Queremos cantar el amor por nuestro pueblo porque es el lugar donde fuimos y somos felices. Queremos cantar la honra de vivir en su seno, queremos cantar a sus hijos, a los que llevan su nombre, a los que lo mantienen aún con vida. Queremos cantar las virtudes de sus señas, cantar por su memoria y por supuesto queremos cantar por su futuro y por su supervivencia.
Ayer pude leer en los labios de un buen amigo el dolor y la pena que suponen constatar que vivimos en una patria menguante: “Oficialmente somos menos de 7.000”, me dijo tristemente puesto en pie mientras a mí me sobrevino un escalofrío. Con la voz casi rota respondí: “¿Qué estamos haciendo mal, compañero?”.
Las glorias del pasado se pasean silenciosas por las calles de nuestro pueblo, inadvertidas, invisibles, como una suerte de viento helado y seco capaz de desgarrar, sólo las pieles más sensibles. Lo que ayer era ruido hoy es eco, mañana leyenda… pasado, el sonido de un cerrojo. Mientras tanto tedio y parsimonia, casas vacías… desidia en cada despacho. Al cabo, la resignación y el sentimiento de no tener sentimiento son las dos únicas cosas que nos quedan en el cajón de nuestra vieja alacena. ¿El legado? la peor de las sensaciones, la de tener la esperanza muerta, entre una Hinojosa que muere, y otra que bosteza.
Esta oportuna elegía, puede parecer dura o exagerada si lo convenís, pero la realidad es que nuestra población no para de menguar. Cada año unos cientos de menos sirven para conformar el peldaño que nos merma un poquito más, una cuenta atrás. Nuestro pueblo se agota, se vence, se cae y se muere. Desgastado por rivalidades poco convenientes sólo parece revivir si de adorar o festejar se trata.
Para cualquier ser por pequeño que sea, medianamente interesado en su propio entorno, sería complicado escribir sin alterarse estas líneas. Creed cuando os decimos que plasmar aquí este lento escarnio de agonía y abandono, no es plato de gusto, pero hoy más que nunca necesario. La historia que alcanzamos a recordar es la del vacío. Décadas y décadas de éxodo en busca de un maná y una miel cada vez más lejanas… Otro pueblo, otra ciudad, otro país son hoy la patria de más hinojoseños que los que restamos en estos viejos muros. Hinojosa es una madre que pare hijos que no envejecerán junto a ella. Agotado su sustento, la vida y la juventud se nos escapan por las vencidas carreteras que lejos de conectarnos nos alejan.
No vamos a dudar de la buena intención de nadie. Con eso se cuenta. Pero la intención se ha de tornar en trabajo, en trabajo constante. En ganas de crecer, en ganas de mirar más allá de nuestras barreras (muchas veces las que nosotros mismos nos imponemos), apelemos a la capacidad de entendernos, de valorar lo nuestro, de gestionar nuestras ideas en pos de la unión. Tornemos la desidia en el deseo de conseguir el sustento que hoy nos falta.
Somos la sangre de un alma venida a menos. Hinojosa es una tierra de hombres y mujeres fuertes e inteligentes que regalan su valía por más de medio mundo, algunas veces por elección, otras por fuerza. Con ellos, conciudadanos, alimentamos un mundo que no cree en nosotros. Lamentablemente nada es fortuito. Lo rural no tiene cabida en nuestros parlamentos, ni en el ideario de nuestros políticos… se puede decir que nos marginan los dogmas cada vez más absurdos que nos dominan, el eterno pez pequeño al que el grande engulle, el estigma del pueblerino en la brillante ciudad… bla bla bla. La sociedad nos vende un pueblo, en el mejor de los casos tipo postal, al que venir de vacaciones, y al que criticaremos el resto del año por la mediocridad de sus habitantes. Valores como la salud, la calidad de vida de nuestros pueblos parecen no añorarse en ciudades repletas de coches, asfalto y con ese toque de elegancia que les otorga su boina gris.
Aunque podríamos enumerar muchas más causas, éste no es un análisis profundo ni siquiera al uso de la situación. Lo que sí es, es un revulsivo, una vía para salir de la mudez, del silencio, de la impotencia, de la rabia que nos da esta escalera que no para de bajar. Reunimos los argumentos y el valor para decir altas y meridianamente claras las siguientes ideas:
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Siéntanse orgullosos de lo suyo. Eduquen en la identidad y el valor de lo nuestro. Sientan lo ajeno como propio y sobre todo actúen de tal modo que cada paso intente ser un aporte, una piedra en el lugar correcto, no en el camino de otro.
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Hinojosa tiene un grave problema que no son ni los partidos ni sus eternamente opuestos partidarios, el problema es común y de todos sin excepción. La depresión y la despoblación. (Alúdanse también aquellos que creen tener el destino bien atado, pues pueden dejar de tenerlo, para ejemplo véase el artículo 26 de la Ley 7/1985)
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La búsqueda de sustento, empleo y desarrollo para sus habitantes ha de ser la primera primerísima prioridad de gobernantes, vecinos y amigos del pueblo de Hinojosa. Jamás olviden que el destino de un pueblo o comunidad está en todos y cada uno de los vecinos, nunca en la de unos pocos aunque estos sean sus gobernantes.
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Aportemos, convengamos, negociemos, busquemos, colaboremos… pero sobre todo nunca permitamos conductas individualistas y parciales. Los logros de una sociedad no son nunca ni serán méritos personalistas de alguien, sino del conjunto de sus habitantes.
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Los medios, recursos, y riquezas comunes prioritariamente han de ser utilizados para un bien común, que es el de generar empleo y desarrollo. Este debería ser el fin último de cualquier iniciativa tanto política como ciudadana. Es la hora de todos, sin excepción. La hora de nuestro futuro y el de nuestros hijos.
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Esto no es un acto liberal ni romántico, es una necesidad vital de nuestro destino. Es un acto de resistencia que propone llevar adelante la lucha por lo que queremos. Amamos profundamente nuestra tierra. Amamos su Naturaleza, su fauna, su entorno natural y sus gentes sencillas. Por eso nos sublevamos contra la fatalidad del alma y del ánimo. Nos rebelamos contra la división que nos hace débiles.
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Sacudíos los complejos, soñad, conoced vuestra identidad, lo que nos identifica y protege, amadla y defendedla. Plantaos ante la situación que nos subyuga. No será fácil, pero el triunfo llegará. Luchad por lo que merece la pena, por lo que es justo, de tal manera que llegue el día en que nos miremos a los ojos y digamos: sí, nosotros cambiamos nuestro destino.
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Venimos de una tierra que siempre ha sido grande y referente en todos sus ámbitos. Cuna del intelecto y la virtud tiene que volver a ser lo que fue trabajando todos al unísono por recuperar esa identidad y orgullo que parece que se está perdiendo.
Como bien dijo Pío Baroja en Aurora Roja (1905): “Ya que nuestra ley es la lucha, aceptémosla, pero no con tristeza, con alegría. La acción es todo, la vida, el placer. Convertir la vida estática en vida dinámica; éste es el problema. La lucha siempre, hasta el último momento, ¿Por qué? Por cualquier cosa.”
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