La Virgen de Luna vuelve a la Jara, siguiendo la tradición centenaria. Pozoblanco la despide con cielos plomizos y cubiertos, de mayor alegría en este año, en el tenor de la sequía acuciante que nos invade. La despedida de la Virgen es siempre, sin embargo, triste para un Pueblo de tradición acendrada que siente devoción, con el lógico contrapunto de la entrada, revestida de fragor y alegría, multitudes y exaltación a espuertas. El contraste emocional y festero de llegadas y despedidas siempre fue así, como viene rubricado por las crónicas tradicionales. No obstante, el discurrir de la vida de la ciudad sigue por sus fueros anualmente, con semejanzas y diferencias que no dejan de ser dignas de análisis, especialmente para apreciar el pulso de la poblacion en aras de evolución o retroceso, el dispendio de cambios que se producen y la prevalencia de valores que se mantienen.
En el presente año celebramos el I Centenario del título de ciudad, y especialmente resulta curioso el devenir de los años con el tráfago de algunas eventualidades. En el tenor de las curiosidades quisiéramos recordar –a modo de entrenamiento y solaz– algunas referencias de aquella despedida de 1923, cuando Pozoblanco se encontraba en los umbrales de convertirse en ciudad en el mes de julio (Gaceta de Madrid, del día 18). El poblachón medieval, recrecido en vecindad e industrial seguía cultivando la secular tradición de la Virgen de Luna. Aquel año recayó en el día 20 de mayo la Despedida, el penúltimo domingo del mes. No habían sido meses de sequía, precisamente aquel año, sino de fuerte pluviosidad, con registros elevados anuales en toda España (2.562 l/m² en 1923, en el registro de Irún).
En Pozoblanco se caminaba por las sendas primaverales habituales, con tormentas y desvaríos ocasionales: como la impresionante descarga de agua y granizo del día once, que dejó destrozos elevados en la Loma de La Copada, con la muerte de una caballería de Domingo Peralbo, que salvó la vida milagrosamente. Una semana después, la Despedida de la Virgen se realiza con sosiego meteorológico primaveral. En lo más doméstico del ámbito religioso, los precedentes fueron los de siempre, con oficios previos desde el domingo anterior con misa, comunión y ejercicios de plática de las Hijas de María (el día 12), procesión y fiesta de La Virgen de Luna con exposición del Santísimo costeada por el potentado don Antonio Herrero Martos y su esposa doña Catalina Herrero. El affaire político se cernía, también entonces, por la senda de las elecciones al senado, que se resuelven por la vía de la Restauración caciquil en favor del senador don Andrés Peralvo Cañuelo, que sale elegido como cabía esperar. En el discurrir cotidiano algunos eventos graves marcaron la semana, como el atribulado fallecimiento (el día 12) de dos jóvenes de relevancia social: el industrial Antonio Redondo Cabrera a los 23 años (hijo de Antonio Redondo) y Rafael García-Arévalo García a los 22 años de edad (hijo de don Ángel García-Arévalo Gil de Arana y Teresa García Caballero). Penoso panorama en un pueblo en que nacen en esa semana 6 niños y se producen tres defunciones. El contrapeso de alegrías se plantea curiosamente, para el día de la Despedida, con una novillada y un gran banquete: la primera con cuatro reses y el famoso matador Cabello, que resultó “brutal” –que diría un pollo bien de entonces–, con lucimiento de los diestros y cogidas al uso; el segundo para enaltecer al gran escritor y redactor jefe del periódico La Lucha don Enrique Gonsálbez Bermejo, que finalmente se desplaza (del día 20 al día 31 de Corpus siguiente). No se vislumbraba por lo tanto el domingo de la marcha de la imagen como evento grande en el Santuario, cuando en la población tenía en los adentros festejos de copete.
El día de la Despedida llegó triste, sin embargo, como decimos por lo emocional. Más aún. Las crónicas periodísticas elevan el deprimente carácter festero por varias razones; muy mediatizadas, también es cierto, por los distingos ideológicos y su manera de mirar los eventos. La solemnidad de la tradición no tuvo en general vistosidad y alegría por una razón fundamental: la banda de música estaba disuelta, y la población se resiente de una de las mayores alegrías de la fiesta. Es sobrado señalar que la banda municipal imprime contento y diversión, solemnidad y aparato, ensalzamiento y protocolo de la procesión. En términos no solamente festeros, sino de fuerte religiosidad. La organización musical estaba supeditada, claro está, a los avatares políticos coetáneos (pasiones y venganzas..), y más allá de las discrepancias ideológicas incidían motivaciones personales y económicas (se les niega el pago de sus mezquinos haberes…). Mayor sonoridad tuvo en la Despedida –en razón de cuitas políticas– la ausencia del alcalde liberal don Francisco Medina Carmona, fuertemente denostado por la prensa radical que siempre le tuvo en el objetivo de la crítica furibunda. Muy recientes latían aún las controversias ideológicas entre el Estado y la Iglesia. En el marco de la tradición cultural la Despedida de la Virgen se sentencia en prensa con loas a la Virgen de la mano de los liricos de la plaza pozoalbense, con ensalzamiento de la dehesa, serranía y los zagales al uso de la tradición romántica; asimismo las acendradas alabanzas de amor hacia la divina pastora (paloma de los arrullos.., azucena de los campos). Sentidas virtudes de pureza, gracia y amor que destilan los encendidos versos de poetas en liza. La editorial del Cronista, siempre alerta de las conciencias, advierte con insistencia del imprescindible examen sobre nuestras conductas (aciertos y deficiencias). La Virgen sigue siendo para Pozoblanco, hace cien años, el referente espiritual de un Pueblo.
No hay comentarios