraba unas valientes porque llevan el peso de la familia, hacen de todo y eso él lo valoraba”, explica ahondando en que “él visitaba a la gente, la quería, estando a su lado nunca sentí que era blanca allí porque él me ayudaba a esa identificación con los africanos, le querían”.
Uno más en la congregación
Fue en 1982 cuando Antonio César Fernández llegó a Togo, un país donde se habla el francés, pero donde ese idioma convive con la lengua nativa. El respeto a la diversidad, a las señas de identidad y a la cultura de los demás le llevó a querer aprender esa lengua antes de macharse. “En las misas se leía el evangelio en francés y en lengua nativa y él las homilías las hacía en francés y en esa lengua nativa como señal de respeto hacia las personas que no pudieron ir a la escuela y no sabían francés. Eso le abrió muchas puertas”, relata.
Y mientras ese respeto le permitió abrirse los corazones de quienes fue conociendo, él fue abriendo oportunidades a jóvenes con pocos recursos siempre buscando su formación. “Formaba a los jóvenes, a muchos para el sacerdocio sabiendo que no iban a seguir ese camino, pero siempre decía que daba igual porque ya tendría esa formación. Atendía las cuestiones administrativas del colegio, pero nunca ha sido el director porque él quería que fueran los propios africanos quienes llevaran esas cuestiones. El objetivo en su última obra era poner talleres en marcha para jóvenes, talleres de electricidad, de carpintería metálica e incluso de música. También acogía a muchas madres jóvenes y muchachas cuyos maridos no contaban con ellas y tenía talleres preciosos de tejidos, de costura, de corte y confección. Estaba formando a gente sin recursos que estaban recibiendo una educación, pero también que esos formadores llevaran un salario a sus casas”. Ese afán por la educación como oportunidad para un futuro mejor le llevó a luchar porque la cadena de la educación no se viera interrumpida e “incluso puso a niños de la calle a cargo de una persona que les fuera preparando para que cuando llegara el curso escolar estuvieran al nivel adecuado e igualdad de condiciones que otros niños que sí habían sido escolarizados. Abría las puertas a niños sin recursos, ese era su objetivo y lo hacía a través de la educación”, narra Patrocinio.
Esa inmensa labor ha provocado que entre el dolor y la pena la familia se muestre “profundamente agradecida” por las muestras de cariño recibidas. “Esto ha sido un milagro. Aquí en Pozoblanco no deja llamarme gente, de decirme unas palabras preciosas para mi hermano. Compañeros de lugares en los que estuvo como Ronda o Úbeda. Ha sido hasta nivel nacional, estamos teniendo un apoyo enorme con condolencias de la Casa Real y de todos los partidos políticos. Eso me da mucha alegría porque él era tan respetuoso con todos que es como si supieran como era mi hermano, es muy bonito y estamos inmensamente agradecidos”. Un cariño que en el día de ayer Patrocinio recogió en las eucaristías del colegio salesiano “San José” de Pozoblanco donde el recuerdo de Antonio César estuvo muy presente “en todo, hasta en las canciones. He sentido la alegría de mi hermano”.
Ahora, entre ese recuerdo, toca afrontar un proceso más complejo que es el de la repatriación del cuerpo del sacerdote salesiano. “Murió en tierra de nadie, en la frontera entre Togo y Burkina Faso, pero el sábado estuvimos hablando con el embajador de Mali y fue muy reconfortante, nos habló muy bien y nos dio la información correspondiente”.
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