El silencio se rompe, en son de tradición, con inconmensurable belleza. Esta noche han sonado de nuevo los ecos de la Historia, emoción incontenida y sabiduría ancestral. Nadie con cierta sensibilidad puede sustraerse a la hermosura musical, la impronta de la tradición y el soniquete inconfundible de los Cantos de Pasión. Nada más hermoso que escuchar en el silencio de la madrugada esas voces de egregias letras que se oyen en la lejanía (… Nuestra maaaaadre…. la Igleeeesia… celeeebra…un misterio grande de la Religión…), sentenciando el preludio de Semana Santa; el tiempo de Cuaresma y de Dominicas en que la Iglesia Católica revive con especial fruición, para dar paso a la fiesta grande que hoy también corre por los fueros de los tiempos.
Los Cantos de Pasión constituyen sin duda, más allá de los timbres ineludibles de religiosidad, una seña de identidad de Pozoblanco y Los Pedroches (Pedroche, El Viso…); una tradición de mucho fuste que siempre me llamó la atención. Ciertamente poseen infinidad de resortes (musicales, literarios, ideológicos…), afectación a espuertas e importante impronta de emotividad. No dejan inmutable a nadie que los escuche en la soledad de la noche, en el contexto más señero –en que hoy han podido llegar– del silencio estridente y el vacío de las calles oscuras, evocando el ronroneo de letras de todos conocidas (…tristeza y su sentimiento…, tan, tan, tan…tarara…rararan…,); letras y música que nos llegan a las vísceras y conmueven con vetas fuertes de sensibilidad. Es la tradición lo que más pesa y más me gusta, pero en el ejercicio de la verdad más rotunda: amigos de siempre que cantan con profundo sentimiento, más allá de las apariencias, sin ánimo de espectáculo, sin prurito de teatralidad (que no siempre se consigue).
Solamente en el tedioso tiempo de la noche, de forma improvisada (para el receptor), se consigue en algunas calles recrear la verdad de voces graves de los hombres (ahora también mujeres) que imprimen a las letras una fuerza que impresiona a los espíritus más serenos que escuchan en la duermevela del sueño. Difícilmente puede comprenderse el sentido completo de los Cantos de Pasión en las escenografías urbanitas recreadas para la pose y el efectismo, como se quiere vender. No es que estemos en desacuerdo en que se difundan valores excelsos de belleza musical, de lo nuestro, pero ciertamente la tradición de mayor autenticidad (el arropamiento en el silencio, la noche, la escucha y los mensajes, aun no siendo religiosos) se prostituye en lo más superficial. Eso es otra cosa. Se trata de un espectáculo de masas (un producto turístico) que no deja de ser hermoso en las pegadizas melodías, en el aderezo del cántico de amables pandillas que parecen insuflados de arte…, pero se convierte en una superchería al estilo de las comparsas gaditanas al uso de nuestros pueblos y fiestas; como si escuchamos a la tuna de Salamanca en alegrías montadas en Guadalajara, en díscolos festejos de feria, o cuando oímos una zambra de las cuevas de Granada. Pues eso; aunque en todo ello permanece la belleza.
Todo es permisible y grato en el tenor de la distracción, del mercantilismo que nos invade, el entretenimiento de los demás y el deseo de proyectar nuestros mejores legados. Los Cantos de Pasión, no obstante, son otra cosa. Tienen su tiempo, espacio y forma. Por ello resultan –o a mí me lo parecen– tan bonitos, con hermosa melodía que llega a lo más hondo de nuestros sentimientos sin que sepamos muy bien porqué. Obviamente la Historia y la tradición juegan su papel de forma extraordinaria. Todo lo que cuenta con el peso de los siglos, reiteración amable, y asociación a estadios de profunda vivificación…, están enraizados en lo más hondo de nuestro imaginario colectivo. Esta noche ha sonado una vez más, como un eco del pasado (….Tan, tan Taaan, ta…ra ra…raa, ran… tan… Los Escriiiiibas y los Fariseos, una grande rabia tienen al Señor…tan, tan, tan.., tarararaaa…ran…Todavía incrédulos sois…tara raaaaan…tarara…an….tara raaaaan) el susurro de nuestros abuelos. Lejos quedan, claro está, las lecciones franciscanas del Medievo que difundieron estas letrillas desde los austeros cenobios para ilustrar a las gentes sencillas; lejos esos cantos de la aurora que definen y encuadran estos procederes de jóvenes con alegrías de pasión preludiando los severos tiempos de la semana álgida de la Iglesia.
El poso de la musicalidad prevalece, no obstante, con las correspondientes variaciones melódicas, y quedan las letras que tantos y tantas pozoalbenses saben de memoria, o a trozos…, prevaleciendo una tradición ancestral que siguen manteniendo en son de fraternidad y gozo pandillas de voces amables y cuatro aderezos instrumentales. Retazos que bastan y sobran para dotar de fuerza la fiesta, retrotrayéndonos hacia un legado histórico, emocional y completamente singular de Pozoblanco y Los Pedroches. Pocos eventos del pasado, decimos, conmueven tanto como Los Cantos de Pasión en su salsa: sin aderezos de espectacularidad ni pruritos de protagonismos insulsos. Cantos de belleza y emoción a espuertas, lejos del virtuosísimo de los conciertos grandes…; lejos de las voces cualificadas de tenores de relumbrón (¡que ojo…, tampoco faltan!), pero sí con la impronta y la fuerza de un legado impresionante del sentir popular. Es el canto de un Pueblo que sigue cantando y escuchando en la noche, en el silencio (en lo posible), las voces álgidas de la Historia.
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