Cada pueblo tiene su «aquel», su seña de identidad, su fiesta grande. En la comarca de Los Pedroches son legión las fiestas destacadas con singularidades notorias, con relumbrón de ancestros e impronta antropológica grande (Vírgenes de Alcantarilla de Belalcázar, Antigua de Hinojosa, Guía de Villanueva del Duque, Alcaracejos, Dos Torres…). Son alegrías mayores de ejecutoria histórica de colectivos enraizadas en la tradición que asientan en la vecindad señas de identidad. Pedroche ensalza la fiesta grande de Los Piostros el 7 y 8 de septiembre con devoción ancestral de la Virgen de Piedrasantas, que con el solo  nombre rubrica esencias de postín: nada menos  que una Virgen de prosapia medieval hallada en razón de ocultación en tiempos islámicos; reaparecida con loores de Esperanza y reina de un pueblo devoto. Cuantas niñas portan la singularísima onomástica, que es crédito irrebatible  de pertenencia. No es fiesta de perder. No es alegría simple al uso de tantos pueblos de encumbramientos marianos con retórica manida y religiosidad embargante.

En la capital histórica de Los Pedroches se vive con notas de singularidad, aparte de lo común, que dejan en propios y extraños el alma caldeada. No es para menos, porque cuenta la celebración con ingredientes de mucho color y sabor; no en vano fue declarada de interés turístico de Andalucía. Al fasto religioso al uso se une la tradición y gesta  de los piostros, que no son simplemente prebostes de postín –que pudiera entenderse en términos lingüísticos–, sino ingente nómina de personas que en cabalgaduras toman parte en las fiestas en honor de la Virgen; más aún, porque es un ritual de prosapia y liturgia colectiva alrededor del caballo (burro, mulo…), que concita elevada nómina de caballerías que constituye una estampa realmente llamativa. Eso son en realidad Los Piostros, un marasmo de personas que más allá de honrar a la patrona, que lo hacen con fricción, realzan gestos de notoria significación.

De entrada es sorprendente la  implicación de equinos que participa, con pródiga estampa frente a la ermita, (en parejas o en ristre, galanes y damas…); un elenco sobrecogedor de burros, mulos y caballos pasando por  el  puente del arroyo de Santa María y en los recovecos de la población. Mayor relumbrón alcanzan las galopadas en la Cuesta del Molar, santo y seña de una gesta que retrotrae con briznas de historicidad a los alardes medievales. Ciertamente la fiesta rezuma popularidad, sentido civil y  religioso, integrando el poder concejil, el significado de la ermita (donde se juntaban los concejos mancomunados de las Siete Villas) y las caballerías que antaño fueron de premia, de los potentados que poseían haciendas y medios de prestigio. La fiesta constituye un ritual de mayor notoriedad, una liturgia de la vecindad que sentencia principios de identidad como ninguna otra. Tradición a fuego lento caldeada en el horno del tiempo. El silencio se escucha entre el vocerío ingente y los afectos arden por dentro. Las familias visten de domingo y  se engalanan las bestias con primor, y todo el Pueblo siente la fiesta por dentro. El orgullo de un colectivo que conmueve, qué decir, a los forasteros que miran con asombro. Es sin duda una conmemoración notoria en forma y contenido.

Los pedrocheños de villa y los comarcanos viven esta fiesta con un sentido muy especial, porque desde pequeños corre por la sangre la emoción  de unos días preñados de afectación, que deviene del vestir y vivir a lo grande. A todos les brinca en corazón en el pecho. La religiosidad, el culto y la devoción se aúnan con la gesta caballerilenriqueciendo e acervo cultural. Realmente resulta espectacular el  aparato escenográfico, que poco tiene de revestimiento de artificio y mucho de tradición y primor artesanal. Cuanta belleza se desprende de los caballos y yuntas ataviados al son de la tradición; cuanta hermosura nos regalan las cabalgaduras timbradas con guarnicionería digna del mayor aprecio; cuanta solvencia  menestral despunta en los albardones y ropón; cuanta belleza muestran las mantas bordadas de ricos colores, las cintas y colgaduras, etc. Reliquias derivadas tal vez –como dicen algunos– del mundo mozárabe, y del tráfago histórico  de los viejos talleres de la  proto-industria de la Modernidad (ss. XV y XVI).

En el primor de la casa son las mantas bordadas a mano (sobre terciopelo negro) de  mayor tipismo; vestigios  de otro tiempo que conforman auténticos tesoros con filigranas vegetales, roleos, bordados de oro, etc. Especialmente interesante resulta la tradición de las mujeres en jamugas (especie de silla de tijera) sobre los lomos de la mula, galanteando con porte orgulloso que confirma una postal ineludible de la tierra. Quienes quieran vivir emociones fuertes…, que vengan a Pedroche, porque no saldrán defraudados. El sentir de  un Pueblo en sus esencias se pesa en quilates, y en esta tierra desparraman con prodigalidad. Como decíamos, cada pueblo tiene su seña de identidad, y si de Zaragoza es el  Pilar, y la Morena de Toledo…, de Pedroche son Los Piostros.