Resulta necesario, e imprescindible a veces, conmemorar eventos relevantes. Muy especialmente cuando dichas efemérides expresan en forma rotunda el tráfago de un colectivo humano de cien años en aras del progreso y modernidad. Pozoblanco está de enhorabuena, celebrando en el presente año la concesión del título de ciudad el 18 de julio de 1923 por el rey Alfonso XIII. No era un otorgamiento simple por la adhesión a la monarquía, por la ganancia de voluntades de los gerifaltes caciques del sistema de la Restauración –que evidentemente fueron importantes, como el ministro Eugenio Barroso Sánchez Guerra, el senador don Andrés Peralbo Cañuelo, etc.–, o las inercias burocráticas en el concierto político, sino la consecución real de un estatus económico, social y cultural completamente definitorio de dicho título.
La capital de Los Pedroches (de facto) había alcanzado a comienzos del s. XX la mayoría de edad en las exigencias de la contemporaneidad: con una población agigantada que superaba con creces los 17.000 habitantes; un despliegue industrial y comercial contundente con importantes factorías (cárnicas, harineras, chocolateras…), y una burguesía emprendedora que posibilitaba sobremanera una nueva sociedad de clases, con un viraje contundente de la economía tradicional; recogiendo también, desgraciadamente, los gravámenes de conflictividad social derivada de las crisis de comienzos de siglo, las postreras de la Gran Guerra (I G.M.) y el Trienio Bolchevique. En lo más álgido del progreso y desarrollo económico todos tenemos in mente la imponente fábrica de INPECUARIAS (cárnica en origen), que constituye en Córdoba y la región un ejemplo paradigmático de transformación industrial aprovechando los recursos agropecuarios de la tierra, incorporación al desarrollo la producción energética, un modelo arquitectónico ejemplar y la avanzada incorporación de la mujer en procesos de transformación profesional; otro tanto conforma la chocolatera de Hipólito Cabrera, que se encumbra en términos nacionales con una marca convertida en referente de títulos y medallas.
Ese era el Pozoblanco de hace cien años. La plétora cultural e intelectualidad destaca con especial brillantez con hombres y mujeres que alcanzan pedestales notorios, desde el ámbito religioso tradicional (en la Catedral: obispado de don José Proceso Pozuelo y Herrero (1893-1918); canonicatos, cátedras, colegio-seminario San Pelayo…) al literario (Antonio Porras…), musical (con el universal Marcos Redondo), teatral (Teatro Renacimiento), etc. En términos materiales la ciudad transforma ostensiblemente su conformación urbanística, con despliegue inercial a partir de la “Carretera del Zújar” y del emplazamiento de la Estación de ferrocarril en 1906, que abren horizontes en el espectro territorial, económico y social; posibilitando muy especialmente el crecimiento de un ensanche urbano espectacular en el sector norte, con nuevo caserío, actividad industrial y un postrero equipamiento finisecular (s. XX). Pozoblanco transforma esencialmente la facie histórica, cierto, sin perder nunca las esencias morfológicas en su casco histórico de poblachón tradicional que, afortunadamente, permite una vida bastante satisfactoria en aras de presupuestos saludables (sin grandes edificios, ruidos, estridente urbanización, etc.), funcional, sin estridencias urbanitas (morfológicas), sociabilidad, etc.
A la altura del siglo XXI, después de cien años, la ciudad camina rauda por senderos de progreso y desarrollo. Con parámetros aceptables en términos económicos y sociales, sin graves deficiencias que puedan subrayar notas disonantes con las problemáticas generales de otros núcleos urbanos similares; asimismo Pozoblanco representa un pilar fundamental en el concierto comarcal sin estridencias, ni falsas vanaglorias, junto a pueblos y ciudades que han participado de una misma historia, caminando por sendas análogas de progreso, desarrollo y sencillez. La mayor satisfacción de un centenario está, quizás, en comprender ese tráfago de glorias y miserias –porque de todo ha habido (Guerra Civil, Dictadura…) para avanzar con pisada firme y decidida. Para mirar con mucha claridad y alegría hacia un futuro que necesariamente debe conformarse con principios satisfactorios de economía sostenible, conjunción con la naturaleza de nuestra dehesa de Los Pedroches; con apuesta decidida hacia una prosperidad que incluye necesariamente el pilar tecnológico, sin perder ni un ápice del vínculo entre un mundo global (en que es preciso estar) y las esencias de identidad; apostando muy fuerte, claro está, por la juventud y el asentamiento en la tierra. Esos son los horizontes que constituyen, y deben conformar, la aurora del futuro. La ciudad de Pozoblanco cumple cien años de historia, ¡Enhorabuena!
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