Voy a contar una historia. Una historia con dos caras y que es muy conocida, pero que en muchas ocasiones es olvidada, cuando no denostada o vilipendiada, si no en todas, al menos en algunas de sus facetas. Antonio Machado, maestro de una poesía eterna y sin edad, autor de Soledades y cantado por Serrat, murió roto por el cansancio del exilio en Colliure (Francia).
Para que esto ocurriera hubieron de pasar dos cosas. La primera, y que es la primera de las caras de esta historia, fue la consecuencia del golpe de estado del general Franco el 18 de julio de 1936. A finales enero de 1939 el ejército rebelde entró en Barcelona provocando la enorme espantada de los hombres, mujeres y niños que ya se habían convertido en los exilados de la España republicana y que al tiempo se convertían en los refugiados políticos de una Francia que los trató como perros; pero eso es otro tema y queda para otro día. La segunda cosa, y a la vez la segunda cara de esta historia, que tuvo que ocurrir para que autor de Campos de Castilla, esa soberbia biblia del pensamiento y del alma de España, fue que el periodista y novelista Corpus Barga gestionara acertadamente, con la aduana francesa y con la embajada de la República española en París, los documentos que permitían cruzar la frontera a Antonio Machado junto a su madre y a su hermano José.
Corpus Barga fue, como dijo Manuel Vicent en un perfil que le hizo hace unos años, a medias intelectual y a medias hombre de acción. Amigo y contertulio de muchos de los noventayochistas, pertenecía a Izquierda Republicana y fue un firme valedor de la democracia de la II República. Sin embargo, el detalle que hace a Corpus Barga distinto para mí, y que lo hará para ti, sobre todo si eres de Los Pedroches, y sobre todo si eres vecino o vecina de mi querida ciudad de Belalcázar, es que el padre de Corpus Barga nació en Belalcázar y aunque luego se trasladó a Madrid donde nació, el periodista siempre tuvo un especial vínculo con esta ciudad. Pasó allí parte de su niñez y adolescencia donde incluso ambientó algunas de sus obras.
Así, este paisano ausente (que es como los hinojoseños llamamos a quien siendo de aquí, no está aquí, pero quiere estar; o que no siendo nacido aquí le gusta venir y nunca se marcha del todo) fue quien acompañó y ayudó a Machado y a su familia en su exilio de Colliure. He leído por ahí, no sé donde, que Corpus Barga viendo caminar al poeta sobre la nieve y con doña Ana, la madre del poeta, en los brazos durante el último tramo antes de llegar a la frontera francesa pensó, casi irremediablemente, en aquellos versos que Machado escribió más de veinte años antes de la guerra: «Españolito que vienes/ al mundo, te guarde Dios. / Una de las dos Españas / ha de helarte el corazón». Y así, helado, cruzó la frontera uno de los grandes intelectuales de aquella España cainita «de cerrado y sacristía». Él, tan católico que era, y con esa fe inamovible que tenía en Dios y en la República, murió el Miércoles de Ceniza de 1939. Era 22 de febrero, hace hoy 80 años. En aquellos días previos a su muerte escribió sus últimos versos:
«ESTOS días azules y este sol de la infancia»
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